martes, 7 de febrero de 2012

Canciones tristes (cantadas como si fueran alegres) 18*

36

Oscuridad. La luz de la colilla de un cigarrillo se desplaza de un lado al otro. Chirrido de ruedas oxidadas. Ruido de papeles que se rompen. Tos.

Voz de hombre: Semen-sangre. Semen-sangre.

¿Cuándo termina? ¿Cómo?

La historia es lo que no se cuenta.

Se enciende la luz de un velador. Emilio está sentado en una silla de ruedas.

Emilio: Yo fui Emilio Bolaños. Debo tener unos 55 años de edad. Pero parezco de mil. Rompo estas fotos con mis propias manos. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Arranco las fotos que quedan en la pared y las voy rompiendo lentamente. No hay furia.

Pausa.

Emilio: Arranco la piel de un espejismo. El fuego ya no funciona.

Pausa.

Emilio: Rompo lentamente las revistas: hay fotos de Roberto. Él empezó a escribir sus propias letras. Poesía directa pero delicada sobre cierto laxante, sobre cierta compañía de seguros, sobre cierto amor. ¿Qué aprendió de mí? Lo peor: la traición y el afán por la rima consonante. Con eso alcanza para ser un personaje del año.

Todo es fácil en el mundo de las canciones tontas.

Pausa.

Emilio: Yo no quise. Era la historia, Roberto. Fueron esos putos años de comedia.

Pausa.

Emilio: No creas que no seguí tu carrera por la radio. Era linda aquella canción, ¿eh? Lo reconozco. Era algo alegre. Y lo necesitábamos. Lo necesitaba el hombre común. La escuché por primera vez tendido en el elástico. Mojado. ¿Cómo era?

Canta.

Emilio: Chiquita de carmín / que buscas locamente / un nuevo amor fugaz...

Pausa.

Emilio: Ah... Sí...

Canta.

Emilio: ...que buscas locamente / un nuevo amor fugaz / desesperadamente...

Pausa.

Emilio: Hay que tener talento para hacer rimar dos adverbios de modo, ¿eh?

Hermosa, Roberto. Para mí era como tenerte al lado en aquel momento ridículo. Ahí estabas. Calladamente. Cobardemente. Misteriosamente. Y todos los —mentes que se te ocurran. Vos eras mi dolor. Yo no quise, decía. Desesperadamente...

Pausa.

Emilio: Yo fui Emilio Bolaños. Ahora, quién sabe. Acaricio estas paredes rugosas. Arranco la foto del hombre montado a caballo. Le hago agujeros con el cigarrillo.

Pausa.

Emilio: Despego mi verdad con las uñas. En este cuarto sólo queda dolor. Necesito vaciar mi memoria. Terminar.

Pausa.

Emilio: Tenía un compañero en aquel lugar. También callado, Roberto. Y seguramente menos talentoso que vos, aunque ¿cómo saberlo?

Tuvo apenas unos minutos de charla comprensible, hasta que se lo comió la fiebre. Repetía palabras sin sentido: noche... tótem... canes... finales... pentotal... Me contó de las ganas que tenía de volver a ver el glaciar. Ver, una vez más, el glaciar. El glaciar, me decía.

Pausa.

Emilio: No sé si lo notaste, pero abajo del agua, todo es silencio. No se escuchan las preguntas gritadas ni los puños golpeando contra las paredes. Sólo silencio. Ni siquiera hay espacio para los espasmos del corazón tratando de adaptarse a ese nuevo modo de administrar el aire.

Es algo triste, Roberto. Profundamente triste.

Y no podés parar de preguntarte para qué. Por qué tanto a cambio de tan poco...

Pausa.

Emilio: Levanto mis manos y dejo que los papelitos recortados caigan al piso. Y ni siquiera este gesto guarda algo de alegría.

Pausa.

Emilio: Aquel lugar era un paisaje de gritos quebrados.

Puedo recitar el padecimiento en todas sus formas. La puntada fina que atraviesa la médula con precisión de aguja. O los palos hundiéndose en tu esqueleto. Rompiendo. Rompiendo.

Pausa.

Emilio: Hay dolores que parecen escupirte del mundo por unos segundos. Y otros que, aún dolores, te traen la buena noticia de que todavía estás vivo.

Pausa.

Emilio: Y entre esos alaridos que escapaban de los sótanos, el eco estúpido de tus canciones.

Canta.

Emilio: Chiquita de carmín... / Bla bla bla.

Pausa.

Emilio: Enciendo este pedazo de papel y lo dejo caer así, quemándose. Así.

El piso estaba frío. Pero uno no puede andar quejándose por todo. Y me acostumbré a eso también. Y a que no hay días ni noches para los condenados.

Pausa.

Emilio: ¿General? ¿Cómo fue que se arrugó tanto? Déjeme recortarle los bracitos.

¿Cómo pasó todo? ¿Cómo tan rápido?

Yo fui Emilio Bolaños. No sé si se acuerda de mí. Una cabecita en la multitud.

Éramos millones marchando a ese altar vacío.

Nadie escuchó el primer disparo. Sólo un cuerpo muerto en un mar de cuerpos. Sólo una boca roja. Ese fue el fin. El fin...

¿Qué podemos hacer por la Patria, General?

Sólo sangrar.

Parece que sólo sangrar.

Pausa.

Emilio: La historia es lo que no se cuenta. Déjeme recortar. Recortar, recortar, recortar.

Un cuerpo

sobre el otro.

Un cuerpo

sobre el otro.

Pausa.

Emilio: La historia es lo que no se cuenta.

Semen y sangre. Semen y sangre. No termina.

Pausa.

Emilio: La historia es lo que no se cuenta.

Los cuerpos bajo el agua.

Los aviones con cadáveres dormidos.

Cuerpos de pibes flotando en la playa. Un país entero en una bolsa de nylon.

Pausa.

Emilio: Intento pararme por última vez de esta silla. Y lo consigo sólo por unos segundos.

Me caigo, la puta madre.

Doy vuelta los cajones para ver si queda algo por perder.

La historia se derrama, Roberto.

Este país huele a carne quemada.

Sólo escombros y muertos.

Pausa.

Emilio: ¿Qué fue todo eso? Aquel efímero fulgor de dignidad que nos prendió fuego.

Me acerco a la última foto. La del tipo al que suben al palco de los pelos. La rompo. La tiro al suelo y me quedo mirando estos despojos.

Silencio prolongado.

Emilio: Yo fui Emilio Bolaños.

Ahora no soy más que un nudo de pena. Un cerebro y un corazón moribundos en un cuerpo muerto.

No hay días ni noches para mí ahora.

Pausa.

Emilio: Puedo apagar este velador. Me ilumina la luz de dos faroles de camioneta.

Estoy afuera. Y hace un frío cruel, Roberto. ¿Escuchás la lluvia?

Ahora estoy en la zanja. Hundido. Con mi cara contra el barro.

Tratando de disimular los latidos.

Deben creer que estoy muerto. Sólo así podré seguir.

¿Cuánto tiempo hay que esperar? ¿Cuánta es la paciencia de los asesinos?

Me deslizo de esta silla para poder arrastrarme como cualquier ser humano.

Hay que apagar las luces, Roberto. Hundir bien la cabeza. Comer el barro y la basura. Disminuir los latidos.

Y callar.

Hacernos los muertos para que no nos maten.

Oscuridad.

-Fin-

* Canciones… obtuvo la Primera Mención en el Concurso de obras inéditas de Teatro 2008 del Fondo Nacional de las Artes. Y busca Director.

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