lunes, 21 de diciembre de 2009

Todo el año es Navidad


¡Se celebra el adulterio de María

con la paloma sacra!”


Oilverio Girondo, Verona.



La suerte estuvo echada desde el mismo día en que los creativos publicitarios tomaron el poder. Tarde o temprano iba a suceder algo así. Los intentos por despertar fervor se venían sucediendo estériles hasta que a uno de ellos se le ocurrió la genial idea. Otra más.

El nuevo decreto fue reproducido en las primeras planas de los diarios con tipografía de aviones caídos: “A partir de mañana, todo el año es Navidad”. La dictadura alcanzaba así su más alto grado de voluntarismo: el 24 a la noche, los habitantes del país se despidieron de lo cotidiano para abrazar el festejo morboso de una Navidad a repetición.

Lo primero fue planificar con quién y dónde se iba a padecer aquello. Celos familiares cedieron ante aceitadísimos cronogramas de reuniones entre las más diversas combinaciones de parientes. Por fin había chances para todos. La Iglesia Católica reaccionó con beneplácito en la seguridad de que se extinguía así una de las principales causas de divorcio.

Pero pronto aparecieron los problemas. Sabida es la inclinación que tienen muchas familias por alimentarse el día 25 con las sobras del 24, vestigios de abundantes comilonas planeadas durante meses. La costumbre resultaba ahora difícil de sostener: ese exquisito pollo frío que el 25 se mostraba aún rozagante y que llegaba dignamente al 26 bajo los efectos cosméticos de la mayonesa, en el mes de febrero tornaba su color hacia tonalidades poco sugerentes y en junio despedía un hedor putrefacto. Antes o después, todo comestible experimentaba igual degradación.

Hasta sufrir las primeras convulsiones, los niños se entretuvieron haciendo rebotar el pan dulce, que a los 2 meses de abierto adoptaba las características de una pelota Pulpo.

En este contexto, sobresalía la dignidad del turrón que, si bien era incomible en octubre, no hacía más que conservar su estado inicial. Pero la proliferación de turrones como único alimento provocó una masiva pérdida de piezas dentales en los sobrevivientes a la intoxicación general, en momentos en que los odontólogos se hallaban de franco o simplemente muertos.

En las guardias de los hospitales, los desdichados que habían pactado trabajar en esa fecha a cambio de vaya a saberse qué insignificante suma, terminaban por caer extenuados sobre sus pacientes.

Junto a las víctimas de la dureza del turrón, los centros de asistencia se iban poblando de heridos: el tedio y la inquietud por la salvaje detención del tiempo convirtieron a la pirotecnia en deporte nacional y quienes no atinaron a clausurar sus casas asistieron al súbito incendio de manteles, mobiliarios o primos del campo. Las calles eran una patética reproducción en escala de las más peligrosas zonas de medio oriente en la que convivían los mutilados con los fuegos de artificio. Pero aún más devastadora resultaba la cobertura de los acontecimientos en los canales de televisión. Montados en los mecanismos propios de esta época del año, se reiteraba el tradicional regodeo de la cámara sobre el rastro epidérmico del buscapié.

Miles de papanoeles apócrifos conocían con dolor los intersticios de sus chimeneas noche tras noche para fracasar sistemáticamente ante sus hijos.

Los tradicionales suicidios navideños se multiplicaban y no faltó quien resolviera el asunto obligándose con crueldad a la audición de villancicos ante pelotones de monaguillos que desafinaban falsas promesas de irse a Belén.

Los camiones recolectores respetaban su eterno feriado para que la calle fuese un paisaje maloliente del que se adueñaban insectos, cuentapropistas que vendían porquerías ideales para regalar, ancianas que insistían con asistir a misa y los deshabitados cuerpos de aquellos que se arrojaban –clásicos- desde las ventanas de los edificios.

El interminable feriado bancario impidió el pago de servicios y las empresas cortaron el suministro de agua, luz, gas y teléfono.

Los incautos que se prestaron a ponerle el cuerpo a los pesebres vivientes de las plazas, iban perdiendo la fe día a día mientras intercambiaban miradas para endilgarse la sacra responsabilidad de cambiarle los pañales de una vez al niño Jesús. Una imitación pestilente y llorona cuya llegada hacía rato que había dejado de ser una buena noticia.

Propietarios de negocios eran estrangulados por compradores que no entendían la escasez de pares de medias y pañuelos para regalar a esos parientes que verían hoy por vez primera en el almuerzo navideño, en las cenas o en los velorios de quienes iban muriendo por ser, también ellos, propietarios de negocios asesinados por compradores que no entendían la escasez de pares de medias y pañuelos para regalar.

La inoperancia de lo que quedaba del personal carcelario (ebrio, dormido o fallecido) propició una masiva fuga de cada una de las penitenciarías, lo que hubiera llevado el índice de delincuencia a las nubes de no ser por el temor de los encuestadores a salir a la calle para obtener datos alarmantes que venderles a los candidatos conservadores en campaña, quienes, por otra parte, habían sido atacados mortalmente por su personal doméstico ante la negativa a abonarles un aguinaldo diario.

Desde su lecho de muerte, un funcionario de gobierno dio órdenes precisas de reprimir pero pronto se dio cuenta de que no tenía a quien dársela ya que las fuerzas de seguridad habían desertado para no perderse los festejos.

Finalmente, cuando el horror navideño acabó con toda forma de civilización, las potencias extranjeras decidieron pasar por alto de una vez por todas el principio de no intervención que habían respetado religiosamente hasta el momento. Entendieron que la situación era algo anómala y que –después de todo- ya no quedaban activos por malvender por parte de las alcoholizadas autoridades de la economía local.

Las fuerzas de paz decidieron bombardear cada uno de los posibles focos rebeldes,
es decir todo blanco susceptible a la acción destructiva de las bombas. No podía correrse riesgo alguno en la difícil misión de salvar a los pobladores inocentes. Finalizada esta tarea de profilaxis, la intervención dio a conocer su primera medida: anular la última disposición del gobierno anterior.

El brusco salto de los almanaques fue anunciado con un discurso festivo ante un pequeño número de sobrevivientes que, diezmados por el hambre y el estupor, procedieron a desarmar sus patéticos pinitos falsos jurando en vano no volver a erigirlos nunca más.




martes, 8 de diciembre de 2009

Cómo es


1.


¿Usted ya estuvo muerto?

Varias veces.

¿Y cómo es?

Nada del otro mundo.

Uno siente mucha paz, ¿no?

No. Que yo recuerde.

¿Y hay un túnel?

¿Un túnel largo?

Sí.

No, no hay.

¿Y corto?

No. Tampoco.

¿Sintió una voz que lo llamara por su nombre?

Para nada.

Pero seguro vio una luz.

Ni ahí.

¿Vio a algún pariente que estuviera muerto?

No.

¿Y a algún amigo que ya estuviera muerto?

No.

Y...

Conocidos tampoco.

¿Tampoco?

No.

Habrá sentido que flotaba, por lo menos.

Creo que no.

Pero seguro experimentó esa extraña sensación de que el alma se está separando del cuerpo.

¿Qué alma?

...

...

Entonces... No sintió nada.

En absoluto.

Bueno. Gracias por su tiempo. Puede irse.

¿Ya está?

Sí. A la salida presenta este talón sellado, ahí le pagan y le convidan un cafecito.

Gracias. Adiós.

¡¡¡Ciento veintiocho!!!

Sí. Soy yo.

Buenos días. Tome asiento, por favor.

Gracias.

¿Estuvo muerto alguna vez?

Sí. Un par.

¿Y cómo es?



2.


Bernstein cargó una flamante Magnumm y la introdujo en la boca de su madre.

Hablando con dificultad, su madre le preguntó si estaba loco, si no se daba cuenta de que el caño de esa pistola podía estar sucio, que vaya a saber uno quién había sido el dueño antes, si no se le dio por pensar que tal vez esa arma ya había estado en la boca de algún desconocido, probablemente con halitosis o peor aún: con caries.

Bernstein le pidió disculpas a su madre y le prometió que sería la última vez.



3.


¡¡¡Ciento cuarenta!!!

Es mi número.

Adelante. Siéntese, por favor.

Gracias.

¿Estuvo muerto alguna vez?

Contando la de hoy a la mañana, dieciocho veces.

¿Y cómo es?

Es como ingresar en otro universo. Un mundo paralelo que es como éste salvo por una cosa: el café es gratis. Todo el mundo toma café y más café. Y eso va alterando el carácter de las personas más y más hasta enloquecer. Ya nadie duerme. Ya nadie se comunica de otro modo que no sea a través de gritos. Es horrible. ¡Horrible!

Le pido que se calme.

No puedo: estuve allí dieciocho veces.



4.


Los habitantes del antiguo imperio Tolomeno, desmembraban a sus muertos en porciones cada vez más pequeñas para poder introducirlos en cajitas de fósforos. Esto es verdaderamente curioso, dado que los habitantes del antiguo imperio Tolomeno desconocían la existencia del fuego.


Los sacerdotes de la religión Menyú, en la civilización de los Porok, Siglo VI antes de Cristo, acostumbraban mantener relaciones sexuales con los cadáveres de las mujeres jóvenes.

Acostumbraban decir que de esa manera facilitaban su acceso al paraíso.

Acostumbraban mentir.


Según se desprende de registros pictóricos prevenientes de Asia, los bemeractas, habitantes de la región meridional del río Colirio, se negaban a deshacerse de sus familiares muertos y solían vestirlos, asearlos e invitarlos a ceremonias danzantes hasta que la putrefacción les impidiera trasladar el cadáver de un modo más o menos higiénico.


Los antiguos habitantes de la llanura del Bolosfo, simplemente no morían.



5.


Usted ya estuvo muerto, ¿verdad?

Una que otra vez.

¿Y cómo es?

Espantoso.

Descríbalo.

Hay una silla frente a un escritorio. Y del otro lado, un tipo que hace preguntas.


martes, 1 de diciembre de 2009

Reaccionarios eran los de antes


"Borges", el compilado de diarios en los que Bioy relata sus cotidianos encuentros con el autor de Ficciones , es un opúsculo maldito: morboso, bajo, inesperado, injusto, retorcido, deshonesto, pero también maravilloso, divertido, atrapante y placentero. Y uno lo lee, qué va a hacer. Y siempre con un lápiz en la mano, para marcar citas, subrayar nombres, rescatar literatura o poder leerle algo a Adriana cuando me pregunta de qué me estoy riendo a carcajadas.

En sus páginas, convive la genialidad literaria con la más ramplona tontería política. Es decir: Borges. Una inteligencia emocionante y una estrechez ideológica que a veces pasa por una pose divertida y otras se exhibe como salvajada repulsiva. Nada de esto me impide disfrutar de su talento. Porque en mayor o menor medida, la vida te va enseñando a no buscar a los amigos ni entre los artistas ni entre los políticos. Salvo honrosas excepciones, uno debe tomar o dejar a esta gente por lo que producen como tales. De ahí el cuestionable carácter voyeur del "Borges" de Bioy. De la posibilidad fascinante y turbia a la vez de traspasar ese límite que no debería estar tan cerca.

El otro día, leyéndolo como cada tanto hago sin terminarlo nunca, encontré este párrafo más que elocuente. Lo comparto:


Viernes, 16 de agosto. Come en casa Borges. (...) Refiere el asesinato de un chofer. En el barrio de Nueva Pompeya, donde la avenida Sáenz Peña llega a las vías, apareció el cuerpo, apuñalado. Aunque en el bolsillo del muerto encontraron la cartera y el dinero, la policía creyó, desde el primer momento, que el móvil del hecho había sido el robo: los hábitos regulares y la fama de hombre de carácter afable del chofer parecían excluir otros móviles, pasionales o de venganza. La policía interrogó a los vecinos, que señalaron la presencia, en la noche del crimen, de un muchacho de aspecto tranquilo y provinciano, que pasó por allá silbando y a quien solía vérselo en determinado almacén. Un policía, vestido de civil, fue al almacén, fingió emborracharse y conversó con un grupo de parroquianos, entre los que se hallaba el mozo de la filiación señalada. El policía dijo deber varias muertes. El mozo le contestó: Mire, yo soy muy joven, tengo 17 años, y los otros días maté a un hombre. Lo siguieron, establecieron que vivía con su querida, una mujer de 28 años y, finalmente, lo detuvieron y confesó. Se llamaba Cisneros. Contó que un primo suyo y él resolvieron asaltar a un chofer. Se apostaron en la plaza de Flores y dejaron pasar dos taxímetros, hasta que paró un tercero, con la dirección a la derecha, que era lo que les convenía, por motivos técnicos, para el asalto. Indicaron una dirección en el barrio de Pompeya, que era donde vivían. Al llegar a la Avenida Sáenz, a las vías del ferrocarril, le dijeron al chofer que les diera la plata y el automóvil. Aunque persona de edad, el chofer se defendió y lo mataron de catorce puñaladas. Se asustaron de lo que habían hecho y huyeron sin sacarle el dinero. Borges opina que esos criminales son el fruto del peronismo: "Antes uno decía el crimen del silletero del año 20..." BIOY: "Ahora hay que decir el crimen del silletero de las tres de la tarde, el de las cuatro, etcétera". BORGES: "Habría que fusilar a toda esa gente".


Algunas ideas disparadas por el disparate:


1. La queja sobre el crecimiento de la inseguridad no es nueva, ni propia de la democracia. Como el fútbol y los carnavales, la seguridad también es un bien que parece haberse perdido en el comienzo de los tiempos. Tanto que uno se pregunta si alguna vez existieron el fútbol espectáculo, los carnavales alegres, las ciudades seguras, o si no son otro mito argentino más.


2. El relato transcurre durante la llamada "revolución libertadora" y B y B no pueden culpar de la inseguridad a un gobierno que les fascina. Pero resuelven el dilema fácilmente: la inseguridad es "fruto del peronismo". Es decir: la inseguridad es un recurso de la derecha para castigar a los gobiernos que detestan. No importa si están en el poder elegidos democráticamente o si ellos mismos lo acaban de sacar a los bombazos.


3. Cuando Borges pide que se fusile "a toda esa gente", no queda claro si se refiere a los criminales o a los peronistas. Probablemente, pensara que la distinción no era del todo relevante.


4. Los crímenes perpetrados por jóvenes sacuden de un modo particular. Hay algo que excede el delito puntual y que pasa por la fantasía acerca del descontrol de los jóvenes, los prejuicios generacionales o la mera incomprensión. Basta ver la rapidez con la que trepan en los títulos los pibes que matan, aunque su presencia estadística real en el delito ­-al parecer- es mínima.


5. Una diferencia importante: estas opiniones lamentables de Borges y Bioy pertenecen a la esfera privada. Me consta que han hecho públicas definiciones políticas iguales o peores, pero no es este el caso. Y por lo demás, jamás interrumpieron un cuento para bajar su aviso a favor de la mano dura. Su sesgo ideológico está siempre presente, obvio, pero jamás engañaron a sus lectores colando opiniones coyunturales en medio de aquello que el lector iba a buscar.

Por lo demás, después de decir estas burradas, Borges y Bioy escribían "El sueño de los héroes" o "El informe de Brodie". Otros, sin solución de continuidad, pasan a exhibir pobres, recortar polleritas o meter gordos en el horno.

Y es que no hay nada que hacer, amén de la seguridad urbana, los carnavales y el fútbol, nada se deterioró más en la Argentina que la derecha.