sábado, 23 de marzo de 2013

En la rutina de su infierno

juicio a las juntas

“He asistido, por primera y última vez, a un juicio oral. Un juicio oral a un hombre que había sufrido unos cuatro años de prisión, de azotes, de vejámenes y de cotidiana tortura. Yo esperaba oír quejas, denuestos y la indignación de la carne humana interminablemente sometida a ese milagro atroz que es el dolor físico. Ocurrió algo distinto. Ocurrió algo peor. El réprobo había entrado enteramente en la rutina de su infierno. Hablaba con simplicidad, casi con indiferencia, de la picana eléctrica, de la represión, de la logística, de los turnos, del calabozo, de las esposas y de los grillos. También de la capucha. No había odio en su voz. (…)

Ante el fiscal y ante nosotros, enumeraba con valentía y con precisión los castigos corporales que fueron su pan nuestro de cada día.

Doscientas personas lo oíamos, pero sentí que estaba en la cárcel. Lo más terrible de una cárcel es que quienes entraron en ella no pueden salir nunca. De éste o del otro lado de los barrotes siguen estando presos. El encarcelado y el carcelero acaban por ser uno. Stevenson creía que la crueldad es el pecado capital; ejercerlo o sufrirlo es alcanzar una suerte de horrible insensibilidad o inocencia. Los réprobos se confunden con sus demonios, el mártir con el que ha encendido la pira. La cárcel es, de hecho, infinita.

De las muchas cosas que oí esa tarde y que espero olvidar, referiré la que más me marcó, para librarme de ella. Ocurrió un 24 de diciembre. Llevaron a todos los presos a una sala donde no habían estado nunca. No sin algún asombro vieron una larga mesa tendida. Vieron manteles, platos de porcelana, cubiertos y botellas de vino. Después llegaron los manjares (repito las palabras del huésped). Era la cena de Nochebuena. Habían sido torturados y no ignoraban que los torturarían al día siguiente. Apareció el Señor de ese Infierno y les deseó Feliz Navidad. No era una burla, no era una manifestación de cinismo, no era un remordimiento. Era, como ya dije, una suerte de inocencia del mal.

¿Qué pensar de todo esto? Yo, personalmente, descreo del libre albedrío. Descreo de castigos y de premios. Descreo del infierno y del cielo. Almafuerte escribió: Somos los anunciados, los previstos si hay un Dios, si hay un punto Omnisapiente; ¡y antes de ser, ya son, en esa Mente, los Judas, los Pilatos y los Cristos! Sin embargo, no juzgar y no condenar el crimen sería fomentar la impunidad y convertirse, de algún modo, en su cómplice.

Es de curiosa observación que los militares, que abolieron el Código Civil y prefirieron el secuestro, la tortura y la ejecución clandestina al ejercicio público de la ley, quieran acogerse ahora a los beneficios de esa antigualla y busquen buenos defensores. No menos admirable es que haya abogados que, desinteresadamente sin duda, se dediquen a resguardar de todo peligro a sus negadores de ayer.”

 

Fragmento de la crónica que escribió Jorge Luis Borges para EFE tras asistir a una jornada del Juicio a las Juntas.

viernes, 22 de marzo de 2013

Ese cúmulo de aventuradas doctrinas

 papa-francisco-merchandising

“No eres tú el confesionario, ¡oh Papa!, lo somos nosotros; compréndenos y que los católicos nos comprendan.

En nombre de la Patria, en nombre de la Familia, impulsas a la venta de las almas y a la libre trituración de los cuerpos.
Entre nuestra alma y nosotros mismos, tenemos bastantes caminos que transitar, bastantes distancias que salvar, para que vengan a interponerse tus tambaleantes sacerdotes y ese cúmulo de aventuradas doctrinas con que se nutren todos los castrados del liberalismo mundial.

A tu dios católico y cristiano que - como los otros dioses - ha concebido todo el mal:

1. Te lo has metido en el bolsillo.

2. Nada tenemos que hacer con tus cánones, index, pecados, confesionarios, clerigalla; pensamos en otra guerra, una guerra contra ti, Papa, perro.

Aquí el espíritu se confiesa al espíritu.
De la cabeza a los pies de tu mascarada romana, triunfa el odio a las verdades inmediatas del alma, a esas llamas que consumen el espíritu mismo. No hay Dios, Biblia o Evangelio, no hay palabras que detengan al espíritu.

No estamos en el mundo. ¡Oh Papa confinado en el mundo!, ni la tierra ni Dios hablan de ti.

El mundo es el abismo del alma, Papa contrahecho, Papa ajeno al alma; déjanos nadar en nuestros cuerpos, deja nuestras almas en nuestras almas; no necesitamos tu cuchillo de claridades.”

 

Antonin Artaud, Mensaje al Papa, (1925)

miércoles, 20 de marzo de 2013

Carta a los fabricantes de accesorios ridículos *

accesorios

Señores fabricantes de accesorios ridículos:

Ya sabemos cómo funciona este asuntito de la economía de mercado: ustedes inventan un adminículo innecesario y me convencen luego de que ese adminículo innecesario es el que andaba necesitando para cambiar mi vida.

Lo conozco al dedillo, señores fabricantes de accesorios ridículos.

Así fue como compré el osito Teddy, el desodorante para cautivar maduras y hasta voté al FREPASO.

Pero señores, creo que ahora han traspasado todo límite. ¿A quién se le ocurre que la civilización precisa esta serie de accesorios ridículos como la pinza deshojadora de frutillas, el artefacto que secciona una manzana en 6 partes iguales o la tijera para separar porciones de pizza?

Quiero hablarles de un invento revolucionario. Se llama cuchillo. Viene en diferentes tamaños y sirve para hacer todas y cada una de esas tonterías ocupando apenas un sitio en el cajón de los cubiertos. Claro, tiene un problema insoluble: se lo paga una sola vez. Tal vez dos, si se perdió el primero en un duelo orillero.

No invadirán nuestra alacena, señores fabricantes de accesorios ridículos.

¿Quién les dijo además que precisamos un molde para hacer el repulgue de empanadas o una máquina amurada en nuestros azulejos para pelar manzanas? ¿Qué clase de inútiles creen que somos?

Señores fabricantes de accesorios ridículos: deténganse.

No insistan con su estuche para conservar cebollas, su rebanadora de huevos duros o su pelador de ananás.

¿Se dan cuenta que en ese sendero de la especificidad nos veremos un día cubiertos hasta el cuello por un sinfín de instrumentos supuestamente adecuados para cada una de las infinitas acciones humanas? ¿Entienden que tendremos que buscar sitio para los anteojos para espiar vecinas de pisos pares, el guante para boxear jefes cuyo apellido empiece con M o el ineludible zapato para recorrer museos polacos de noche?

Señores fabricantes de accesorios ridículos: les ruego no me atosiguen más con sus mails, sus folletos y sus publinotas. Salvo claro, que estén lanzando el esperado molinillo para pulverizar fabricantes de accesorios ridículos. En ese caso, por supuesto, cuenten conmigo.

* Carta leída en el programa CON QUÉ SE COME del 13 de septiembre de 2012.

viernes, 15 de marzo de 2013

El odio al mundo

papa

“El cristianismo fue, desde su origen, esencial y básicamente, asco y disgusto frente a la vida sentidos por la vida, que no hacen más que disimularse y ocultarse bajo la máscara de la fe en otra vida, en una vida mejor. El odio al mundo, el anatema de las pasiones, el miedo a la belleza y a la voluptuosidad, un más allá inventado para denigrar mejor el presente, un deseo de aniquilación, de muerte, de reposo (…): todo esto, así como la voluntad absoluta del cristianismo de tener en cuenta solo valores morales, me pareció siempre la forma más peligrosa, más siniestra, de una voluntad de aniquilamiento, por lo menos un signo de laxitud morbosa, de profundo abatimiento, de agotamiento, de empobrecimiento de la vida, pues, en nombre de la moral (en particular, de la moral cristiana, es decir, absoluta), debemos siempre e ineludiblemente condenar la vida, porque la vida es algo esencialmente inmoral; debemos, en fin, ahogar la vida bajo el precio del menosprecio y de la eterna negación, como indigna de ser deseada y como lo no válido en sí.”

Friedrich Nietzsche, El origen de la tragedia.

domingo, 3 de marzo de 2013

#Febrero13