viernes, 30 de julio de 2010

Un año


Para cuando lo tenés cumple hoy un año. Fue una idea masticada un buen rato. Tenía a favor la necesidad de un espacio donde volcar esas cosas que a veces rumiaba durante días, que muchas veces me quitaban el sueño, que me hacían construir réplicas interminables en mi cabeza. Debía ser también un sitio donde referirme a lo que quisiera sin tener que cumplir las pautas que se te imponen cuando laburás en los medios. Y el lugar donde dar a conocer cierto material que dormía en los discos rígidos de mis computadoras.
Tenía en contra el temor de no poder cumplir con cierta periodicidad, de colgarlo, de volver a él muy de tanto en tanto. Por suerte, eso no pasó. 44 posts en un año, a mí me parece un buen número.
En este tiempo, tanto y tan poco, hubo más de 5 mil visitas, la posibilidad de intercambiar ideas con gente valiosa (y de constatar que en el espacio virtual también hay idiotas, claro) y de reencontrarse con lectores perdidos.
Para los recién llegados y para los nostálgicos de casi nada este es un recorrido de los 10 posts más arbitrariamente significativos del para cuándo:

uno- El primero. Porque es el primero. "Otro final".

dos- Allá por el mes de agosto se implementó aquello del Fútbol Para Todos. Algunas de las cosas que se dijeron por esos días me deben haber hecho enojar, porque publiqué algo llamado "Pelotas, pelotazos y pelotudos". Sutil, ¿no?

tres- Tema recurrente para quien esto escribe: la Ley de medios. A principios de septiembre colgué "¿Qué tiene que ver la regulación del comercio de preservativos con la libertad sexual?".

cuatro- Los famosos hablaban de inseguridad. Algo había que hacer. Yo apenas puedo hacer esto, el primer post replicado en Artepolítica: "El regreso de la divina TV Führer".

cinco- Parece muy lejano, pero allá por noviembre, a Mauricio se le escapó el enano progre que lleva adentro y decidió no apelar un fallo que permitía un casamiento entre personas del mismo sexo. Y entonces, "Una tarde en el Obispado" le pasó esto.

seis- Volvía el tema de la inseguridad tratada por famosos. Pero esta vez por unos que habían leído un par de libros, Borges y Bioy. Primer hit en AP: "Reaccionarios eran los de antes".

siete- El destino, y mis problemas financieros, quisieron que me encontrara trabajando en Chile justo justo para la segunda vuelta entre Frei y Piñera. Éste es el último post de mi serie trasandina: "Dos tazas en Valparaíso". Ahí descubrí que viajar y escribir lo que uno ve, es un laburo que me gustaría hacer alguna vez.

ocho- Otro post crispado: "Instrucciones para leer el diario". El amigo Jorge Schusseim lo leyó por TV, un honor.

nueve- Quilombito con 678, quilombito en AP, y una reflexión "Acerca de los inconvenientes políticos de la torpeza".

diez- El período de mayor inactividad en el Paracuándo... fue durante la Copa del Mundo. Me hice cargo y volví con "La Guerra Mundial". Que cual profecía autocumplida, desató una pequeña guerra en AP.

Casi no hay posts de ficciones, que se pueden seguir aparte cliqueando la etiqueta FICCIÓN. No reniego de ellos, pero difícilmente sirvan para dar cuenta del intenso año transcurrido entre hoy y el 30 de julio del 2009. Tampoco está en este recorrido el post que más polémica despertó en AP, "La Ley de Dios", simplemente porque es el anterior a éste y basta con desplazar el cursor unos centímetros más abajo para encontrarlo.

Estos envíos no alcanzarán seguramente para desmentir aquello de que "cualquier boludo
tiene un blog". Pero alcanzan al menos para ser reconocido como un boludo tenaz. Y eso no es poco.



viernes, 16 de julio de 2010

La Ley de Dios


La jueza de Paz de General Pico, Marta Covella, adelantó que no casará a personas homosexuales. “En la Biblia, Dios no aprueba este tipo de cosas”, declaró como toda explicación.
Así como el estatuto del Proceso era el libelo que guiaba los pasos de los jueces de la dictadura (como una tal Negre de Alonso), para otros, parece que por delante de la Constitución hay un librito de origen incierto pero de excelente tirada conocido como La Biblia.
Efectivamente, en ese compendio de fábulas y amenazas se castiga la homosexualidad. Se lo hace en términos tal vez un poco fuertes, es cierto: "Si un hombre yace con otro, los dos morirán", puede leerse en el versículo 13, del capítulo 20 del Levítico. Es decir que la jueza de General Pico, Marta Covella, podría el día de mañana dar un paso más y no sólo negarse a casar a dos personas del mismo sexo. Podría también, siguiendo lo que establece la Biblia, condenarlos a muerte. Afortunadamente, Covella es sólo una Jueza de Paz y nuestro código Penal no contempla la pena de muerte.
¿Quieren conocer otras cosas que dice el librito que consulta la Jueza Marta Covella antes de irse a dormir, de dictar sentencia, de verle la cara a dios? Dice por ejemplo que "Los que adoren a otros dioses o al sol, la luna o todo el ejército del cielo, morirán lapidados" (Deuteronomio 17:2-5). Un modo bastante ecuménico de mirar el mundo, ¿no? Nos advierte también que "Todo hombre o mujer que llame a los espíritus o practique la adivinación morirá apedreado" (Levítico 20:27). Y por si quedan dudas nos ordena: "A los hechiceros no los dejaréis con vida" (Éxodo 22:17).
Por lo que si mañana se presenta ante la jueza en cuestión alguien que no optó por el dios correcto, también puede negarse a atenderlo, cuando no denunciarlo a la policía.
Antes del Código Civil, la jueza de Pico, suele leer un folleto que insólitamente puede conseguirse en cualquier librería o hasta en la mesita de luz de los hoteles, y en el que se nos dice que "Si alguien tiene un hijo rebelde que no obedece ni escucha cuando lo corrigen, lo sacarán de la ciudad y todo el pueblo lo apedreará hasta que muera" (Deuteronomio 21:18-21). O que "Si una joven se casa sin ser virgen, morirá apedreada" (Deuteronomio 22:20, 21). ¿No es tierno?
Uno pensaba, alentado incluso por la palabra de gente que persiste en sus creencias religiosas y todavía nos da charla, que estos exabruptos talibanes no debían tomarse literalmente. Pero la metatextualidad es algo que se le escapa a los psicóticos y a las juezas de Pico. Y entonces, consideran ley que "Si un hombre yace con una mujer durante su menstruación y descubre su desnudez, ambos serán borrados de en medio de su pueblo" (Levítico 20:18). Que "Si alguno comete adulterio con la mujer de su prójimo, morirán los dos, el adúltero y la adúltera" (Levítico 20:10). O incluso que "Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, ambos morirán" (Deuteronomio 22:22).
¿No es tiempo de hacer una veloz encuesta y averiguar cuántos funcionarios de nuestro aparato judicial son guiados por principios legales que establecen que "Si la hija de un sacerdote se prostituye, será quemada viva" (Levítico 21:9) o que "El que maldiga a su padre o a su madre morirá" (Éxodo 21:17 y Levítico 20, 9)?
La religión debería ser vivida como uno de esos ejemplos en los que se piensa al referirse a “los actos privados de los hombres”. Hay gente que se inyecta drogas intravenosas, gente que se toca apreciando pornografía asiática y otros que gustan de arrodillarse para hablar con quien sostienen es el creador del universo. ¿Quién culparía a cualquiera de estas tres personas por sus excéntricas aficiones? Sin embargo, lejos de una rareza vergonzante, la religión se vive con tanto orgullo que muchos de quienes las profesan sienten que desde su particular visión del mundo deben moldear el modelo de sociedad en el que se nos permite vivir. Y nuestros representantes los escuchan. O se disculpan con ellos cuando se atreven tímidamente a contradecirlos. La cantidad de legisladores que se sintió obligado a aclarar que era cristiano a pesar de votar por una ley que iguala derechos dio pena.
Tal vez, entre algunos de los legisladores que modifican, redactan u obstruyen nuestras leyes también hay quienes consideran razonable que "El que no obedezca al sacerdote ni al juez morirá" (Deuteronomio 17:12).
¿Cuántos políticos de los que se fotografían con nenas pobres en tiempos de campaña, leen por las noches con fruición el librito que dice que "Ningún varón que tenga un defecto presentará las ofrendas, ya sea ciego o cojo, desfigurado o desproporcionado, enano o bisojo, sarnoso o tiñoso, ojo robado, o con un pie o una mano quebrados o con los testículos aplastados" (Levítico 21:18)?
¿Cuántos de aquellos a los que les preocupa que un chico sea criado por dos mujeres les resulta sin embargo razonable que "El que tenga los testículos aplastados o el pene mutilado no será admitido en la asamblea de Yavé. Tampoco el mestizo hasta la décima generación" (Deuteronomio 23:1, 2)?
¿Cuántos de los que escuchamos en las interminables mesas de los programas de cable diciéndonos a cada rato que ojo, que tienen amigos homosexuales, familiares homosexuales, mascotas homosexuales, llevan en su portafolio un folleto siniestro en el que se postula que "Si un hombre hiere a su esclavo o a su esclava con un palo y los mata, será reo de crimen. Pero si sobreviven uno o dos días no se le culpará porque le pertenecían" (Éxodo 21: 20) o que "Si un hombre hiere a su esclavo en un ojo dejándolo tuerto, le dará la libertad a cambio del ojo que le sacó" (Éxodo 21:26)?
Me preguntaba hace un tiempo, ¿qué clase de persona hay que ser para marchar contra los derechos de otros? Parece que, para empezar, hay que ser una persona religiosa. O como gustan decir quienes lo son: una persona de profundas convicciones religiosas. Parece ser que ese es el piso indispensable para ejercer esta clase de atropello, de maldad. Esta violencia simbólica que parece carecer de todo sentido.
La religión es una máquina de certezas. Allí donde hay una duda, una pregunta, una cuestión existencial, la religión pone una certeza. Una certeza arbitraria, oscura o berreta. Pero una certeza al fin. Y la verdad, no hay violencia sin certezas. Nadie mata, persigue, tortura sin certezas. Podrán pronunciar una y mil veces el vocablo paz, prometer reinos de amor y esperanza, pero pocas cosas le han aportado tanta violencia a la historia de la humanidad como las religiones. O lo que Saramago llamaba “el factor Dios”.
Y sin embargo, aquí estamos, rodeados de crucifijos, con estatuas de Vírgenes presidiendo comisiones parlamentarias. Millones de cuerpos quemados, mutilados, arrojados al río, no parecen habernos enseñado nada en este sentido.
De la histórica votación en el Senado, de todo lo que se vivió en estos días, queda la alegría por haber dado otro paso hacia un país mejor. Pero también el escalofrío de haber apreciado una vez más el insólito poder de la religión. Y no digo poder abominable, abyecto, perverso, criminal. Todas esas son apreciaciones que vendrán después. Lo primero que azota nuestra inteligencia es el carácter insólito de este poder. Ese que desafía el sentido común más llano. Señores de sombreros ridículos y túnicas, líderes de grupos que cargan con las acusaciones más repugnantes, ocupan las tapas de los diarios para decirnos lo que piensan sobre la política, la inseguridad, el código civil y la defensa con línea de cuatro. Y la verdad, la naturalización de este acontecimiento es inconcebible.
¿Qué diferencia a una secta de una religión? Las sectas son grupos minúsculos que fundados en relatos improbables engañan a sus fieles prometiéndoles quimeras imposibles, los empujan a conductas antisociales, los introducen en la adoración de imágenes disparatadas, difunden la práctica de ritos que contradicen la lógica más básica e intentan establecer muchas veces oscuras relaciones con el poder.
Las religiones, en cambio, de ninguna manera son grupos minúsculos.
Quiero decir, la Iglesia es una secta que ganó. Un grupo tan estrafalario como los seguidores de Jim Jones, pero que se ha manejado indudablemente mejor en el campo de la política y la mercadotecnia.
No es original señalar la complicidad de la Iglesia Católica con los episodios más oscuros de la historia, cuando no los protagonizó directamente. Basta para ello el breve recorrido que hace Fernando Vallejo en el inicio de La puta de Babilonia, y que citábamos aquí.
Sin embargo, lo que a mí más me perturba es la manera en que ha naturalizado su presencia en nuestra cultura. Desde haber fijado la invocación a una entidad abstracta como fuente de toda razón y justicia en el principal texto del sistema legal argentino, hasta el hecho de estar obligados sistemáticamente a escuchar cómo personas que juran no tener sexo piensan que debemos encarar la educación sexual de nuestros chicos.
¿Cuándo ocurrió? ¿Cuándo pasó a ser razonable que alguien se ampare en La Biblia para desconocer una ley? ¿Cuándo dejó de ser igual que ampararse en un ejemplar de “Caperucita” para quemar un bosque?
Buena parte de los pibes de este país asisten a escuelas católicas (muchas de ellas subsidiadas por un Estado que a veces no puede ni calefaccionar una escuela pública). Y sin embargo, ¿existe algo más opuesto a la educación que una religión? Allí donde el aprendizaje pide razón, capacidad de duda, reflexión, el discurso religioso propone oscuridad, misterio y, en el peor de los casos, una explicación que espanta por lo sencillo, una fábula primitiva.
Resultaba grotesca la apelación a lo “natural” por parte de los voceros clericales para oponerse al matrimonio igualitario. Como si la familia “tradicional” viniera dada naturalmente o como si todo lo que no es natural fuera nocivo: los antibióticos, el subterráneo, las cesáreas, el Torneo Apertura y el alfajor. Pero más extraño resultó que nadie reclamara a estas personas por tan flagrante contradicción: que apelaran como todo argumento a la biología justamente ellos, que a la teoría de la evolución y el Big Bang le han opuesto la existencia de un ente inmaterial todo poderoso que fabricó un hombre soplando un puñado de barro y una mujer amputándole a éste una costilla. ¿De qué principio biológico inalterable nos hablan?
Quien esto escribe se ha fumado 8 años de educación religiosa. (Vaya oxímoron: “educación religiosa”). Y como a aquellos fumadores a los que les lleva años sacarse el último rastro de nicotina de los pulmones, me ha tomado mucho tiempo ir liberándome de cada una de aquellas taras, complejos y simplificaciones temerarias acerca del mundo que me rodea. Me ha costado años ir construyendo mi propia mirada acerca de las cosas. Una mirada idiota, sí, seguramente prejuiciosa y contradictoria. Pero mía. Una mirada que carga con la angustia de sospechar que el fin es el fin y con el laburito de tener que construir (y transmitirle a sus hijos) valores y principios que no cuentan con orígenes metafísicos. Pero una mirada que seguro, nunca, pero nunca, me dará razones para marchar contra los derechos de otros. Liberándome así de al menos una de las muchas maneras que hay de ser un hijo de puta.

martes, 13 de julio de 2010

Mamá y papá.


"LA PUTA, LA GRAN PUTA, la grandísima puta, la santurrona, la simoníaca, la inquisidora, la torturadora, la falsificadora, la asesina, la fea, la loca, la mala; la del Santo Oficio, la del Índice de los Libros Prohibidos; la de las Cruzadas y la noche de San Bartolomé; la que saqueó a Constantinopla y bañó de sangre a Jerusalén; la que exterminó a los albigenses y a los veinte mil habitantes de Beziers; la que arrasó con las culturas indígenas de América; la que quemó a Segarelli en Parma, Juan Hus en Constanza y a Giordano Bruno en Roma; la detractora de la ciencia, la enemiga de la verdad, la adulteradora de la Historia; la perseguidora de judíos, la encendedora de hogueras, la quemadora de herejes y brujas; la estafadora de viudas, la cazadora de herencias, la vendedora de indulgencias; la que inventó a Cristoloco el rabioso y a Pedropiedra el estulto; la que promete el reino soso de los cielos y amenaza con el fuego eterno del infierno; la que amordaza la palabra y aherroja la libertad del alma; la que reprime a las demás religiones donde manda y exige libertad de culto donde no manda; la que nunca ha querido a los animales ni les ha tenido compasión; la oscurantista, la impostora, la difamadora, la calumniadora, la reprimida, la represora, la mirona, la fisgona, la contumaz; la relapsa, la corrupta, la hipócrita, la parásita, la zángana; la antisemita, la esclavista, la homofóbica, la misógina, la carnívora, la carnicera, la limosnera, la tartufa, la mentirosa, la insidiosa, la traidora, la despojadora, la ladrona, la manipuladora, la depredadora, la opresora; la pérfida, la falaz, la rapaz, la felona; la aberrante, la incosecuente, la incoherente, la absurda; la cretina, la estulta, la imbécil, la estúpida; la travestida, la mamarracha, la maricona; la autocrática, la despótica, la tiránica; la católica, la apostólica, la romana; la jesuítica, la dominica, la del Opus Dei; la concubina de Constantino, de Justiniano, de Carlomagno; la solapadora de Mussolini y de Hitler; la ramera de las rameras, la meretriz de la meretrices, la puta de Babilonia, la impune bimilenaria tiene cuentas pendientes conmigo desde mi infancia y aquí se las voy a cobrar."

Fernando Vallejo. La puta de Babilonia.

martes, 6 de julio de 2010

La guerra Mundial


Estuve trabajando en “Modo Mundial”. Basta ver la fecha de mi último post para darse cuenta de que todo el tiempo libre acumulado traté de destinárselo a ver la mayor cantidad de partidos posibles de esta Copa del Mundo. A gozar y sufrir por el equipo argentino. A empujar a cada equipo sudamericano poniendo más énfasis en el Chile de Bielsa y menos en Brasil. Aunque moriré pensando que era el mejor equipo de este Mundial.
Todavía no se apagan las últimas vuvuzelas ni las esperanzas por ver a Uruguay en semifinales, y sin embargo todo ha perdido vértigo. Como viene ocurriendo desde hace más de 30 años, el fútbol fue pobre. Pero lo que se dijo acerca de él fue peor. Suele pasar. De todas maneras, bajándose cada uno de sus respectivas motocicletas, cualquiera está en condiciones de decir algo sobre el fútbol. Algunos lo hacen con más gracia, mejor sintaxis, mayor información. Otros no. Buena parte de los periodistas deportivos pertenecen a este último grupo. Y eso duele más que un centro pasado. Pero todos pueden hablar de cómo se juega a la pelota. ¿Por qué no?
A mí, en lo personal, me parece que los equipos que defienden con 3 son más dúctiles y equilibrados que los que defienden con 4. Estos, o tienen demasiada gente estacionada cerca de su área, o se descompensan sistemáticamente por la subida de laterales que no siempre vuelven rápido y bien.
A mí me gustan más los equipos que tienen enganche que los que no los tienen. Me parece que juegan mejor, más claro, más profundo. Pero me irritan los enganches lentos o que actúan como aduana de cualquier y todas las pelotas que juegue su equipo.
Me gustan los equipos que presionan más que los que esperan, me gustan los equipos que consiguen la pelota para atacar y no para ver qué pasa. La tenencia es un indicador de dominio. La tenencia en si misma puede ser tedio puro o falta de ideas.
Me gusta Van Gaal más que Mourinho, Bilardo más que Menotti, Passarella más que Basile, mi tía Corina más que Cappa (porque por lo menos no escribía libros para embellecer sus derrotas). Y Bielsa, por sobre todas las cosas.
Entiendo que un hincha de Boca dé la vida por Bianchi, aunque visto con ojos neutrales, ir a ver un equipo del Virrey nunca fue lo más divertido que te podía pasar. Yo, hincha de River, nunca daría la vida por Ramón. Me parece que con mucho más material que Bianchi hizo bastante menos. Pero es una opinión. ¿Se entiende? “Opinión”.
A los 41 años y habiendo visto mucho más fútbol que la media recomendable desde los 8, pude ver equipos gloriosos perder, equipos horribles ganar, y con el tiempo fui aprendiendo que la victoria es importantísima en el fútbol, pero no es igual a tener razón. Simplemente porque parece que no la hay.
Con el tiempo aprendí que los dibujitos (3-4-3, 4-4-2) son relativos. Que no hay dibujo que salve a un equipo que deja abismos entre una línea y otra o cuyos jugadores erran la mitad de los pases. Pero esta es mi manera de ver el fútbol. Mi gusto.
En su afán por ganar discusiones a cualquier precio, para justificar sus fracasos o para construirse como mejores personas que los oponentes, el menottismo y sus hijos putativos han alimentado una miserable confusión entre ética y estética. No les parece suficiente decir que les gusta más un equipo que marca en zona. Tienen que decir que una defensa de 3 es de derecha. Han postulado la idiotez de que existe un fútbol de izquierda, como si hubiera un ludo evangelista o una manera hegeliana de hacer tortas fritas.
Provistos de sus lecturas de solapas, acusan de cosas horribles a quienes no piensan como ellos y levantan banderas rojas para explicar la trampa del offside. Aunque después se abracen con Galtieri o le digan a Videla que han ganado un Mundial Juvenil llevando al mundo “la forma de vivir de los argentinos” a la misma hora que los enviados de la OEA intentan hurgar entre las catacumbas del horror.
Periodistas de pluma pseudo florida nos han tratado de explicar que el equipo de Italia 90 (que por cierto hacía doler los ojos por momentos de lo feo que jugaba y que pasó a segunda ronda con los mismos puntos que los que sacó el equipo del 2002 para volver a casa) reflejaba el dominio del neoliberalismo. Esto, mientras su ideólogo máximo coqueteaba con el PJ menemista de Santa Fe. No podían decir simplemente que no les gustaba o que les parecía que jugaba mal, debían dejar claro que había una racionalidad política que los hacía jugar así. Y que su apreciación futbolística no era otra cosa que el ejercicio inalienable de su superioridad.
De tan lejos viene esta idiotez del “Se juega como se vive”. Y todavía no nos explica por qué la Argentina, dirigida por el papá futbolístico de quienes esto postulan, ganó una Copa del Mundo en el momento en el que peor se vivía.
Este discurso pavote con el que chapean de intelectuales tipos que creen que la Primavera de Praga es una loción para después de afeitarse, no puede ocultar las flagrantes contradicciones con la ética de las personas que deberían encarnarlo. Ni las huellas de un origen retórico oscuro y tenebroso. Al abrazarse con esto de volver a las fuentes, o aquello de jugar la nuestra, esa zoncera de recuperar la identidad futbolística que ellos sabrían cuál es, los esencialistas no hacen más que emparentarse con las gramáticas más reaccionarias de la historia. ¿Quiénes si no los adalides de un fascismo lacerante han enarbolado la idea de venir a recuperar nuestros valores, nuestra forma de ser, cada vez que derrocan a un gobierno popular, patean una puerta de madrugada, secuestran un niño o introducen cablecitos en la cavidad de un sospechoso? ¿Qué clase de analfabeto político puede pensar que es progre echar mano de un concepto de “identidad” tan momificado? ¿Qué folleto leyó alguien que cree que lo más cercano al materialismo histórico es proclamar la búsqueda de una esencia?
Basta recorrer los titulares de EL GRÁFICO durante el Mundial del 78 para descubrir los infinitos pasajes entre su retórica esencialista y restauradora con el texto de la proclama del PRN. Basta recorrer los números del 82 para encontrar coincidencias escalofriantes entre las crónicas mundialistas y la verba patriotera que se bajaba desde las usinas del Proceso. Y a propósito de ese Mundial, me parece bastante menos grave marcar mal en una pelota parada que ser el líder de un equipo derrotado y mandarlo solo a dar la cara ante sus compatriotas mientras vos te quedás tomando el solcito de las playas españolas. Los amantes del “se juega como se vive” deberían tener más presente cómo viven algunos de los tipos que defienden al punto de mancillar su propia inteligencia. Pero lamentablemente para todos suelen estar bastante mal informados acerca de lo que no les conviene. No hay otra explicación que justifique que en uno de los programas que se creen “del palo” se ande departiendo amablemente sobre fútbol con quien fuera vocero del EAM 78. Espero un informe de 678 sobre esto. ¿Espero sentado?
Sólo la soberbia más patológica puede concebir que haya cosas indiscutibles en el fútbol.
Está tan claro que no es así que yo, que no puedo hacer más de tres jueguitos, puedo opinar que Diego, el más grande jugador que vi en mi vida, hizo, al menos en sus declaraciones públicas, una mala lectura de Alemania (“puro chamuyo”) y del partido con México (“los bailamos”). Yo, que no puedo hacer una rabona sin sufrir un derrame cerebral, puedo preguntarme por qué el tipo que más sabe no paró un equipo parecido a aquel que le ganó a Alemania hace apenas tres meses. Sin embargo, sé que si Otamendi cerraba mejor (central al fin) en su primer mano a mano con Podolski, y entonces no había falta, y entonces no había tiro libre al primer palo, entonces no había tal vez gol alemán a los tres minutos. Y a lo mejor se desplegaba otro partido. Y a lo mejor esas malas lecturas pasaban a ser la astucia de un líder que llena de confianza a sus dirigidos. Como pasó a ser una buena idea poner a Agüero contra Corea en momentos en que los manuales pedían a gritos reforzar la mitad de la cancha.
Retomando, a mí en lo personal, me gustan más los técnicos trabajadores que los motivadores, los obsesivos que los bocones. Pero son mis gustos. Maradona está a salvo, debiera estarlo, de cualquier frase parecida a la ingratitud por parte de cualquiera que haya vivido para verlo en una cancha. No sólo jugó como nadie podrá hacerlo nunca, además dio hasta la última gota de transpiración por la camiseta que llevara puesta. Así que si quiere quedarse, por qué no. El equipo del Mundial fue mucho más que el de las Eliminatorias. Por qué no pensar que el de la Copa América será mejor que el del Mundial. Y además, casi como te pasa con este gobierno, cuando uno ve la clase de engendros que alimentan el ejército otra vez floreciente de enemigos del 10, ¿no te dan ganas de abrazarlo y decirle “dale, Diego, no fue nada, metele para adelante”?
Algo de eso propulsó a muchas personas a salir de sus casas un domingo de invierno para recibir a esta Selección que salió del Mundial vapuleada por un equipo que fue eso, un equipo.
A lo mejor porque Diego derrotado sigue siendo mucho más querible que algunos periodistas deportivos victoriosos.
A lo mejor porque los Mundiales son como los cumpleaños, te pegan diferente sin importar tanto cuántos años cumplís como el momento de la vida que atravesás.
A lo mejor, finalmente, porque empezamos a aprender que las alegrías vividas no te las puede quitar nadie, ni siquiera Klose. Y mucho menos el Toti Pasman.