jueves, 29 de diciembre de 2011

Canciones tristes (cantadas como si fueran alegres) 10*

ctccsfa10

Oficina iluminada débilmente. Entra Emilio.

Emilio: Soy un fantasma. Es inútil tratar de verme.

Algunas cosas han cambiado ahí afuera. Nada que merezca la pena ser comentado con detalle, ahora lo sé. Todo lo que nos interesa ocurre aquí. En esta pequeña antesala de mi oficina. Hay tres sillones y una mesa ratona con revistas amarillentas. Una delicada palmera artesanal nos recuerda lo patético que resultan los intentos de traspolar experiencias de otras latitudes a una región tan penosa como la nuestra.

En uno de los sillones está sentado Roberto. ¿Se acuerdan de él?

Lleva puesto ese traje viejo y arrugado.

En el otro sillón está sentado un tal Ordóñez. Aunque está vestido de civil, es policía.

Los dos tienen la mirada perdida. Se mueven cada tanto como para que no se les acalambren sus cuerpos.

De fondo, en un volumen muy bajo se escucha una espantosa música funcional.

¡Música!

Se escucha "Un muchacho como yo". Emilio sale..

Ordóñez: ¿Afuera es de día todavía?

Roberto: No sé. Hace bastante que estoy acá.

Ordóñez: Como yo.

Pausa.

Ordóñez: Ya nos van a atender. De un momento a otro.

Roberto: Seguro.

Pausa.

Ordóñez: Lo que pasa es que hay mucho por hacer. La anomia en estos últimos años fue total. Lo sé muy bien por las funciones que desempeñaba en aquella época.

Roberto: ¿Usted qué hacía?

Ordóñez: No viene al caso. Pero créame. La anomia fue total. Total. Lo que ocurre es que cuando se debilita de tal modo el funcionamiento institucional de una nación, las cosas no pueden andar bien.

Roberto: Supongo que no.

Pausa.

Ordóñez: Lo estoy aburriendo con mi palabrerío, ¿no?

Roberto: Para nada.

Ordóñez: Hablo demasiado. Lo sé. Ocurre que...

Roberto: ¿Qué le pasó en el brazo?

Pausa.

Ordóñez: ¿Por qué lo pregunta? Yo...

Roberto: Disculpe. No quería molestarlo.

Ordóñez: Un procedimiento.

Roberto: Usted era policía entonces.

Ordóñez: ¿Ve? No puedo ocultarlo.

Roberto: Ojo que no parecía, ¿eh? Si no me decía lo de "procedimiento", ni me daba cuenta.

Ordóñez: El lenguaje, señor. Nuestra peor cárcel. ¿No lo cree?

Roberto: No sé nada de ese tema.

Pausa.

Ordóñez: ¿Usted lo conoce?

Roberto: ¿A Bolaños? Sí... un poco.

Ordóñez: ¿En serio? ¡Qué lujo, señor!

Roberto: Hace mucho que no lo veo igual.

Ordóñez: Es un hombre tan interesante. Tiene tantas... Tantas...

Roberto: ¿Palabras?

Ordóñez: Eso: tiene palabras.

Roberto: Sí, sí... Un montón tiene.

Ordóñez: ¡Qué hombre!

Pausa.

Roberto: Usted también lo conoce.

Ordóñez: No, ojalá. Apenas si tengo alguna relación con un asistente suyo...

Roberto: Tiene asistente entonces.

Ordóñez: Claro. Muchos, debería tener. No da abasto.

Pausa.

Ordóñez: Espero que pueda ayudarme. ¿Usted cree que lo tomará a mal? Usted lo conoce, no sé... Tal vez sepa de qué manera me conviene...

Roberto: ¿Cómo fue lo del brazo?

Pausa.

Ordóñez: Usted quiere saber. Bueno... Se me... Se me disparó una escopeta.

Roberto: ¿Cazando?

Ordóñez: No. Ya le dije que era un procedimiento.

Pausa.

Ordóñez: ¿Y usted a qué se dedica?

Roberto: Yo era músico.

Ordóñez: Es músico, querrá decir.

Roberto: No, no: era.

Ordóñez: No puede ser: nadie deja de ser músico.

Roberto: Es que no toco. Hace más de un año que no toco.

Ordóñez: Profesionalmente, querrá decir.

Roberto: No toco.

Ordóñez: ¿Ni en su casa?

Roberto: Ni en mi casa. No hay manera.

Ordóñez: Lo entiendo: los artistas tienen momentos en los que...

Roberto: No tengo piano. Tuve que venderlo.

Pausa.

Ordóñez: A lo mejor Bolaños lo puede ayudar. El es un ser de una infinita sensibilidad. Sin ir más lejos, mi amigo me contó que...

Roberto: ¿Y cómo fue el procedimiento en el que perdió el brazo?

Pausa.

Ordóñez: Cómo fue quiere saber.

Roberto: Sí, sí. Cómo fue.

Ordóñez: Un traslado de prisioneros. Algo de rutina. Hace ya muchos años.

Roberto: ¿Y por qué llevaba escopeta? Digo, para trasladar prisioneros...

Pausa.

Ordóñez: Fue hace muchos años.

Roberto: ¿Cuántos? ¿Cuántos años?

Ordóñez: Muchos.

Roberto: Más de diez.

Ordóñez: Sí.

Roberto: ¿Quince?

Ordóñez: No sé... No me acuerdo bien...

Roberto: En algún basural, tal vez.

Pausa.

Roberto: Está transpirando. ¿Quiere un pañuelo?

Ordóñez: Gracias... Yo no sabía... Era muy joven. Yo le juro que... Era la... La...

Roberto: La anomia...

Ordóñez: No sabía yo. Y no podía además... Le juro que yo... Me tengo que ir.

Roberto: Se va a ir sin ver a Bolaños. Una pena.

Ordóñez: No faltará ocasión. Ahora yo no puedo. No es posible...

Ordóñez sale. Entra Emilio.

Emilio: Se abre la puerta de la oficina y entro yo. Sí, ya sé: estoy algo más gordo. Y este traje nuevo me hace parecer otra persona. A lo mejor soy otra persona. Cuando vi su nombre en la lista no lo podía creer. Pero está ahí. Pálido. De pie. Arreglándose la ropa como un tarado.

Roberto: Emilio...

Emilio: ¿Roberto? Qué sorpresa... Me vienen a ver lúmpenes de toda clase, punteros caídos en desgracia, trepadores sin suerte... Pero artistas no. Un artista de tu nivel, además...

Roberto: Tanto tiempo.

Emilio: Apenas un año.

Roberto: Eso es mucho tiempo acá.

Pausa.

Roberto: Linda oficina.

Pausa.

Emilio: No es mía. Es del pueblo.

Roberto: Linda, la oficina del pueblo.

Emilio: El pueblo siempre elige bien.

Silencio prolongado.

Emilio: ¿Y la música?

Roberto: Ahí anda.

Emilio: Capaz que sos una estrella y yo ni me enteré... Estuve un poco ocupado estos últimos meses.

Roberto: No te perdiste nada. No te preocupes.

Silencio prolongado.

Roberto: ¿No me invitás a pasar?

Emilio: No. ¿A qué viniste? Estoy ocupado.

Roberto: Me imagino.

Pausa.

Roberto: La verdad... No sé...

Emilio: Volvé cuando sepas, mejor.

Roberto: No sé qué decirte.

Emilio: No cambió nada entonces.

Roberto: Pasó un año, apenas.

Emilio: Eso es mucho tiempo acá.

Silencio prolongado.

Roberto: Tuve miedo.

Emilio: ¿Y pensás que yo no?

Roberto: No parecía.

Emilio: En este país, o estás loco o tenés miedo. Pero hay que seguir. El miedo no puede borrar todos los límites, todas las palabras.

Pausa.

Emilio: Lo único que se puede hacer con miedo es traicionar.

Roberto: Me equivoqué.

Pausa.

Roberto: ¿Y esa música?

Emilio: Música funcional... Boludeces de la función pública.

Roberto: Un espanto.

Emilio: Por suerte se escucha sólo en la sala de espera. Eso y las revistas viejas me dejan a la gente bastante amansada para cuando los atiendo.

Pausa.

Roberto: Yo quería saber. Quería verte.

Emilio: Constatar que estaba vivo para sentirte un poco menos hijo de puta. Ya está. Ya me viste. Ahora andate. Acá no hay lugar ni tiempo para gente como vos.

Roberto: Emilio, no tengo nada. No soy nadie.

Emilio: Cuando tuviste la oportunidad de ser alguien la dejaste pasar.

Pausa.

Roberto: A lo mejor vos estás perdiendo tu oportunidad ahora, al no perdonarme.

Silencio prolongado.

Emilio: Otra vez esos silencios incómodos. Roberto me mira. Yo lo miro. Y la puerta de la oficina se abre. ¡Sorpresa, Roberto!

Se abre la puerta de la oficina. Entra Sotelo. Lleva puesto un traje gris.

Sotelo: Me retiro, señor.

Emilio: Vaya tranquilo, Sotelo. Yo cierro.

Sotelo: Hasta luego, compañero.

Sotelo sale. Pausa.

Roberto: No entiendo.

Emilio: A estos mejor tenerlos adentro, ¿sabés?

Roberto: Pero es...

Emilio: Somos un movimiento, Robertito. No una secta. Vení: dame un abrazo.

Pausa.

Emilio: Vienen nuevos tiempos. Empieza un largo período de paz.

Se separan.

Voz de Sotelo: Oscuridad.

Oscuridad.

-Continuará-

* Canciones… obtuvo la Primera Mención en el Concurso de obras inéditas de Teatro 2008 del Fondo Nacional de las Artes. Y busca Director.

Canciones tristes 1

Canciones tristes 2

Canciones tristes 3

Canciones tristes 4

Canciones tristes 5

Canciones tristes 6

Canciones tristes 7

Canciones tristes 8

Canciones tristes 9

lunes, 26 de diciembre de 2011

Canciones tristes (cantadas como si fueran alegres) 9 *

27

Dependencia policial. Luces que se prenden y se apagan. Baja de tensión.

Ordóñez: Cómo están hoy, ¿eh?

Comisario: La mano está brava, Ordóñez.

La luz se aquieta.

Comisario: Terminaron, gracias a Dios. ¿Ya trajeron al nuevo? Quiero verlo.

Ordóñez: Ya están avisados. En cuanto llegue a esta dependencia lo hacen pasar por su oficina, Señor.

Comisario: Quiero verle la cara a ese apátrida.

Ordóñez: Terrorista.

Se escuchan gritos.

Ordóñez: Me parece que ya llegaron.

Comisario: Ordóñez sale y regresa con Bolaños, el detenido. Está esposado y tiene algunas marcas de golpes en el rostro. Hay algunas gotitas de sangre en su camisa.

Finalmente, Bolaños.

Silencio.

Comisario: Hacía mucho que te andábamos buscando.

Emilio: Acá estoy. Pero todavía no sé de qué se me acusa.

Comisario: No te hagas el tontito que tu amigo cantó.

Emilio: ¿Quién?

Ordóñez: El artista.

Comisario: Cuando le secuestramos el piano se quebró...

Emilio: ¡Roberto! ¿Qué puede haber dicho?

Comisario: Todo. Tus planes para asesinar a nuestros niños, para destruir la familia, para corromper la sociedad.

Emilio: Yo...

Comisario: Entregó papeles muy comprometedores, Bolaños.

Ordóñez: Sí, le prometieron que a cambio le devolvíamos el piano.

El comisario y Ordóñez se ríen.

Comisario: Pobre pibe. Todavía está esperando... ¿Usted sabe cuánto me pueden dar por un piano de esos?

Emilio: No sé nada de ese tema.

Comisario: Usted no sabe nada de nada, Bolaños.

Ordóñez: Nada de nada.

Las luces titilan. Los tres miran hacia arriba.

Ordóñez: Otra vez empezaron los interrogatorios.

Silencio prolongado.

Comisario: Oscuridad.

Oscuridad.

-Continuará-

* Canciones… obtuvo la Primera Mención en el Concurso de obras inéditas de Teatro 2008 del Fondo Nacional de las Artes. Y busca Director.

Canciones tristes 1

Canciones tristes 2

Canciones tristes 3

Canciones tristes 4

Canciones tristes 5

Canciones tristes 6

Canciones tristes 7

Canciones tristes 8

viernes, 23 de diciembre de 2011

Todo el año es Navidad

 

pesebre fede

 

¡Se celebra el adulterio de María
con la paloma sacra!”
Oilverio Girondo, Verona.

 

La suerte estuvo echada desde el mismo día en que los creativos publicitarios tomaron el poder. Tarde o temprano iba a suceder algo así. Los intentos por despertar fervor se venían sucediendo estériles hasta que a uno de ellos se le ocurrió la genial idea. Otra más.

El nuevo decreto fue reproducido en las primeras planas de los diarios con tipografía de aviones caídos: “A partir de mañana, todo el año es Navidad”. La dictadura alcanzaba así su más alto grado de voluntarismo: el 24 a la noche, los habitantes del país se despidieron de lo cotidiano para abrazar el festejo morboso de una Navidad a repetición.

Lo primero fue planificar con quién y dónde se iba a padecer aquello. Celos familiares cedieron ante aceitadísimos cronogramas de reuniones entre las más diversas combinaciones de parientes. Por fin había chances para todos. La Iglesia Católica reaccionó con beneplácito en la seguridad de que se extinguía así una de las principales causas de divorcio.

Pero pronto aparecieron los problemas. Sabida es la inclinación que tienen muchas familias por alimentarse el día 25 con las sobras del 24, vestigios de abundantes comilonas planeadas durante meses. La costumbre resultaba ahora difícil de sostener: ese exquisito pollo frío que el 25 se mostraba aún rozagante y que llegaba dignamente al 26 bajo los efectos cosméticos de la mayonesa, en el mes de febrero tornaba su color hacia tonalidades poco sugerentes y en junio despedía un hedor putrefacto. Antes o después, todo comestible experimentaba igual degradación.

Hasta sufrir las primeras convulsiones, los niños se entretuvieron haciendo rebotar el pan dulce, que a los 2 meses de abierto adoptaba las características de una pelota Pulpo.

En este contexto, sobresalía la dignidad del turrón que, si bien era incomible en octubre, no hacía más que conservar su estado inicial. Pero la proliferación de turrones como único alimento provocó una masiva pérdida de piezas dentales en los sobrevivientes a la intoxicación general, en momentos en que los odontólogos se hallaban de franco o simplemente muertos.

En las guardias de los hospitales, los desdichados que habían pactado trabajar en esa fecha a cambio de vaya a saberse qué insignificante suma, terminaban por caer extenuados sobre sus pacientes.

Junto a las víctimas de la dureza del turrón, los centros de asistencia se iban poblando de heridos: el tedio y la inquietud por la salvaje detención del tiempo convirtieron a la pirotecnia en deporte nacional y quienes no atinaron a clausurar sus casas asistieron al súbito incendio de manteles, mobiliarios o primos del campo. Las calles eran una patética reproducción en escala de las más peligrosas zonas de medio oriente en la que convivían los mutilados con los fuegos de artificio. Pero aún más devastadora resultaba la cobertura de los acontecimientos en los canales de televisión. Montados en los mecanismos propios de esta época del año, se reiteraba el tradicional regodeo de la cámara sobre el rastro epidérmico del buscapié.

Miles de papanoeles apócrifos conocían con dolor los intersticios de sus chimeneas noche tras noche para fracasar sistemáticamente ante sus hijos.

Los tradicionales suicidios navideños se multiplicaban y no faltó quien resolviera el asunto obligándose con crueldad a la audición de villancicos ante pelotones de monaguillos que desafinaban falsas promesas de irse a Belén.

Los camiones recolectores respetaban su eterno feriado para que la calle fuese un paisaje maloliente del que se adueñaban insectos, cuentapropistas que vendían porquerías ideales para regalar, ancianas que insistían con asistir a misa y los deshabitados cuerpos de aquellos que se arrojaban –clásicos- desde las ventanas de los edificios.

El interminable feriado bancario impidió el pago de servicios y las empresas cortaron el suministro de agua, luz, gas y teléfono.

Los incautos que se prestaron a ponerle el cuerpo a los pesebres vivientes de las plazas, iban perdiendo la fe día a día mientras intercambiaban miradas para endilgarse la sacra responsabilidad de cambiarle los pañales de una vez al niño Jesús. Una imitación pestilente y llorona cuya llegada hacía rato que había dejado de ser una buena noticia.

Propietarios de negocios eran estrangulados por compradores que no entendían la escasez de pares de medias y pañuelos para regalar a esos parientes que verían hoy por vez primera en el almuerzo navideño, en las cenas o en los velorios de quienes iban muriendo por ser, también ellos, propietarios de negocios asesinados por compradores que no entendían la escasez de pares de medias y pañuelos para regalar.

La inoperancia de lo que quedaba del personal carcelario (ebrio, dormido o fallecido) propició una masiva fuga de cada una de las penitenciarías, lo que hubiera llevado el índice de delincuencia a las nubes de no ser por el temor de los encuestadores a salir a la calle para obtener datos alarmantes que venderles a los candidatos conservadores en campaña, quienes, por otra parte, habían sido atacados mortalmente por su personal doméstico ante la negativa a abonarles un aguinaldo diario.

Desde su lecho de muerte, un funcionario de gobierno dio órdenes precisas de reprimir pero pronto se dio cuenta de que no tenía a quien dársela ya que las fuerzas de seguridad habían desertado para no perderse los festejos.

Finalmente, cuando el horror navideño acabó con toda forma de civilización, las potencias extranjeras decidieron pasar por alto de una vez por todas el principio de no intervención que habían respetado religiosamente hasta el momento. Entendieron que la situación era algo anómala y que –después de todo- ya no quedaban activos por malvender por parte de las alcoholizadas autoridades de la economía local.

Las fuerzas de paz decidieron bombardear cada uno de los posibles focos rebeldes,
es decir todo blanco susceptible a la acción destructiva de las bombas. No podía correrse riesgo alguno en la difícil misión de salvar a los pobladores inocentes. Finalizada esta tarea de profilaxis, la intervención dio a conocer su primera medida: anular la última disposición del gobierno anterior.

El brusco salto de los almanaques fue anunciado con un discurso festivo ante un pequeño número de sobrevivientes que, diezmados por el hambre y el estupor, procedieron a desarmar sus patéticos pinitos falsos jurando en vano no volver a erigirlos nunca más.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Canciones tristes (cantadas como si fueran alegres) 8 *

CTCCSFA 8

Oficina de una dependencia policial. Un grupo de actores ordenan los objetos de la escenografía siguiendo las indicaciones del comisario.

Comisario: Un escritorio y un sillón van a estar bien.

Pausa.

Comisario: Entren las dos sillas. Esas están demasiado nuevas. Bueno, no importa. Ya no hay tiempo de cambiarlas.

Pausa.

Comisario: Hagamos una cosa... Rómpanle un poco el tapizado. Así, sí. ¿Y la palangana? ¡Al rincón!

Pausa.

Comisario: ¡Sonidista! ¡La gota!

Se escucha el ruido de una gota que cae sobre una superficie metálica.

Comisario: ¿No falta algo? ¡El ventilador! ¡Muévanse!

Pausa.

Comisario: Y enciéndanlo por favor... Así.

Pausa.

Comisario: Soy el Comisario. El actor que hace del comisario. Me siento en mi escritorio y me muestro del modo más desganado del que soy capaz. Transpiro.

El comisario moja sus dedos en un vaso de agua y se humedece la frente.

Comisario: Transpiro mucho. Me saco la gorra. La apoyo sobre el escritorio. Y me escarbo los dientes. Eso va a estar bien: me escarbo los dientes con un boleto de tren. Comienza la acción.

¡Ordoñez!

Entra un policía.

Ordóñez: Señor...

Comisario: ¿Cuándo arreglan esta mierda, Ordóñez?

Ordóñez: ¿La filtración del techo, señor?

Comisario: No, el ventilador.

Ordóñez: Ah... Ya hablé con el encargado del área de mantenimiento y me comunicó que el inconveniente sería reparado a la brevedad.

Comisario: ¿Qué esperan? ¿El invierno?

Ordóñez: ¡El invierno! Usted es tan ocurrente, señor.

Comisario: Deje de reírse como un pelotudo y fíjese si puede hacer algo.

Ordóñez: Pero... Yo carezco de los conocimientos necesarios, señor.

Comisario: Concha de su madre, Ordóñez. ¡Fijesé! Debe ser el enchufe, o el cable. Un contacto...

Ordóñez: Lo intento, señor. Ya mismo le...

Chispazos. Ruido de descarga. Ordóñez es despedido un metro hacia atrás. El ventilador se detiene. Ordóñez queda tendido en el piso con el rostro pálido.

Comisario: Ahora sí que la cagó. Ordóñez y la reputísima madre que lo recontra mil parió.

Ordóñez: Le presento mis excusas, señor. Yo le advertí acerca de la ausencia de pericia en tal área.

Comisario: Hable en castellano, boludo. Un hombre de la fuerza debe saber de todo. Y debe tolerarlo todo. No puede ser que un par de voltios lo tiren a la mierda.

Ordóñez: Le reitero mis excusas, señor.

Comisario: Mis excusas la poronga. ¿Qué hago ahora? ¿Me cago de calor?

Ordóñez: Si usted lo desea, yo...

Comisario: Con el brazo que le queda, Ordóñez procede a abanicar a su superior, es decir a mí, valiéndose de una carpeta.

¿Qué hace, pelotudo? Venga más cerca. Así no me llega nada.

Golpes en la puerta.

Comisario: ¿Quién es?

Se abre la puerta lentamente. Sotelo asoma su sucia cabeza.

Sotelo: Permiso.

Comisario: Ah... El boludo que me faltaba.

Sotelo: Vuelvo más tarde si quiere.

Comisario: No... Ahora, después... Usted siempre va a ser un boludo, Sotelo. Pase.

Pausa.

Comisario: Qué olor. ¿Qué se puso? ¿El perfume de la patrona?

Sotelo: Una colonia... Algo fresco.

Comisario: Con bañarse alcanzaba, ¿eh?

Ordóñez: "Con bañarse alcanzaba"... Qué chispa tiene...

Comisario: Usted siga haciendo lo suyo. Cuando se cansa cambia de brazo... Ah, no puede.

A mí me toca un policía lisiado. Soy el rey de los boludos.

Ordóñez: Lisiado no señor: con capacidades diferentes.

Comisario: ¿Qué capacidades diferentes? Le falta un brazo, hombre. ¿No le avisaron?

Sotelo arrastra una de las sillas y se sienta.

¿Y a usted quién mierda le dijo que se sentara?

Sotelo: Usted... Yo lo escuché...

Comisario: Siéntese de una vez, viejo boludo.

Silencio prolongado.

Comisario: ¿Y? No tengo todo el día. ¿Me trajo algo lindo?

Sotelo: Confirmado, señor: esos dos están en algo.

Comisario: Bue... Acabáramos. Cuénteme. Deme detalles.

Sotelo: No... Mucho más que eso no sé.

Comisario: ¿Cómo no sabe? ¿No ve? ¿No escucha?

Pausa.

Comisario: ¡Y usted siga! Hace como 50 grados, ¿no se dio cuenta?

Pausa.

Comisario: Dígame algo... ¿Qué hacen?

Sotelo: Cantan, señor.

Silencio prolongado.

Comisario: ¿Usted me hace abandonar todas mis obligaciones para contarme que dos infelices se juntan a cantar? ¿Usted tiene idea del momento que estamos viviendo, Sotelo? ¿Usted sabe que estamos a punto de ser atacados por una banda de extremistas que odian a la familia, a la patria, a la religión? ¿Quiere que lo meta preso por boludo, Sotelo?

Sotelo: Pero yo estoy seguro de que están en algo.

Comisario: ¡Tráigame pruebas, carajo! ¿Tienen fierros? ¿Están encuadrados? ¿Hacen bombas?

Sotelo: No sé. Pero puede ser...

Comisario: ¿Pudo confirmar la identidad del sospechoso?

Sotelo: Sí. Es él.

Comisario: ¿Y cómo supo? ¿Le revisó los papeles?

Sotelo: No. Lo llamé por el nombre y se puso pálido. Así que es él.

Comisario: Muy bien. ¿Por qué no le dijo que lo teníamos marcado también? Lo mejor que nos podría pasar es que usted se pase del bando de ellos, Sotelo. Usted es el buchón más pelotudo que conocí en toda mi carrera.

Pausa.

Comisario: Confírmeme si están en algo o no vuelva más, ¿me escuchó?

Sotelo: Están en algo. Seguro.

Comisario: En algo que no sea cantar, Sotelo. ¿Quiere hacer algo útil? Tome esta carpeta.

Sotelo: Claro, señor.

Comisario: Tome.

Sotelo: ¿Información sobre Bolaños?

Comisario: Qué información ni ocho cuartos... Usted se para de este otro lado y me hace un poco de aire. Hágale la gamba a Ordóñez que está muy cansado. Ni para esto me sirve.

Sotelo toma la carpeta, se para a mi lado y me abanica. Oscuridad.

Oscuridad.


-Continuará-

* Canciones… obtuvo la Primera Mención en el Concurso de obras inéditas de Teatro 2008 del Fondo Nacional de las Artes. Y busca Director.

Canciones tristes 1

Canciones tristes 2

Canciones tristes 3

Canciones tristes 4

Canciones tristes 5

Canciones tristes 6

Canciones tristes 7

martes, 20 de diciembre de 2011

Canciones tristes (cantadas como si fueran alegres) 7 *

CTCCSFA 7

Habitación de Roberto. Música de piano.

Roberto: Otra interminable noche de verano. Emilio y yo transpiramos ginebra. Hay un ventilador que gira lentamente. Sólo para darle un toque más sórdido a esta obra. La ventana está abierta, la luz es débil. ¿Qué más precisa uno para tener ganas de colgarse de la viga más alta del techo?

¿A qué hora te dijeron?

Emilio: A las 10.

Roberto: No llegamos.

Emilio: Llegamos.

Roberto: No, no llegamos.

Emilio: Si no nos ponemos no, pero...

Roberto: No llegamos.

Emilio: Basta, pelotudo. Larguemos de una vez.

Roberto: No llegamos.

Emilio: Esta es la parte en que le tiro la carpeta por la cabeza. Todas las hojas sueltas se desparraman sobre esta lamentable habitación.

Roberto: ¡Ey! ¡Vos no podés decir eso! ¡No podés dar indicaciones sobre la obra! ¿Está claro?

Emilio: En este momento, nadie sabe quién está en condiciones de dar órdenes. O peor: todos creen que están capacitados para hacerlo.

Roberto: Yo toco el piano.

Se escuchan los primeros cuatro compases de la introducción de una marcha.

Emilio: Esperá que la encuentre...

Se escuchan los primeros cuatro compases de la introducción de una marcha. Emilio canta.

Emilio: Ahí van nuestros patriotas / por una y mil conquistas, / lisiados peronistas, / que avanzan sin cesar.../ Luchando junto al líder / y a los descamisados/ conducen temerarios / sus ágiles rodados...

Roberto: Me río. Me río. No puedo contener la risa.

Emilio: Jamás claudicarán / ante...

Silencio.

Emilio: ¿Qué te pasa, pelotudo de mierda?

Roberto: Es gracioso, che... Perdoná pero es gracioso. Me los imagino a los tipos...

Emilio: ¿Y qué hay?

Roberto: Nada... Es gracioso.

Emilio: A mí me parece una imagen futurista muy poderosa.

Roberto: Puede ser... Puede ser... Es tu letra... Igual te recomendaría que les dejes la partitura, agarres la guita y salgas corriendo. Antes de que te persigan con sus "ágiles rodados" para matarte.

Emilio: No, no... Me parece que no entendés la mecánica.

Roberto: ¿Qué mecánica?

Emilio: Vamos a ir allá a cantársela.

Roberto: ¿Estás loco?

Emilio: En eso quedamos: ellos no leen música, Roberto. Necesitan escucharla.

Roberto: Ni en pedo.

Emilio: Ya quedé.

Roberto: Buscate otro pianista, hermano.

Emilio: ¿Qué te pasa? ¿De qué tenés miedo?

Roberto: ¿De qué? ¿Te parece que vamos a tener una discusión musical? Esos tipos andan calzados hasta para ir al baño. ¿Qué te parece que va a pasar si no les gusta?

Emilio: Son militantes, pelotudo. No cowboys. Te pensás que andan matando pianistas si no les gusta lo que tocan. Salí del pianito, querido. Andá a dar una vuelta por la calle que te va a hacer bien.

Roberto: Y qué hay en la calle, boludos armados. Con o sin uniforme. Eso hay. Mejor me quedo en casa.

Emilio: Vos no entendés nada. No sabés lo que está pasando afuera.

Roberto: ¿Qué pasa afuera, Emilio? Explicame, dale.

Emilio: La gente se prepara para volver a ganar la calle. Eso pasa.

Roberto: La gente. ¿Qué gente? Vos, yo... Sotelo...

Emilio: El pueblo, salame.

Roberto: Uy, cagamos. Apareció el bendito pueblo.

Emilio: Vos no sabés lo que es el pueblo.

Roberto: Sí: el lugar donde se terminan las discusiones. El pueblo dice esto, el pueblo siente aquello. ¿Y quién lo sabe? No me vengas con boludeces peronistas.

Emilio: No somos loquitos, ¿sabés?

Roberto: ¿Quiénes "somos"?

Emilio: Los peronistas.

Roberto: Acabáramos... ¿Y a vos desde cuándo se te dio por el peronismo?

Emilio: ¿Sabés desde cuándo? Desde que me quedé esperando toda la noche que mi viejo volviera a casa. Toda la noche. ¿Y sabés cuando volvió?

Pausa.

Emilio: Nunca.

Pausa.

Emilio: No lo vimos más.

Pausa.

Emilio: Un cajón cerrado y a llorar a la iglesia.

Silencio prolongado.

Roberto: Arriesgaste mi vida.

Emilio: Todos estamos en peligro. Hay una dictadura ahí afuera.

Roberto: Tenía derecho a saber. Y la verdad es que sigo pensando que no me gusta la gente armada. No me gusta.

Emilio: A veces no hay alternativa. El día que podamos votar va a ser distinto.

Roberto: Yo me abro.

Emilio: No podés hacerme esto.

Roberto: Tomá tus papeles y andate.

Pausa.

Emilio: Mientras recogía mis papeles pensé que tal vez esa era la última vez que nos íbamos a ver. Lo hubiera abrazado si no fuera por aquel presagio de traición que nos sobrevolaba. Roberto baja la tapa del piano y camina hacia la ventana. Yo paso por arriba de la cama, sin sacarme los zapatos, y abro la puerta para salir de su vida.

Pausa.

Roberto: Sigue ahí.

Emilio: Ya sé.

Pausa.

Oscuridad.

Voz de Roberto: ¿Vos dijiste "oscuridad"?

Voz de Emilio: No. ¿Y vos?

Voz de Roberto: No. Qué raro, ¿no?

Voz de Emilio: Sí. Muy raro.

-Continuará-

* Canciones… obtuvo la Primera Mención en el Concurso de obras inéditas de Teatro 2008 del Fondo Nacional de las Artes. Y busca Director.

Canciones tristes 1

Canciones tristes 2

Canciones tristes 3

Canciones tristes 4

Canciones tristes 5

Canciones tristes 6

lunes, 19 de diciembre de 2011

20 de diciembre

 

Se cumplen 10 años de aquel día de aspectos tan oscuros y a la vez tan claros. Jornada de tragedias que traía a su vez la buena noticia de que algunas cosas ya no podrían ocurrir en la Argentina nunca más.

Sobre las particularidades del gobierno de la Alianza, ya escribimos algo acá.

Sobre aquella jornada y sus enseñanzas, trata este spot que escribimos para CQC.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Canciones tristes (cantadas como si fueran alegres) 6 *

CTCCSFA 6

06.

Habitación de Roberto. Sotelo está sentado en la cama. Se escucha la canción "Un muchacho como yo" emitida por una radio. Golpes en la puerta.

Sotelo: ¿Quién es?

Pausa.

Sotelo: ¡Quién!

Voz de Emilio: ¿Roberto?

Sotelo: Puta... Ya va. Ahí le abro.

Pausa.

Sotelo: Usted.

Emilio: ¿Roberto no está?

Sotelo: No. ¿Quiere esperarlo?

Emilio: Eh...

Sotelo: Vamos, pase. Tómese unos mates. Su amigo debe estar por llegar.

Emilio: En todo caso yo... No, no cierre la puer...

Sotelo: Son y veinte... En quince minutos está acá.

Pausa.

Emilio: Qué raro que haya salido.

Sotelo: Hoy es miércoles. Tiene conservatorio hasta las 12. Es el único día que sale.

Emilio: ¿Y él sabe...?

Sotelo: ¿Qué?

Emilio: Si él sabe que usted está acá.

Sotelo: ¡Yo tengo la llave! ¿No pensará que la tengo de adorno?

Pausa. Sotelo canta.

Sotelo: Una chica como tú/ que sabe lo que quiero...

¿Un mate?

Emilio: No, gracias.

Sotelo: Vamos, no sea zonzo. ¿No le gusta esta música?

Emilio: Y...

Sotelo: Es alegre, por lo menos. ¿Cómo no le gusta?

Emilio: La letra no me gusta.

Sotelo: ¿Por qué? Explíqueme.

Emilio: Bueno, son gustos.

Sotelo: Usted sabe de esto... Explíqueme. ¿Por qué piensa que es una mierda?

Emilio: Yo no dije eso.

Sotelo: Pero lo piensa.

Pausa.

Emilio: Si quiere que le diga. Me molesta el abuso de rimas consonantes.

Sotelo: ¿Y eso?

Emilio: Esos versos con palabras tan parecidas para que le peguen... "rencor-amor"... Qué sé yo...

Pausa.

Sotelo: Como la marchita.

Emilio: Y sí...

Pausa.

Emilio: Igual, una cosa es rimar "corazón" con "Perón" y otra rimar "claramente" con "definitivamente"... La verdad que para hacer rimar dos adverbios de modo hay que ser bastante hijo de puta...

Pausa.

Sotelo: Igual, ésta es más alegre... Termina bien por lo menos...

Emilio: Puede ser...

Pausa.

Sotelo: A Robertito le gusta el tango, ¿no?

Emilio: Sí... No todo, pero le gusta.

Sotelo: A mí no me va eso... Todo es tan triste...

Pausa.

Sotelo: Ya bastante triste es la vida, ¿no le parece?

Emilio: A lo mejor por eso es triste el tango. Porque habla de nuestras vidas.

Sotelo: Yo no quiero que me hablen de mi vida. Bastante que tengo que vivirla, señor.

Pausa.

Sotelo: ¿Hace mucho que se conocen?

Emilio: ¿Con Roberto? Más o menos... ¿Podría bajar un poco?

Sotelo: Se la apago...

Silencio.

Emilio: No era necesario.

Pausa.

Sotelo: Somos bastante amigos con Roberto... El otro fin de año lo pasó en mi casa, así que fijesé...

Emilio: No sabía.

Sotelo: Y... Con quién lo iba a pasar.

Pausa.

Sotelo: Fenómeno estuvo.

Emilio: Me imagino.

Sotelo: Hicimos un lechoncito.

Emilio: Mire. Qué bien.

Sotelo: Qué rico es el lechón, ¿eh?

Pausa.

Sotelo: Además, nada de carnicería. No señor. Voy al campito de unos amigos y me lo traigo de allá. Usted compra un lechón en la carnicería y no sabe cuánto hace que lo mataron. No sabe si el bicho es sano...

Emilio: No, claro.

Sotelo: ¿Y qué comió? No sabe qué comió el bicho.

Emilio: No sabe...

Pausa.

Emilio: Es raro, ¿no?

Sotelo: Ya debe estar por venir. Habrá ido a comprar algo. Es el único día que sale.

Se escuchan ruidos que vienen de la calle. El chirrido de un auto al frenar. Puertas que se abren y se cierran. Corridas.

Emilio: ¿Qué pasó?

Sotelo: Un procedimiento...

Pausa.

Sotelo: Al horno, es una hora por kilo...

Emilio: ¿Qué?

Sotelo: El lechón: al horno es una hora por kilo. Lleva lo suyo.

Emilio: Sí, sí. Lleva lo suyo. Ya debe llegar, ¿no?

Sotelo: Ojo que también es cómo se lo mata. Es un arte matar un chancho. Usted no es de campo... No sabe. Usted va a la carnicería y pide un lechón. ¿No?

Emilio: Yo, no... En general...

Sotelo: Hay que poner a hervir agua, mucha agua. ¿Me devuelve el mate?

Emilio: Sí, perdón.

Sotelo: Va a necesitar una tabla bien grande o una mesa. Y un palo... Un fierro. Y, fundamental, hay que atar una soga en la pata del chancho. Ya va a ver por qué. No sea ansioso.

Emilio: No, si yo no...

Sotelo: Hay que atarle la pata al chancho. Y lo va arriando hacia el lugar. Tranquilo, con paciencia. Si le tira de la pata, el chancho llora y se le complica todo. Porque el chancho es un animal rebelde. Rebelde y llorón.

Pausa.

Sotelo: Cuando lo tiene sobre la tabla, ahí recién tironea. Y el chancho le tironea también. Porque, ¿sabe una cosa? El chancho no quiere morir.

Emilio: Obvio.

Sotelo: No, obvio nada. Porque un animal como la vaca se entrega a la muerte con... Cómo decirle...

Emilio: Con mansedumbre.

Sotelo: Eso... Con mansedumbre. Me gusta porque usted tiene palabras.

La vaca se entrega a la muerte. Es como un destino. La vaca es un ejemplo. Es sabia. Da todo lo que tiene que dar. El chancho no. Llora. Chilla el chancho. Grita el desgraciado. Pelea el chancho, pelea... Hasta que...

Sotelo da un golpe violento sobre la mesa de luz de Roberto.

Sotelo: ¡Le da el palazo!

Pausa.

Sotelo: A veces no alcanza. A veces hay que darle dos o tres. Pero no para matarlo. Hay que dejarlo medio boludo nada más. Y ahí es cuando le clava la puñalada. Ahí está el arte. La puñalada tiene que ser justo en la arteria. Justo acá, ¿ve? Ahí...

Emilio: ¿Qué hace? ¡Largue!

Sotelo: Tranquilo. Le muestro nada más.

Emilio: Ya entendí.

Sotelo: Acá, es. Entonces se le pone la cabeza colgando de la mesa. Y pone una olla abajo y empieza a recoger la sangre. Y con eso ¿qué hace?

Emilio: No, no sé.

Sotelo: La morcilla, hombre. Pero usted no tiene ni idea. Por eso no hay que matarlo, para que el bicho se desangre, ¿me entiende? Y usted dirá, ¿la sangre no se coagula?

Emilio: La verdad...

Sotelo: Le pone sal. Sal, ¿entiende?

Emilio: Le sacan toda la sangre.

Sotelo: No, toda no. Hay que dejarle algo de sangre. Si no la carne se echa a perder. Además es el jugo. Usted después moja el pancito seguro. ¿Mate?

Emilio: No quiero más, gracias. Me parece que me voy a ir.

Se escuchan disparos en la calle. Hay corridas. Ruido del motor de un auto al ponerse en marcha y arrancar a gran velocidad.

Sotelo: Se acabó todo, ahí.

Emilio: ¿Qué pasó?

Sotelo: Mejor no saber, señor.

Pausa. Sotelo camina hacia delante. Se despega de Emilio. Declama. Emilio mira por la ventana.

Sotelo: Hay un momento que siempre me gustó. Es cuando el chancho empieza a morirse. Pero a morirse de verdad. Hay un temblequeo. Como si se sacudiera el alma del cuerpo. Porque en ese momento, uno juraría que los chanchos tienen alma. Usted le apoya las manos al chancho y nota como que se enfría. Nota cómo se apaga la vida en ese cuerpo. Cuando era pibe, mi papá me obligaba a hacerlo. A poner mis manos sobre el chancho moribundo. Eso y a cortarles los colmillos y caparlos. ¿Sabe lo que es caparlos no? ¡Zás!

Eso se hace como a las dos semanas, cuando todavía son chiquitos. Le digo que si no le corta los huevos al chancho, después está incomible. Tiene un gusto a meo espantoso.

Pausa.

Sotelo: Después, con el agua hirviendo lo va pelando. Y cuando está pelado le saca la cabeza y las patas. Y ahí ya no es un chancho. Ya no lo reconoce. Podría ser cualquier otra cosa. Otro animal. Una máquina.

Pausa.

Sotelo: Cierre la ventana, hombre. Y no llore.

Pausa.

Sotelo: Ahí lo pone boca arriba y le hace unos cortes para sacarle las vísceras. Los intestinos, el hígado, el corazón... Y después va cortando todo: los músculos, los huesos. Todo el cerdo se come... Lo que no se comen las personas, se lo pica y se le da a los animales. O a los pobres.

Emilio: La chica... El auto azul...

Sotelo: No sea sentimental Bolaños.

Pausa. Emilio gira lentamente hasta quedar frente a frente con Sotelo.

Emilio: ¿Y usted cómo sabe que me llamo Bolaños?

Se abre la puerta. Entra Roberto.

Roberto: Oscuridad.

Oscuridad.

-Continuará-

* Canciones… obtuvo la Primera Mención en el Concurso de obras inéditas de Teatro 2008 del Fondo Nacional de las Artes. Y busca Director.

CT (CCSFA) 1

CT (CCSFA) 2

CT (CCSFA) 3

CT (CCSFA) 4

CT (CCSFA) 5

1949 - 2011

next_hitch

“En todo caso, no cabe duda de que la forma original de tiranía del hombre sobre el hombre, y del hombre sobre el pensamiento del hombre (a veces llamada totalitarismo), era teocrática, y nunca se derrotará del todo el absolutismo o la arbitrariedad si no se tiene la lucidez de rechazar a cualquier dictador cuya autoridad se base en lo sobrenatural.

Yo mismo he intentado formular una postura que he llamado antiteísta. A fin de cuentas, hay ateos que dicen que les gustaría que fueran verdad los mitos, pero no pueden suspender la incredulidad como es debido, o bien les entristece haber renunciado a la fe. Mi respuesta es la siguiente: ¿a quién le parece deseable la existencia de un despotismo celestial permanente e inalterable que nos someta a una vigilancia continua, pueda condenarnos por delitos de pensamiento, y nos considere como su propiedad privada incluso después de nuestra muerte? ¡Cuánto debería alegrarnos la idea de que no haya una sola prueba respetable en apoyo de tan horrible hipótesis! ¡Y cuánta gratitud deberíamos sentir hacia nuestros predecesores que repudiaron esta negación absoluta de la libertad humana!”

 

De la introducción de Christopher Hitchens a DIOS NO EXISTE.

martes, 13 de diciembre de 2011

Los puros

images

¿Qué decir sobre la polémica Barragán-Marchetti que no se haya dicho con mayor o menor felicidad? No puedo agregar mucho sobre el hecho que la dispara. Sí, sentar rápidamente posición sobre algunos puntos sólo para que no parezca que al poner el foco en otro lado los menosprecio. Que uno debe andar así de cuidadoso últimamente.

Vituperar a una mujer por su aspecto físico, peor aún, calificarla según lo que supuestamente su forma de vestir permitiría inferir, es un gesto sumamente reaccionario. Así lo lleve a cabo el Che con su puño izquierdo en alto en pleno descenso de Sierra Maestra.

Molestar a una mujer mentando el apellido de un ex, no mejora mucho las cosas. Siendo menos violento, traduce una noción de propiedad que no se desplegaría si el blanco de las ofensas fuera un hombre.

En otro orden, no puedo omitir mi sospecha, sin que nada justifique lo anterior, de que si una mujer hace campaña política jugando con su aspecto físico, también realiza un aporte, mucho más tenue, claro está, al transitadísimo recorrido de la cosificación femenina.

Dicho esto, voy al punto que creo dejamos pasar en este juego de mentira verdad sin demasiado sentido. En un momento de la respuesta de Marchetti a Barragán, el director de Barcelona le espeta al panelista de 678 su pretérito trabajo en radio Mitre, es decir, la emisora perteneciente al grupo Clarín. Lindo, ¿no?

Acusar a un profesional de los medios por los lugares en los que trabajó sin hacer hincapié en la forma en la que transitó aquello, en si contrarió públicamente sus principios, en si violentó su conciencia para hacerlo, en si se arrastró o lamió partes pudendas al aire para sostener su posición, es de una ligereza solo atribuible a la estupidez o a la deshonestidad intelectual. Así que, o dudamos de todo lo que se nos dice, una y otra vez, acerca de la descomunal lucidez de Marchetti, o nos inclinamos tristemente por la segunda opción.

Es cierto que 678, con sus virtudes y defectos, ha hecho bastante por fijar esta clase de razonamientos que, escribí alguna vez, se parecen demasiado a un tribunal de pureza. También es cierto que si el razonamiento es despreciable, hasta los integrantes de 678 deberían estar a salvo de él.

A nadie lo define el espacio en el que trabaja si no qué hace en él. Mucho menos lo define el medio en el que se emite ese espacio. Y ni hablar de la conducta de los dueños de ese medio. Tomar esta pauta de conducta para juzgar y para juzgarnos nos impediría laburar casi en cualquier sitio.

Aquel principio de aceptar que no podés decir todo lo que pensás pero nunca decir lo que no pensás, es la manera de llevarse éticamente con este asunto. Y todos lo sabemos.

Salvo que seamos muy garcas o muy boludos.

Eduardo Aliverti hace su programa (pagando su espacio, supongo) en una radio perteneciente a Vila, Manzano, De Narváez, etc. ¿Y quién tiene el suficiente peso específico en este medio para ir a medirle el aceite de la independencia o la coherencia a Aliverti?

¿Quién tiene la estatura para ir a facturarle a Alejandro Dolina que se “dejó contratar” unos cuantos años por la radio de Daniel Hadad? Ah, la charla de su primer programa en la 10 fue sobre la Revolución Cubana. Si eso no es sentirse libre, qué podrá serlo.

Las cosas que decía Barragán en radio Mitre (la verdad, lo escuchaba más asiduamente en esa época que ahora) para nada parecen contrariar sus opiniones actuales. Y escucharlo junto a Castelo, Halperín, Maciel, Gillespi y compañía era un alivio en momentos en que los debates mediáticos de hoy (con todos sus excesos y sus brutalidades) no se podían ni imaginar. No lo escuché allí, que yo recuerde, sostener los encantos de la adopción turbia de menores durante la dictadura. Pero bueno, tampoco lo escuché todo todo el tiempo. Tal vez hizo una apología cantada y me la perdí.

Que muchos de los que critican el hostigamiento de 678 a los colegas por el lugar en el que trabajan aplaudan, ahora, hasta con los pies, cuando esto lo dice alguien que ataca a un integrante del programa, sólo revela la levedad con la que algunos navegan estos tiempos de discusión.

Todos debemos haber laburado en lugares que nos gustaron más o menos. La pregunta es qué hicimos cuando estuvimos ahí. Levantar nuestros deditos desde un pedestal, ya sea éste el del sello IRAM de lo Nacional y Popular o el de la más osada independencia de los poderes fácticos, aburre. Pero además, es riesgoso. Nadie habría caído al aquí y ahora desde una nave alienígena. Y no faltaría quien podría decir, por ejemplo, que mofarse violentamente de los padres de las víctimas de Cromañón mientras se hace un programa en el canal del gobierno de la Ciudad de entonces, no es tal vez la más edificante manifestación de contracultura. Qué sé yo. Relajemos. Parece que a los últimos puros que vimos en la tele se los fumó Tato.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Canciones tristes (cantadas como si fueran alegres) 5 *

ctccsfa5

Habitación de Roberto.

Roberto: Hay golpes en la puerta.

¿Quién es?

Voz de Emilio: Yo... Emilio.

Roberto: Pasá.

Emilio entra. Está agitado. Lleva puesto un traje arrugado. Tiene algo de polvo en la espalda y el bolsillo derecho del saco está descosido. Tiene la camisa afuera y los zapatos embarrados. Respira con dificultad.

Roberto: Emilio entra. Está transpirado. Tiene la ropa destrozada. Sí, destrozada. Y las dos rodillas raspadas, con sangre seca. Puedo verlo porque la tela del pantalón se rompió. Sus zapatos están llenos de barro. Respira con dificultad, se ahoga.

¿Qué te pasó? Habíamos quedado a las cuatro...

Emilio: Sí... A las cuatro... Sí...

Roberto: ¿Podés decirme qué te pasó? Estás hecho un desastre.

Pausa.

Roberto: ¿Fuiste a ver a los tipos?

Emilio: Esperá... Me pasó algo...

Roberto: ¿Qué? Tenés los zapatos llenos de barro.

Un momento. Un momento por favor. Me quedo mirándolo como congelado.

No puede ser. No es.

Pausa.

Roberto: Me habla con su voz ridícula, su impostura. Me parece que habla. Pero no puedo escucharlo. Sólo puedo pasar mis dedos por la tela desgarrada. No puede ser. Es.

Emilio: Vos no sabés lo que me pasó...

Roberto: Es mi traje...

Emilio: Caminaba por la vereda, tranquilo...

Roberto: Está todo roto.

Emilio: No había nadie... Yo no había visto a nadie.

Roberto: Lo destruiste.

Camino a su alrededor. Y bla bla bla. Yo camino a su alrededor. Le saco el polvo de la espalda con unas palmadas.

Pausa.

Roberto: Ahora un poco más fuerte. Más fuerte. Y creo que lo estoy golpeando. Pero él no reacciona. Bla bla. Sólo palabras. Yo cierro mi puño y lo golpeo entre los omóplatos. Recién ahí parece entender. Se da vuelta y trata de sostenerme las dos manos.

Emilio: ¿Qué hacés, pelotudo? ¿Querés pelear?

Roberto: Era mi traje, Emilio. Lo arruinaste. Lo arruinaste todo.

Emilio: No sabés lo que me pasó.

Roberto: Necesito aire. Camino hacia la ventana. La abro. Saco mi cabeza. Emilio habla. Emilio sólo habla. Siempre habla, habla.

Emilio: No había nadie. Nadie. La calle silenciosa... El cielo diáfano... Y la vi ahí...

Roberto: ¿Qué? ¿A quién viste?

Emilio: Una piedrita... Redondeada... Casi esférica... Unos dos centímetros de diámetro. La vi justo. Y no me pude resistir... ¿Vos podrías?

Pausa.

Emilio: Encima levanto la vista y veo un farol... Y al lado... ¿Qué hay justo al lado? El poste de un cartel de "prohibido estacionar". El poste blanco, reluciente... Justito al lado del gris... Dos postes, ¿entendés?

Roberto: No.

Emilio: Un arco, boludo. Dos postes delimitando un arco perfecto. Perfecto. El ángulo complicado, es cierto. Venía un poco jugado, había que darle el chanfle justo...

Roberto: Giro y lo veo. Emilio se para en un pie y se toma la punta del zapato derecho con la mano izquierda. Ese hombre no está bien.

Emilio: Había que impactarle con esta zona: el borde interior del botín...

Roberto: ¿Qué botín?

Emilio: Yo venía como quien sale de la posición del número 11...

Pausa.

Emilio: Calculo los pasos... Son seis... Seis pasos, seis metros, Roberto... Lo justo. Hay que calcular lo justo para llegar con la pierna hábil, ¿sabés? Y yo soy derecho... Tenés que llegar preciso, firme, armónico. Como para que la pierna tenga el recorrido necesario... Y tampoco hay que tomar demasiada carrera. Desconfiá de esos, Roberto. Un tipo que toma mucha carrera va a tirar una masita...

Roberto: Emilio camina hacia atrás. Tiene el traje roto. Y habla.

Emilio: Un metro, un paso...

Roberto: Emilio se choca con la mesa de luz.

Roberto: Tratá de no romper nada, Emilio...

Emilio: Primer paso...

Pausa.

Emilio: Veo que no viene nadie... No hay marcas...

Roberto: No hay arquero...

Emilio: El arco es chico. Si querés arquero, poneme un arco con las medidas reglamentarias. Dos pasos...

Pausa.

Emilio: No hay nadie... No hay marcas... Me molesta un poco el sol en la cara, es verdad... Pero no me voy a hacer visera con la mano, queda espantoso...

Pausa.

Emilio: Entrecierro los ojos...

Roberto: Emilio entrecierra los ojos.

Emilio: Tres pasos...

Roberto: Algún día iba a dar un concierto con ese traje.

Algún día iba a dar un concierto con ese traje.

Emilio: No se ve a nadie. Nadie sale a cerrar. Como toda tribuna, un perro echado al sol. Disfrutando a su manera de este día ideal para la práctica del deporte al aire libre. Un triste perro echado detrás del arco. Pero dormido.

Pausa.

Emilio: Cuatro pasos...

Pausa.

Roberto: Sin traje no hay nada.

Emilio: Nadie... Siento como un hormigueo en el muslo izquierdo. El aductor, deduzco. Pero no es tiempo de claudicaciones. No cuando uno está tan cerca de la línea de gol... El sol como toda barrera. El perro dormido. No hay marcas...

Pausa.

Emilio: Cinco pasos.

Roberto: Emilio da un paso. Mira hacia todos lados concentrado. Sin traje no hay nada.

Emilio: Sigo solo...

Roberto: Emilio, el hombre que arruinó mi vida, mueve los brazos como un futbolista que se desplaza en cámara lenta hacia la ejecución de un penal.

Emilio: Empiezo a inclinar ligeramente el cuerpo hacia mi izquierda. El objetivo: adoptar la postura de una tapa de GOLES... Una verdadera estampa futbolera, Roberto. La cabeza gacha. Los brazos bien separados del cuerpo. El sol que molesta. El perro que duerme.

Pausa.

Emilio: Hay un pinchazo en la zona posterior de la pierna izquierda. Me hago el sota, el que acá no pasa nada, el babieca, Roberto.

Pausa.

Emilio: Un paso...

Pausa.

Emilio: Un paso, Roberto...

Pausa.

Emilio: Firme el pie izquierdo en la vereda. La derecha que toma impulso desplazándose hacia atrás. Lo justo. Ni mucho ni poco. Lo estrictamente necesario. Mientras el perro duerme. Y el sol que ya no importa.

Siento un fuego, Roberto...

Un claro indicio de mi falta de forma. Pero ¿qué voy a hacer? ¿Voy a desertar justo en el momento más importante de mi carrera?

Y allá voy... La calzo justo de puntín... Para asegurar, ¿viste? El impacto es perfecto, inmejorable, y el útil se mete besando el segundo palo.

Puedo escuchar a la afición enfervorizada... Ver los brazos que se agitan... Las banderas en lo alto, tocando el cielo en un solo grito de la popular que salta... Que vuelve a cantar después de tanto, tanto silencio...

Pausa

Emilio: Pero... El estigma agridulce de esta vida puta, Roberto... La pelota imaginaria continúa su trayectoria una vez traspasada la meta e impacta de lleno en la inútil testa del can... Si lo intentaba otras treinta veces no lo conseguía... Pero pasó...

Pausa.

Emilio: Y la bestia que se incorpora como impulsada por un resorte, por un mecanismo diabólico... —¡ya voy mamá! — Abre sus ojos negros, penetrantes, asesinos... Y me mira... No sé cuanto tiempo pasó: un segundo, dos... Me muestra los dientes... Está furioso. Como si el gol se lo hubiera hecho a él. —¡Quiero ver qué pasa! ¡Nada más! ¡Ya voy!— Ladra con ferocidad, Roberto... Levanta el lomo como si sacara una joroba. Hay un brillo de muerte en esa mirada. Hay un pasado oscuro de sangre bebida a mordiscones.

Pausa.

Emilio: Yo miro para todos lados... Y corro... Corro hacia dónde puedo... —¡Me parece que estoy perdido!— Son cuadras y cuadras... Estoy cada vez más lejos de casa... Mamá se va a preocupar... Pero me sigue, me sigue, lo tengo cada vez más cerca... Escucho esa respiración caliente y corro. Corre.

Llego a un descampado, Roberto... Y corro campo traviesa... Con mis patitas flacas. Patitas de nene. Corro entre el barro... Entre las latas oxidadas... Como corrió él: entre el barro y las latas y la basura... Él corrió y corrió.

Pausa.

Emilio: Hace frío, Roberto... Un frío cruel... Y sin embargo hay mosquitos que se me clavan en la sien... La chatarra me corta los zapatos... Y tengo que seguir...

Pausa.

Emilio: Escucho los ladridos... Me busca... Ya ni sé dónde estoy... Me ahogo de cansancio... Papá es mucho más fuerte. Papá corre... Todavía corre.

Pausa.

Emilio: Se hizo de noche, Roberto... Corro, corro, corre... Corremos los dos. Yo, más rápido. Soy más chiquito. Siempre le gano.

Nos iluminan las luces de una camioneta...

Pausa.

Emilio: Salto sobre un pozo ciego... Papá salta... Corre, corre... El corazón agitado le va a explotar de dolor, de pena... Los tiene cada vez más cerca... Esos ojos asesinos que muestran los dientes. Los dientes furiosos... Pero él corre. Sabe que no hay mañana si no corre. Siente el olor a pólvora de la historia... Un pasado oscuro de sangre bebida a mordiscones.

Corre...

Pausa.

Emilio: Hay balas... Balas que zumban por todos lados... Que me rozan la cabeza... Le rozan... Veo una zanja... Una zanja y me tiro, me tiro de cabeza... A hacerme el muerto... A pocos metros, se escuchan las descargas...

Me parece que le dieron, Roberto...

Parece que le dieron...

Ya no va a volver a casa nunca más.

Roberto: Emilio cae de rodillas. En el piso. Esta va a ser la única vez que le acaricio la cabeza.

Pausa.

Roberto: Oscuridad.

Oscuridad.

-Continuará-

* Canciones… obtuvo la Primera Mención en el Concurso de obras inéditas de Teatro 2008 del Fondo Nacional de las Artes. Y busca Director.

CT (CCSFA) 1

CT (CCSFA) 2

CT (CCSFA) 3

CT (CCSFA) 4

martes, 6 de diciembre de 2011

Canciones tristes (cantadas como si fueran alegres) 4 *

ctccsfa 4

Habitación de Roberto.

Se escuchan los primeros cuatro compases de la introducción de una marcha.

Emilio: Pará, pará...

Roberto: ¿Qué?

Emilio: No resolvimos si los lisiados marchaban.

Roberto: Dijimos que no.

Emilio: No. Vos dijiste que no.

Roberto: Está claro que no.

Emilio: Y si no marchan, ¿qué hacen?

Roberto: No sé: luchan, viven, militan, conducen sillas de ruedas... Tantas cosas pueden hacer... Lo único que no pueden hacer es marchar.

Emilio: Depende. ¿Marchar es "caminar" específicamente? O es avanzar... Desplazarse...

Roberto: Una marcha es a pie, Emilio. Hasta yo lo sé.

Emilio: Y si no pueden marchar, ¿por qué les hacemos una marcha?

Pausa.

Emilio: ¿Para qué la quieren, además? ¿Para qué quieren una marcha si no pueden marchar?

Roberto: Agradecé que no pidieron una danza.

Emilio: Tenemos que ver qué hacemos... Qué les decimos...

Roberto: O un himno... Un himno tampoco...

Emilio: ¿Cuándo usarían la marcha? ¿Van a movilizaciones ellos?

Roberto: Un himno hay que cantarlo de pie. Si no es una falta de respeto.

Emilio: ¿Van a las marchas? ¿Cómo hacen para ir a las marchas?

Pausa.

Emilio: Estoy confundido. Creo que me faltó hacerles un par de preguntas. Lo que pasa es que no quería que se dieran cuenta de que somos perejiles. Que no entendemos nada.

Roberto: Vas a tener que decirles que no... Que no les hacemos nada.

Emilio: No podemos, ¿estás loco?

Roberto: ¿Qué hay? No me vengas con los compromisos y toda esa tontería política.

Emilio: No podemos. Cobré un adelanto.

Roberto: ¿Qué?

Emilio: Eso: cobré un adelanto.

Roberto: No me dijiste nada.

Emilio: No salió el tema.

Roberto: ¿Cómo no salió el tema? ¿Tiene que salir el tema para que me lo digas?

Emilio: Se me pasó.

Roberto: ¡Se te pasó!

Emilio: Con esto del auto azul.

Pausa.

Roberto: ¿Te dieron fecha?

Emilio: El lunes.

Roberto: Estamos fritos.

Emilio: Llegamos. Ya casi la teníamos. Si no fuera por este temita de que no caminan ya estaba listo.

Pausa.

Roberto: Dame la mitad.

Emilio: Ya lo gasté.

Roberto: ¿Todo?

Emilio: No era mucho.

Roberto: Cuánto.

Emilio: Doscientos.

Roberto: ¿Y ya te los gastaste?

Emilio: Tengo necesidades.

Roberto: Yo también.

Emilio: Vos sos un artista, Roberto.

Roberto camina hacia la ventana.

Emilio: ¿Adónde vas?

Roberto: ¡A ver!

Pausa.

Roberto: Sigue ahí.

Emilio: ¿Ves a alguien?

Roberto: No.

Pausa.

Roberto: Vamos...

Se escuchan los primeros cuatro compases de la introducción de una marcha.

Emilio: Escucho pasos.

Roberto: Se acercan.

Emilio: Están golpeando la puerta.

Roberto: Son ellos.

Emilio: Están golpeando la puerta.

Voz de hombre: ¡Señor Flores! ¡Soy Sotelo!

Emilio: ¡Dios mío!

Voz de hombre: Le recuerdo que después de las 19 está prohibido hacer ruido.

Roberto: No se preocupe...

Emilio: Ruido. Animal.

Roberto: Es increíble: son las siete de la tarde.

Pausa.

Emilio: Roberto, vuelven. Los pasos vuelven.

Voz de hombre: Señor Flores. ¡Soy Sotelo!

Roberto: Sí.

Voz de hombre: ¿Hay otra persona con usted?

Pausa.

Roberto: No, no. Estoy solo.

Voz de hombre: Ah... Como no lo había visto salir a su amigo. Se ve que me distraje.

Roberto: ¿Qué amigo?

Voz de hombre: Ese amigo suyo. Tan raro. ¿Puedo pasar?

Roberto: No... No...

Roberto mira a Emilio.

Roberto: Emilio, debajo de la cama...

Emilio: ¿Qué decís?

Roberto: Dale. No quiero que te vea acá.

Emilio: ¿Qué pasa? ¿Le tenés miedo al viejo?

Roberto: ¡Sí! ¡Por favor! Metete debajo de la cama.

Voz de hombre: ¿Puedo entrar?

Roberto: Emilio se agacha con dificultad. Se ve que no está muy en forma. Se arrastra por el piso y mete su cabeza debajo de la cama. Pero hay un problema.

Emilio: No hay lugar acá: está la valija.

Roberto: ¡Sacala!

Emilio: La saco, la saco... Pero, ¿por qué tenés la valija hecha? Vos te vas a rajar, ¿no?

Roberto: ¡Te dije que no!

Empiezo a darle patadas a Emilio hasta que mete todo su cuerpo debajo de la cama. Veo que Sotelo ya hace fuerza con el picaporte. Trato de frenarlo. Forcejeamos. Finalmente, logra entrar. Es un hombre gordo de unos 60 años. Lleva el pelo corto y bigotes. Viste una camiseta musculosa y un pantalón de fútbol.

Sotelo: Quería asegurarme. Ese hombre me da mala espina.

Roberto: ¿Emilio?

Sotelo: No me gusta. Tenga cuidado. ¿Lo conoce bien?

Roberto: Sí... Bueno, más o menos.

Sotelo: No nos gusta.

Pausa.

Roberto: ¿No les gusta?

Pausa.

Roberto: Quédese tranquilo.

Sotelo: Hay mucho loquito suelto en este momento, ¿se da cuenta? Las cosas se están por salir de madre otra vez. Y yo no sé cómo van a hacer.

Roberto: No. Claro...

Pausa.

Sotelo: Bueno.

Pausa.

Sotelo: ¿Me puedo sentar?

Roberto: Tengo que salir, Sotelo.

Sotelo: ¿A esta hora? No irá a encontrarse con ese...

Roberto: Tengo que vestirme.

Sotelo: Me voy entonces.

Roberto: Sí.

Pausa.

Sotelo: No me va a decir dónde es que va.

Pausa.

Sotelo: Una novia...

Roberto: Sí... Algo así... Se me hace tarde.

Sotelo: Bueno. Lo dejo entonces.

Pausa. Roberto sale de debajo de la cama con mucho trabajo. Trata de levantarse. No lo logra. Roberto le extiende la mano.

Emilio: No se iba más.

Roberto: Se escuchan pasos... ¡Vuelve!

Roberto suelta la mano de Emilo. Emilio cae. Roberto lo patea. Emilio se mete debajo de la cama.

Emilio: Concha de tu madre, Roberto.

Se abre un poco la puerta. Se asoma Sotelo que habla agitado.

Sotelo: Vio que los mataron, ¿no? Quisieron escaparse y hubo un tiroteo.

Roberto: ¿Quiénes?

Sotelo: En el sur.

Roberto: Qué cosa.

Sotelo: Los mataron a todos.

Pausa.

Sotelo: ¿Usted se va de viaje?

Roberto: ¡No!

Sotelo: Bueno... Perdone.

Roberto sale de debajo de la cama.

Emilio: Ayudame a salir, hijo de puta. Mirá que hacer este quilombo por un viejo de mierda.

Roberto le extiende la mano. Lo levanta con dificultad.

Emilio: Se me hizo tardísimo. ¿Seguimos mañana?

Roberto: Pará... ¿Estás loco? Te va a ver salir.

Emilio: Y bueno, ¿qué hay? ¿Se va a poner celoso?

Roberto: Yo le dije que no estabas.

Emilio: ¿Y qué querés que haga, boludo? ¿Qué baje por la ventana?

Roberto: No, no...

Roberto saca la valija. La abre. Saca el traje negro de su interior. Emilio lo mira.

Emilio: ¿Qué es esto?

Roberto: Ponételo. Así piensa que el que se va soy yo.

Pausa. Se miran. Emilio toma el traje.

Emilio: Qué cagón que sos, Roberto. Qué cagón.

Roberto: Oscuridad.

Oscuridad.

-Continuará-

* Canciones… obtuvo la Primera Mención en el Concurso de obras inéditas de Teatro 2008 del Fondo Nacional de las Artes. Y busca Director.

CT (CCSFA) 1

CT (CCSFA) 2

CT (CCSFA) 3

sábado, 3 de diciembre de 2011

Canciones tristes (cantadas como si fueran alegres) 3 *

18

Habitación de Roberto. Roberto entra. Toma un autito que está apoyado sobre el piano. Lo desliza sobre el teclado. Ruido de teclas.

Roberto: Buscar en los recuerdos. Algo hay. La infancia es lo que no se habla.

Deja el autito sobre el piano. Camina por la habitación. Se sienta en la cama. Se saca los zapatos. Los lustra con la manga de la camisa. Abre una caja que está apoyada sobre la cama. Saca un par de zapatillas viejas. Se las pone. Guarda los zapatos en la caja.

Se agacha en el piso para ver debajo de la cama. Saca una vieja valija marrón. La sube a la cama. La abre. Guarda la caja de zapatos.

Abre el armario. Hay un traje negro colgado y cinco perchas vacías. Lo guarda en la valija con la percha puesta.

Abre el cajón de la mesa de luz. Lo saca. Lo da vuelta sobre la cama. Cae algo de tierra. Lo vuelve a colocar.

Camina por la habitación mirando para todos lados. Descuelga la foto de una anciana que está colgada en la pared. La besa. La pone en la valija.

Camina hacia el piano. Toma el cochecito. Lo guarda en la valija.

Camina por la habitación. Mira un crucifijo que está colgado en la pared, sobre la cabecera de la cama. Lo toca. Lo mueve. Lo saca. Queda la marca del crucifijo en la pared. Lo mira. Lo tira en el tacho de basura.

Mira su reloj. Camina hacia la cama. Cierra la valija. La levanta y la mueve insistentemente. Se escucha el ruido del autito y la caja de zapatos golpeándose contra las paredes de la valija. La abraza con fuerza. La apoya en el piso, junto a la cama.

Roberto: Golpes en la puerta. Y Emilio que entra. Está pálido.

Emilio: Me siguieron.

Roberto: ¿Quién?

Emilio: No sé quién... Un auto azul.

Roberto: ¿Estás seguro?

Emilio: Claro. Vine caminando de casa. Veintiocho cuadras son. Lo vi estacionado en la puerta cuando salí y ahora cuando llegué vi que pasaba.

Roberto: Dame un cigarrillo.

Emilio: No nos dejan fumar. Vos dijiste.

Roberto: ¡Dame!

Emilio: ¿Desde cuándo fumás vos?

Pausa. Roberto camina hacia la ventana. En su camino empuja con el pie la valija que asoma por debajo de la cama. Emilio mira para abajo.

Emilio: ¿Qué es eso? ¿Qué estabas haciendo?

Roberto: Nada.

Pausa.

Roberto: Esta ventana que no abre. Sotelo dice que es la humedad. ¿Y entonces? ¿Qué hago con eso?

Emilio: ¿Te ibas?

Roberto: ¿Qué decís?

Emilio: Te ibas. Ya hiciste la valija y te ibas.

Roberto: Pero no, che. ¿No viste la humedad que hay acá? Si no guardo la ropa en la valija se me pudre todo.

Emilio: Sí, la humedad.

Pausa. Roberto logra abrir la ventana y mira.

Roberto: Emilio...

Pausa.

Roberto: Emilio...

Emilio: ¿Qué hay?

Roberto: Ahí está.

Emilio: No me jodas.

Roberto: Ahí está. ¿Era un chevy azul?

Emilio: Sí.

Roberto: Ahí está. Mejor cierro. Despacio. Te dije que nos estábamos metiendo en un quilombo.

Emilio: Yo tengo la culpa ahora.

Roberto: Claro. ¿Quién hizo el contacto con los tipos?

Emilio: No hubieras venido.

Roberto: Así de simple, ¿no? Si me volviste loco: "guita fácil"... "Una marchita"... Y ahora...

Emilio: Roberto... Estás pálido.

Pausa.

Emilio: Estás pálido, pelotudo.

Pausa.

Roberto: ¿Qué hay? ¿Vos querés que te maten?

Emilio: Pará: quién te dijo que nos van a matar. Si somos dos boludos nosotros.

Roberto: Por eso. Somos pan comido, Emilio.

Emilio: Escucho pasos.

Roberto: Se acercan.

Emilio: Están golpeando la puerta.

Pausa.

Emilio: Roberto, están golpeando la puerta. Se acabó. Vinieron a buscarnos.

Roberto: Capaz que no quieren a los dos.

Pausa.

Emilio: ¿Cómo?

Roberto: Claro. Capaz que no quieren a los dos. Capaz que el que está marcado sos vos.

Emilio: ¿Por qué yo? ¿Y vos?

Roberto: Vos hiciste el contacto...

Emilio: Estamos juntos en esto.

Roberto: Capaz que ellos no lo saben, Emilio. Yo no estoy preparado para estas cosas.

Emilio: Por eso te querías ir, ¿no? Ya lo tenías pensado.

Roberto: Yo no me voy a ningún lado. ¿Adónde voy a ir yo?

Pausa.

Emilio: Están golpeando la puerta.

Roberto: ¡Son ellos! ¡Son ellos!

Voz de hombre: Señor Flores... Le recuerdo que no está permitido fumar...

Emilio: Dios mío...

Roberto: No se preocupe, Sotelo...

Emilio: Apagalo...

Roberto: No va a volver a pasar.

Roberto lo mira a Emilio.

Roberto: Nunca sé cómo se da cuenta... No entiendo. ¿Y vos qué hacés? ¿Por qué guardás todo? ¿Ya te vas?

Emilio: Me voy a la mierda.

Roberto: ¿Estás loco? ¿Y el auto azul?

Emilio: Me chupa un huevo el auto azul. Yo me voy a la mierda.

Roberto: Emilio... Perdoname: tuve miedo. Yo no soy para esto. ¡Yo soy un artista!

Emilio: ¿Y yo no?

Roberto: Cerrá esa puerta, Emilio.

Emilio: Soltame.

Roberto: No es lo mismo. Sabés que no es lo mismo.

Emilio: Basta.

Roberto: No te vayas, che. Tengo miedo de que te hagan algo.

Emilio: No: vos tenés miedo de que te deje solo.

Roberto: Lo que sea. Pero está claro que separados va ser peor. Somos más débiles. ¿Por qué no te quedás y tratamos de trabajar?

Emilio: Y si querés que me quede, ¿para qué te ibas? Ya habías visto el auto vos. Ya sabías de esto.

Pausa.

Roberto: Tratemos de no pensar en el auto. Capaz que es un error. Capaz que es casualidad.

Emilio: Capaz, sí.

Se escuchan los primeros cuatro compases de la introducción de una marcha.

Roberto: Oscuridad.

Oscuridad.

-Continuará-

* Canciones… obtuvo la Primera Mención en el Concurso de obras inéditas de Teatro 2008 del Fondo Nacional de las Artes. Y busca Director.

CT (CCSFA) 1

CT (CCSFA) 2

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Canciones tristes (cantadas como si fueran alegres) 2 *

21

Una habitación oscura. Música de piano. Entra Roberto tocando el piano sobre una plataforma que se desplaza. En un rincón hay apiladas una cama, una mesa de luz, una silla. Silencio. Roberto se para. Camina por la habitación.

Roberto: ¡Momento!

Pausa.

Roberto: ¡Oigan! ¿No terminaron de armar todavía? ¡La obra ya empezó!

Entran dos hombres, Sotelo y Ordóñez. A este último le falta un brazo.

Roberto: La mesa de luz, ahí... En el rincón. La cama en el centro, por favor. La silla acá, al lado del piano... ¡Rápido!

Pausa. Roberto mira la pared.

Roberto: ¡La ventana! ¡Acá está faltando la ventana!

Sotelo sale corriendo. Regresa con un marco de ventana. Lo coloca en la pared.

Roberto: No hacen nada bien.

Pausa.

Roberto: ¡Y ahora váyanse! Este pasquín tiene que empezar alguna vez.

Sotelo y Ordóñez salen.

Roberto: ¡Luces!

Roberto se sienta al piano. Se escuchan los primeros cuatro compases de una marcha.

Roberto: No... Así no... Mejor sería...

Se escuchan los primeros cuatro compases de la introducción de una marcha.

Roberto: No... Tampoco... Mejor así...

Se escuchan los primeros cuatro compases de la introducción de una marcha.

Roberto: ¿Así? No, no. Es otra cosa. Es esto...

Se escuchan los primeros cuatro compases de la introducción de una marcha.

Silencio.

Se escuchan golpes en la puerta.

Roberto: Puta madre. ¿Quién es?

Voz de hombre: Emilio, pelotudo.

Roberto: Pasá. Está abierto.

Emilio: Buenas... Digo yo, ¿para qué preguntás?

Roberto: ¿Para qué golpeás, Emilio?

Soy músico: reconozco un silencio cuando no lo escucho.

Los que tenemos con Emilio son largos, frecuentes y sumamente incómodos. Es común que aparezcan inmediatamente después de su entrada. Y duran hasta que él se sienta en la silla ubicada al lado del piano, para lo cual, debe pasar por arriba de mi cama.

Dos cosas: la habitación es chica y Emilio jamás se saca los zapatos antes de pisotear mi colcha.

¿Cómo te fue?

Emilio: Genial. Creo que ya la tengo. ¿Y vos?

Roberto: No me gusta el comienzo. Quiero algo más... Más...

Emilio: ¿Más qué?

Roberto: Escuchá...

Se escuchan los primeros cuatro compases de la introducción de una marcha.

Emilio: Está bien. ¿Qué tiene?

Roberto: Tengo dudas. A lo mejor tendría que ser así...

Se escuchan los primeros cuatro compases de la introducción de una marcha.

Roberto: Y si no...

Se escuchan los primeros cuatro compases de la introducción de una marcha.

Roberto: Difícil, ¿no?

Emilio: Son iguales.

Roberto: Cuáles.

Emilio: ¡Las tres!

Roberto: No entendés nada.

Emilio: ¡Son iguales! (CANTA) Tan tan tan tan /tan tan tan/ tan tan tan tan/ tan tan... ¡Iguales!

Roberto: Estás mezclando las tres.

Emilio: Bue... ¿A vos cuál te gusta más?

Roberto: No me decido.

Emilio: Porque son iguales.

Roberto: Esto no va a funcionar, Emilio. Vos no entendés nada.

Emilio: ¿Por qué? Si veníamos bien. Dale, empecemos...

Roberto: Probemos. Pero yo creo que no.

Emilio: Escuchá esto... Esperá que lo encuentro. Debe estar acá... Cuando quieras...

Se escuchan los primeros cuatro compases de la introducción de una marcha.

Emilio: (CANTA) Ahí van nuestros patriotas / por una y mil conquistas, / lisiados peronistas, / Marchando sin cesar...

Silencio.

Emilio: Unidos para siem...

¿Qué pasó?

Roberto: ¿"Marchando"?

Emilio: Sí, marchando...

Roberto: ¿Los lisiados...? ¿Los lisiados marchando sin cesar...?

Emilio: Es metafórico, Roberto. Acompañan el avance del pueblo peronista.

Roberto: ¿Y lo acompañan marchando...?

Emilio: Sos muy literal.

Roberto: Los peronistas son muy literales. Nos van a matar.

Silencio.

Emilio: ¿Se puede fumar acá?

Roberto: Ya sabés que no me dejan.

Pausa.

Roberto: ¡Oscuridad!

Oscuridad.

 

-Continuará-

CT (CCSFA) 1

* Canciones… obtuvo la Primera Mención en el Concurso de obras inéditas de Teatro 2008 del Fondo Nacional de las Artes. Y busca Director.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Canciones tristes (cantadas como si fueran alegres) 1 *

17

Oscuridad. La luz de la colilla de un cigarrillo se desplaza de un lado al otro. Chirrido de ruedas oxidadas.

Voz de hombre: ¿Por qué esta respiración agitada?

Yo escuché los disparos.

De arriba, venían.

Se enciende la luz débil de un velador.

Hombre: Fotos, fotos. Ella y él. Déjeme quemarle la cara con el pucho, general. Después de tantas molestias... Miren qué amarillas se han puesto. ¿Quién dijo que los muertos no envejecen?

Papeles que no sirven para nada. Que nunca sirvieron. ¿Quién se deshace de ellos ahora que debajo de la alfombra se llenó de cuerpos?

"¡Corré!" gritan. ¡Corré!

Hijos de puta.

Si pudiera quemar toda esta basura, cerrar esta herida. Pero no hay caso, el fuego ya no funciona. El recuerdo es un tormento más.

La historia es lo que no se cuenta.

Oscuridad.

-Continuará-

 

* Canciones… obtuvo la Primera Mención en el Concurso de obras inéditas de Teatro 2008 del Fondo Nacional de las Artes. Y busca Director.

martes, 15 de noviembre de 2011

Un poquito más justo

Finalmente, y después de algunos amagues vergonzantes, el Senado de Mendoza dio sanción definitiva por unanimidad al proyecto que venía de Diputados. La provincia adhiere así, después de 14 años, a la Ley Nacional de Discapacidad. Puede decirse entonces que hoy tenemos un país un poquito más justo que el que teníamos ayer.

Las mamás y papás mendocinos movilizados la pelearon sin descanso. El empujón final lo dio una cámara y un equipo de personas que hacen un programita de tele, haciendo visible una lucha que siempre había estado allí.

Por motivos que se desconocen, este logro que modifica de raíz, para arrancar, la vida de casi 200 mil mendocinos restituyéndoles un derecho que les estaba siendo negado, no ha encontrado eco en los medios nacionales.

Vaya a saberse cuál de estos términos, “discapacidad”, “provincia”, “CQC”, “derechos”, es el que origina este silencio atronador.

Lejos de cualquier especulación, para mí será siempre un episodio que le habrá dado sentido a mi paso por la TV. Ojalá muchos de los que levantan sus deditos en los sets televisivos pudieran decir alguna vez lo mismo con el orgullo y la felicidad de quien escribe estas líneas.

martes, 8 de noviembre de 2011

Poco a poco, prevalece el silencio

curas nazis

“Poco a poco, prevalece el silencio y entonces, desde mi litera que está en el tercer piso, se ve y se oye que el viejo Kuhn reza, en voz alta, con la gorra en la cabeza y oscilando el busto con violencia. Kuhn da gracias a Dios porque no ha sido elegido.

Kuhn es un insensato. ¿No ve, en la litera de al lado, a Beppo el griego que tiene veinte años y pasado mañana irá al gas, y lo sabe, y está acostado y mira fijamente a la bombilla sin decir nada y sin pensar en nada? ¿No sabe Kuhn que la próxima vez será la suya? ¿No comprende Kuhn que hoy ha sucedido una abominación que ninguna oración propiciatoria, ningún perdón, ninguna expiación de los culpables, nada, en fin, que esté en poder del hombre hacer, podrá remediar ya nunca?

Si yo fuese Dios, escupiría al suelo la oración de Kuhn”.

 

Primo Levi, Si esto es un hombre.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Recolección

Escribí este guioncito para Caiga. Y un grupo de gente talentosa lo convirtió en este spot. A veces, está bien este asunto de la tele.