jueves, 24 de enero de 2013

Carta a los fabricantes de yogur *

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Señores fabricantes de yogur, ¿hasta dónde quieren llegar? ¿De qué se trata esta escalada medicinal que han emprendido contrariando el más elemental sentido común? ¿Cómo fue que pasamos de aquel dibujo animado del viejito al que le gustaba la fruta a este desfile incansable de especialistas y a esta secuencia interminable de gráficas en 3D mostrándonos el interior más escabroso del cuerpo humano?

Señores fabricantes de yogur, ¿Cómo fue que cambiamos durazno por fitoesteroles, banana por inulina, frutillas y ananás por Probióticos y prebióticos? ¿Cuándo fue que dejamos de pedir sabor para exigir a los gritos Lcasei defensis?

Un oscuro día, la góndola de yogur se multiplicó. Sus luces blancas hospitalarias se convirtieron en ese resplandor saludable que buscaba guiarnos hacia el final del supermercado en una peregrinación hipnótica. De esas que hay que emprender para ser mejores personas, seres dignos de ingresar al paraíso de las vitaminas A y D, del suplemento de hierro, de la dosis diaria de calcio y de la imprescindible ingesta de fibra.

Resulta que ahora, señores, si quiero que mis hijos se desarrollen, debo darles yogur.

Si no quiero romperme los huesos, debo tomar yogur.

Si no deseo nunca faltar al trabajo por una maldita gripe, debo tomar yogur.

Si padezco de cierta irregularidad intestinal, debo tomar yogur.

Y yo pregunto: ¿y si simplemente tenía ganas de tomar un yogur? ¿Cuál me tomo? Y peor, ¿cómo combato la culpa de sentir que me estoy automedicando?

Señores fabricantes de yogur, tal vez, dentro de minutos apenas, vayamos a comprar nuestros yogures con una receta. Y en las góndolas, en lugar de decorativas promotoras, nos esperen médicos clínicos o al menos residentes de la carrera de medicina de la UBA destinados a escrutar nuestros análisis para indicarnos si debemos tomar el yogur rojo o el azul. Cuál sería la dosis correcta. O incluso si nos conviene la presentación firme, bebible o la que se imparte por vía subcutánea.

Señores fabricantes de yogur, asisto atónito a este paisaje de expansionismo sanitario y me confundo.

No quiero pensar que este asunto de la salud es una excusa para vendernos cada vez más caro, yogures cada vez más feos, con frutas cada vez más artificiales y en frascos cada vez más chicos. Estoy seguro de que no es así. Pero dejen de hacerlo.

Señores fabricantes de yogur, sepan que resistiremos. Que no van a vencernos nunca. Casi como vuestros productos, que de tan escaso rastro de leche que les queda ya no vencen. Jamás.

Sin otro particular, me despido de ustedes atentamente.

* Carta leída en el programa CON QUÉ SE COME del 6 de septiembre de 2012.

sábado, 19 de enero de 2013

Dónde Caerse Muerto *

a Lenin muerte del comunismo

Parte 1 / 2 / 3 / 4 / 5 / 6 / 7 / 8 / 9 / 10 / 11

* Dónde caerse muerto está publicado en la antología “Autores en construcción I”, (Libros del Rojas, Editorial Nueva Generación).

martes, 15 de enero de 2013

Carta a los fabricantes de galletas de arroz *

galleta de arroz

Señores fabricantes de galletas de arroz, déjenme decirles algo: ese aglomerado de arroz con forma circular no pertenece al mundo de las galletas. Esa expresión apelmazada del universo debería ser considerada un eslabón perdido entre el alimento y el adorno de escritorio. Es más, las galletitas del mundo deberían unirse para impedir que ese artilugio innecesario llamado “galleta de arroz” sea expuesto junto a ellas. Y motivar su expulsión a la góndola de artículos de ferretería donde se ofrezca junto a solventes, papeles de lija y todo ese desfile de objetos que nunca jamás compraremos.

Señores fabricantes, he intentado, como todo el mundo, comer una de sus galletas de arroz. Y, sinceramente, es lo más parecido del mundo a deglutirse un posavasos. Es más, segundos después, quise quitarme la vida deglutiendo mi posavasos de Bob Esponja. Y fue infinitamente más sabroso.

Señores fabricantes de galletas de arroz, el embaucador envase de vuestro producto nos anuncia un alimento sin colesterol, sin grasas trans… Deberían agregar “Sin sabor”. E incluso, que lo deja a uno “sin ganas de vivir”. Ese sería un mínimo gesto de honestidad de vuestra parte.

Señores, imaginen por un momento qué libro habría escrito Proust si en lugar de una Magdalena hubiera mordido una de sus Galletas de arroz. Un libro espantoso, sin dudas. O un libro de quejas.

Muchas veces nos preguntamos cómo puede ser que un martillo sirva para construir pero también para destrozar la cabeza de un vecino molesto. Y sin embargo, nada nos lleva a pensar que el mismo arroz que sirve para hacer paellas o risottos es utilizado para hacer estos discos de consistencia plástica y sabor tristísimo. ¿Qué nos pasa como sociedad? Pienso estas cosas y me dan ganas de ir a buscarlos a ustedes con mi martillo.

En pleno siglo XXI, hay todavía mucha gente que vive preguntándose si se dice telgopor o tergopol. No lo piensen más: se dice galleta de arroz. La disolución de esa duda ha sido, señores, vuestro único aporte a la humanidad. Gracias. Ya pueden retirarse. Sin embargo, no quisiera que esto se tradujera en la pérdida de fuentes de trabajo para miles de personas. Podrían en todo caso buscarle a este insólito producto otra finalidad menos dañina para la humanidad: tejo playero, revestimiento acústico para estudios de radio, frisbee de bebés o relleno sanitario en zonas donde la basura escasea o da pena tirarla.

En fin, ustedes se las ingeniarán. Nadie que haya sido capaz de ganar dinero vendiéndole al mundo galletas de arroz carece de ingenio.

Sin otro particular, me despido de ustedes atentamente.

 

* Carta leída en el programa CON QUÉ SE COME del 30 de octubre de 2012.

domingo, 13 de enero de 2013

#Diciembre