A veces veo 678. No siempre. Un poco porque sus horarios no compatibilizan de la mejor manera con los de una casa con niños pequeños. Otro poco porque hay momentos en los que me cansa.
Le reconozco y le agradezco a 678 la posibilidad de poder escuchar voces que de otra manera no tendrían lugar en la televisión argentina, el desarticular con eficacia algunos de los resortes más siniestros de los grupos concentrados de la comunicación y, por qué no, bastante afinidad política e ideológica con mi modo de ver la Argentina. Aunque esta misión que se ha autoimpuesto, este combate, debo decir, trae consigo una dosis de tosquedad y didactismo que a veces me supera.
678 es una reacción contra cierto orden de cosas en el mapa mediático, orden que pareció eterno en algún momento. Y como tal, como reacción de un pequeño contra quien hasta ayer parecía invencible, quizás no pueda evitar los excesos, la mirada gruesa y hasta la falta de humor. A veces, lo comprendo y me lo banco. A veces no. Anoche fue una de esas veces.
Ante la intresante presencia de Laclau y Halperín, Galende dio pie a un informe sobre los Martín Fierro y algunos correlatos de lunes. La segunda parte de ese informe era una grabación de Víctor Hugo (o como lo llaman en Clarín “el locutor oficialista”, ¿lo vieron?) en la que hablaba de cierta bajada de línea en APTRA para que sus afiliados no votaran a 678 como mejor programa periodístico. Parece creíble, aunque me pregunto si podemos seguir tomándonos en serio un premio otorgado por una entidad que contiene a gente como Cacho Rubio. Digo, tan en serio como para preocuparnos por algunas injusticias o intercambios.
Pero lo que disparó mi enojo fue la primera parte de ese informe. Allí se reaccionaba con estupor, indignación y enérgica condena ante algo que se dijo en el piso de CQC antes de presentar la cobertura de los Martín Fierro. Los conductores comentaban su derrota en todos los rubros en los que habían sido nominados, entre ellos, el de mejor periodista de TV, donde Clemente y Gonzalito perdieron a manos de Pedro Brieger. Y seguía el siguiente diálogo:
GONZALO: ¿Quién es Pedro Brieger? ¿Con quién se acostó?
JUAN: Pará, más respeto: es un periodista con título universitario…
GONZALO: Ah, OK: ¿Con qué jefe de cátedra se acostó?
Muchas personas entenderían que esto es un chiste. Tiene forma de chiste, lógica de chiste y, más allá de su opinable calidad humorística, persigue los fines risibles de un chiste.
Si se lo mira bien, eso que la docente locución de 678 señaló como “menos mal que Juan trató de instruir a su compañero” no es otra cosa que un pie para el remate de Gonza. Pie, remate, chiste. ¿Me siguen?
Lejos de entenderlo de esta sencilla manera, el envío despertó la indignación de los panelistas. Apenas tímidamente, Barragán arriesgó “Es un chiste”. Pero enseguida fue tapado por otra andanada de voces indignadas ante la ignorancia de Gonzalito.
Tengo algunos elementos para señalar que este diálogo era efectivamente un chiste. Uno es contundente: lo escribí yo.
Los panelistas de 678 no tienen por qué saberlo, pero la mayoría de los programas de TV tienen guionistas. Está bien que para la gente de APTRA no existan otros guionistas que los de ficción. Esto sólo evidencia su conocimiento del medio. Pero existimos. Y una de las cosas que hacen los guionistas de no ficción (además de armar informes, redactar voces en off, pensar promos, etc) es escribir los pisos de muchos de los programas que se ven. Se trata de guiones férreos en algunos ciclos. En otros, como en Caiga, son propuestas para los conductores. Estrategias para vender una nota, líneas para abordar un tema y, sí, hay que decirlo, chistes. Estos chistes son tomados por los conductores o ignorados. Cambiados, mejorados o tristemente arruinados. Pero están para eso. Y uno de esos chistes era el mentado: “¿Quién es Pedro Brieger…?" Etc.
Podría explicar que -claramente- ese chiste apuntaba a parodiar la banalidad del medio pero dejémosle esas teorizaciones autocomplacientes a la gente de Barcelona que las hace mucho mejor.
Lo que está claro es que quien propuso ese chiste tiene un gran respeto por la figura de Pedro Brieger. Que lo escucha cada sábado con atención cuando hace su columna en Marca de Radio, que lo sigue desde hace unos cuantos años con interés, que ha asisitido a algunas charlas que dio en su Facultad, y que lo considera una de las voces más informadas e interesantes del castigado paisaje periodístico argentino.
En esta dinámica 678esca que adopta a veces la lógica de un tribunal de pureza, terminó involucrada, creo que sin quererlo, gente como Jorge Halperín, quien me consta no piensa que soy un ignorante o un estúpido. O al menos esa impresión me quedó de cuando compartimos charlas y reuniones para el proyecto de EL GEN ARGENTINO. O Pablo Alabarces, quien expuesto al mismo estímulo en DURO DE DOMAR, se perdió el chiste y creyó estar ante una muestra de ignorancia de la misma persona a quien propuso poner un 10 en su tesina de grado cuando quien esto escribe andaba terminado su Licenciatura en Ciencias de la Comunicación.
Pero además de expresar mi admiración por Brieger y mi respeto por Gonzalo Rodríguez, quisiera ir más allá. Aprovechar este diminuto episodio que me involucró para reflexionar sobre ciertas formas fallidas de la comunicación K friendly. Hay estrategias que creo empiezan a hacer agua. Polarizar no está mal cuando enfrente hay un enemigo. Cuando la polarización es nuestra única forma de expresión, empieza a ser un obstáculo para construir. Si se busca algo más que el regodeo entre convencidos, sería bueno darse cuenta de que no se puede usar la misma artillería para castigar a Solanas y a Lozano que a Carrió y a Duhalde. Y que emplear el mismo tono para denunciar una operación de TN contra la Ley de Medios que para comentar un chiste del piso de CQC, parece ser más un problema que un estilo.
Como comentaba el otro día a propósito de un interesante post de Mendieta, estos son momentos de no arriesgar lo que se ha logrado en maniobras de cancha. Los tipos que están enfrente están golpeados y sólo eso puede explicar torpezas tales como el video de los niños teleprompter de Noble, pero todavía tienen la mano pesada y carecen de escrúpulos. Se viene el tiempo de acumular para crecer, de no quemar puentes con gente que el día de mañana puede estar de este lado si se vencen miserias y estrategias personalistas que existen en ambas orillas. En estos tiempos, creo, para nosotros debiera estar prohibido ser boludo (más allá de la ingeniosa canción de Barragán). Y confundir un chiste con un ataque parece transgredir esa prohibición. Se asemeja más bien al discurso psicópata que pretende ver ataques a la prensa por todos lados, y para el que vale lo mismo una patota arrojando sillas en la presentación de un libro que si le trajeron el café frío a Bonelli.
Espero que Pedro Brieger no haya sentido miedo por ese chiste. Ni que le haya traído problemas maritales, claro. En cualquiera de los dos casos, aquí estará quien esto escribe para atestiguar lo que haga falta.
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