jueves, 28 de octubre de 2010

Yo no lo voté


Yo no lo voté. Me alegró su victoria, claro. Pero no lo voté. Aquellos días parecen tan lejanos, tan extraños. Y algo habrá tenido que ver él con esa sensación de lejanía.

Kirchner fue casi un dato fortuito en aquel paisaje desolado. Por si alguien no lo recuerda, allí estaba el roedor de Anillaco y el ajustador Guiness López Murphy. El enigma Carrió (a quien su compañero de fórmula ya deschavaba) y el defaulteador de los llanos. Yo, como fue tradición hasta entonces, votaba OTROS.

Recuerden ese panorama inhóspito de un país que venía de los 90, del 2001, de Kosteki y Santillán. Y en el quinto casillero, el candidato que pusiera Duhalde. Pudo haber sido Reutemann o De la Sota. Recordarlo da vértigo, ¿no? La ruleta de Banfield terminó favoreciendo a un interesante gobernador patagónico. Por una hendija entró Néstor en ese cuadro. Hay que acordarse. Aunque asuste por lo que podría haber sido.

Después lo fuimos escudriñando de a poco. Con el escepticismo que supimos conseguir.
Algunos viejos amigos nos mirábamos con asombro. ¿Y esto? Y casi sin darnos cuenta, un día estábamos en la ESMA. Escuchando hablar a un presidente en vivo después de tanto tiempo. Pero no quiero decir “tanto”. Quiero ponerle fecha: desde la Pascua de 1987. Esa tarde, mientras volvíamos a casa con mi hermana casi sin hablarnos, golpeados por la decepción, sabía que Alfonsín me había expulsado de la política. De la fe en la política, al menos. Y tuvieron que pasar casi 20 años para poder aplaudir un acto de gobierno.

Salimos mil veces a la calle en ese tramo, pero siempre para putear, para quejarnos. Desde un lugar de fisura cívica que en los 90 se volvió religión.

¿Qué hicimos para merecer a Néstor? No lo sé. Él expresó la lucha silenciosa de muchos, claro. Pero uno no tiene la impresión de que hayan sido ellos los que lo pusieron en la Casa Rosada. La sensación es la de una moneda al aire que cayó del lado correcto. O de canto, qué sé yo.

Y aquí estamos ahora. Con los ojos rojos. Contaba ayer en algún lado que yo tenía 6 años cuando murió Perón. Que no entendía bien lo que estaba pasando. Que la indiferencia de mi vieja no hacía juego con la tristeza de la piba que trabajaba en casa llorando en la cocina. Y que yo me recuerdo yendo de un lado al otro sin saber si debía estar triste o no. Y que ayer, tuvimos que explicarle a Lucas y a Fede, de 6 años, por qué mamá y papá estaban llorando.

Me fui con esa pena al laburo. Porque no hay censos ni feriados en la tele. Ni se cierra por tristeza. Y menos si hacés un programa que sale esa noche. Y que hasta muy entrada la tarde no sabés ni siquiera si va a salir y con qué. Me pasé la tarde leyendo a conocidos y desconocidos desplegar su pena en las redes sociales. Y viendo material  de Néstor. Notas del 2002 a la semana pasada que lo devolvían humano, jodón, pícaro.

Volví a casa pensando estrategias para convencer a Adriana de ir a la Plaza con los chicos. Y no hizo falta ninguna. Vamos, dijo. Sin dudar. Y allí estuvimos los cuatro. Encontrando amigos en una noche de abrazos. Simplemente estando. Pasando. ¿Qué más? Y volviendo a casa temprano porque mañana hay escuela. Mañana. Qué fuerte suena esa palabra ahora.

Se dijo mucho, se dirá. Ya sabemos que vendrán caras extrañas, quién no lo sabe. Los más hipócritas ensayarán las palabras de ocasión. Los más fríos no podrán sostener el cálculo, la ilusión de que el viento vuelve a soplar para su lado. Desestabilizadores precoces.
Por eso conmueven más los balbuceos anónimos que los discursitos armados.

De todas las cosas que escuché y leí, ya elegí cuál es la frase que más le hace justicia al muerto. La que más le hubiera gustado escuchar, no tengo dudas. La dijo Guillermo Mondino, jefe de asesores de Cavallo durante el 2001. Señaló: “Kirchner era visto como un obstáculo a la inversión y una mayor participación del mercado”. Nadie podrá decir nada más elogioso sobre la figura de Néstor Kirchner.

Estos son momentos en los que a uno le encantaría creer en la existencia del cielo. Si esa absurda ilusión llegara a ser cierta, allí estará él disfrutando de esta sentencia. Sabiendo que si los turros te odian tanto, al punto de celebrar tu muerte, algo hiciste bien. 

miércoles, 27 de octubre de 2010

27 de octubre del 2010


Nadie, ni la muerte, nos va a quitar este momento.

lunes, 11 de octubre de 2010

Breve tratado de estupidología *



No cualquiera escribe una estupidez. Una estupidez profunda, pesada, que deje huella en el largo sendero de lo estúpido. Hay mucha estupidez esbozada, a medio terminar. Insinuada por gente que no es lo suficientemente estúpida, o que siendo muy estúpida carece de la suficiente voluntad para hacer de esa semilla estúpida un árbol que ramifique y nos de sus estúpidos frutos. Hablamos de otra cosa. De una ESTUPIDEZ pensada, redactada, construida de intercambios entre dos personas que mojan sus patas en las arbitrarias fuentes del prestigio. Una estupidez que se anuncie con tono inaugural a pesar de aglutinar en su estúpido recorrido el cúmulo de años y años de estupideces dichas y pensadas por una banda interminable de estúpidos.

La competencia por la estupidez de premio es cada vez más dura. Hay mucha seudo estupidez haciéndose pasar por aquello que no es. Así que hay que celebrar cuando alguien viene hacia nosotros desde el cercano planeta Estúpido con una dosis generosa de estupiditis para derramar sobre la madre Tierra. Cuando algo así pasa, el universo estúpido aplaude (de una manera estúpida) y los grandes medios de difusión de estupideces se alinean para reproducir en sus páginas más estúpidamente importantes semejante estupidez. ¿Cómo lograrlo? Esa es la pregunta que muchos aspirantes a estúpidos se hacen. Estuve estudiando el tema como sólo un verdadero estúpido puede hacerlo. Y quiero dar unas pistas que podrían ayudar.
En primer lugar, la estupidez más estúpida es grandilocuente por naturaleza. En este sentido, recomiendo apelar a alguna figura retórica para su título. La favorita es “Metáfora”. No importa que usted sea de los que se confunden una metáfora con una alegoría, ésta con una metonimia y las dos con una porción de tiramisú. Después de todo, usted es un estúpido. Y, lo que es más importante, la gente que va a disfrutar acríticamente de la estupidez que usted está a punto de escribir es, como no podía ser de otro modo, bastante estúpida también. Inténtelo: “el chicle globo como metáfora de la crisis financiera”, “el sexo tántrico como metáfora de la globalización”, “la música new age como metáfora del baloncesto femenino”. Prometedor.

En segundo lugar, el estúpido tiene un lema tatuado en la frente: “¡generalizad!”. Usted es, como dijimos antes, un estúpido grandilocuente. Así que nada de escribir sobre un hecho acotado, cercano a su experiencia o –válgame dios- adyacente a la disciplina en la que usted asegura haberse matriculado. Los mejores libros estúpidos no omiten en sus títulos o bajadas el gentilicio “argentinos”. Siempre acompañados de un “cómo somos”, “por qué somos”, “así somos”, etc. No se prive de eso. Millones de humoristas con ansia de sociólogo, de sociólogos con afán de humoristas y de periodistas con pretensiones de cualquiera de esas dos cosas no pueden equivocarse. Pero si usted es un estúpido de nota, no precisará un libro para semejante audacia. Hágalo en un textito de 50 líneas. Después de todo, la generalización es un arte que gana en significación cuanto más breve es el enunciado. La cumbre de la generalización ha de ser seguramente “los bosteros son / todos putos”, que se canta en los estadios domingo a domingo.


Si no está preparado para tanto, volvamos a nuestro objetivo de las 50 líneas. Que además es lo que le pidió el estúpido del editor. Y por favor, si ya se animó a generalizar sobre un país completo y todos sus habitantes, no se detenga ahora: el peronismo (de Cook a Dromi), el fútbol (de Sacachispas al Metralist de Ucrania), Maradona (de Argentinos Metropolitano 77 a La Noche del 10)… Que nada le ofrezca resistencia a sus superestúpidos poderes generalizadores. Despáchese estos temitas en un párrafo. A lo sumo en dos.
Tercero y principal: consiga a varios estúpidos encumbrados en medios de comunicación (suena difícil, pero si busca con esfuerzo los encontrará). No alcanza con que sean tontitos, dormidos, bobinas, algo incultos, no: necesita encontrar unos bien estúpidos, capaces de fascinarse con la estupidez que usted está por evacuar. Y logre que se la publiquen en sus páginas más importantes, a repetición, y que lo inviten a los programas más estúpidos a contestar preguntas estúpidas sobre su estupidez.

El lector que llegó hasta acá, bastante estúpido, por cierto, estará pensando que estas premisas son algo abusivas. Que hace falta una gran maestría en el arte de la estupidez para conjugar tantas virtudes, que no podrá hacerlo, que es imposible. Puede parecer así. Pero no lo es. La estúpida noticia es que alguien lo logró. No solo, obvio. Necesitó un par. Hacía falta unir dos estúpidas voluntades para concretarlo, pero aquí está. El opúsculo se llama, tomen lápiz y papel, “Maradona como metáfora argentina”. Y es necesario internarse en él, animarse a bracear contra las turbulentas corrientes de estupidez que desplaza violentamente contra el lector para llegar hasta la otra orilla sintiendo que uno es mucho más estúpido de lo que era antes de empezar a leer.
Sólo el primer párrafo es un banquete para los degustadores de estupidez. A saber, Se dice con frecuencia que la solución a los problemas de la África subsahariana es la educación, ya que los recursos naturales abundan y si sólo se pudiera proporcionar un buen nivel educativo a la gente, el continente despegaría. No necesariamente. Miren el caso de la Argentina.”
Usted que pensaba que decir “acá el problema es de educación” era una estupidez arcaica, sepa que en Europa se usa. Y con frecuencia. Y que se utiliza para diagnosticar una vasta porción de territorio tercermundista: “la África subsahariana”. Es la mar de correcto decir que el problema de algo es la educación. Como si la educación fuera un sencillo gesto de voluntad, una píldora que uno decide tomarse, una vacuna que se da. Como si no tuviera que ver con decisiones políticas, estructuras económicas, relaciones de fuerza. Como si la historia de saqueo y dominación pudiera diluirse al pasar en una frase estúpida. Y esta frase estúpida, que con suerte podría ser la conclusión de un estudio provocador y repleto de datos que hasta ahora desconocemos, es apenas una premisa, un estúpido trampolín que nos permite dar el salto hacia una estupidez mayor:
hay un absurdo lugar del mundo en el que este principio inalterable comprobado por el devenir de la historia, ese que dicta que “el problema de África es la educación, psss”, no se cumple. ¿No es raro? Porque parece una teoría infalible probada a cada momento. Bueno, no: en la Argentina no se cumple. Es decir, estos tipos tienen recursos naturales como aquellos negritos, pero además te leen de corrido. Y sin embargo… ¿No van y votan peronistas? Pero perdón: me estoy adelantando. Es una emoción estúpida que hace impacto en el centro estúpido de mi cerebro y me dificulta ser moderado.


Resumiendo, la Argentina tiene recursos para tirar al techo y la mayoría de sus habitantes podrían superar con éxito un multiple choice sobre los temas más diversos, y sin embargo, todavía hay pobreza. Y el estúpido lector se pregunta ¿por qué? Ilumínenme, por favor. Y parece que, a diferencia de África, acá sí hay un problemita político: sus gobiernos: “Semejante aberración florece en un contexto político en el que a lo largo de más de medio siglo,  juntas militares han alternado el poder con gobiernos populistas, corruptos o incompetentes.” Hay que leer este párrafo con detenimiento. Se trata de una estupidez importante. Entre otras cosas, porque establece que los gobiernos militares no fueron ni corruptos ni incompetentes. Estupidez de podio.
Pero sigamos, hay mucha más estupidez para compartir. Y en este andar por el lugar común más común de lo comunmente conocido como estúpido, no podía faltar lo que está por venir. ¿Están listos? El actual gobierno peronista de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner (como el anterior, de su marido Néstor Kirchner) es más afín al de Hugo Chávez en Venezuela o al de Daniel Ortega en Nicaragua que a los gobiernos pragmáticos y serios de Brasil, Chile o el vecino Uruguay, donde, por cierto, hoy se consume más carne per cápita que en la Argentina.”


Vamos a dejar pasar la incomprensible alusión a Nicaragua, que no se sabe a cuento de qué viene, y vayamos rápido a los gobiernos “serios y pragmáticos”. Que no importa si son de izquierda o derecha, de países grandes o pequeños, industrializados o pastoriles. Son-se-rios. ¿Hay acaso una categoría de análisis político más estúpida? No busquen: no la hay.
Y ahora atención porque vamos llegando al centro de gravedad estúpida del universo de estupidez erigido por estos maestros. “¿Cuál es el problema? El problema es Diego Maradona. (…) La idolatría a los líderes redentores, el culto a la viveza y (su hermano gemelo) el desprecio por la ética del trabajo, el narcisismo, la fe en las soluciones mágicas, el impulso a exculparse achacando los males a otros, el fantochismo son características que no definen a todos los argentinos, pero que Maradona representa en caricatura payasesca y que la mayoría de la población, aquella misma incapaz de perder la fe en el peronismo, aplaude no con risas sino con perversa seriedad.”

Chapeau. Ustedes creían que estábamos ante una estupidez pedestre, mortal, común y corriente. Pero ya ven. Hacía tiempo que los medios gráficos no reproducían una frase tan arbitrariamente estúpida como ésta. Que además describe, sin fisuras ni necesidades estadísticas a “la mayoría de la población”, esa que resulta “incapaz de perder la fe en el peronismo”. El peronismo despierta fe, no adhesiones ni convicción. Fe. Un sentimiento irracional que las masas no pueden abandonar, que les crece como una enfermedad en el interior de sus cuerpecitos oscuros y malolientes. Raro, porque se trata de especímenes bastante educados. ¿Lo recuerdan?

Y la estupidez no termina. “El punto de partida es la negación de la realidad.” Por si se perdieron en la maraña de estupidez, les hago un resumen: existe una “realidad” (estupidez ontológica) que los instruidos racionales ven, pero no los sudorosos morochos que vivan al Diego y padecen la enfermedad mortal del peronismo. ¿Me siguen, estúpidos?


El texto continúa, recordando con estupor que hubo una “legión de devotos” que fueron a recibir a Maradona al Aeropuerto “después de la goleada de 4 a 0 que Alemania le propinó”. ¿Por qué este acto de irracionalidad de los nativos?, se preguntan estúpidamente. Simple: “Presos de la nostalgia, no olvidan nunca que EL hizo el famoso gol con la mano de Dios…” Es decir, lo único que hizo Maradona en su pobretona historia deportiva fue un gol con la mano. Eso es lo que nos lleva tras de él cual séquito de imbéciles. Todo lo otro no fue nada. Y acá viene una perla cultivada con una exquisita dosis de racismo (que como se sabe es la etapa superior de la estupidez). Es por este “gol con la mano” llamado “la mano de dios” que “su mano y la de dios son la misma mano. EL  es uno con DIOS. La manada, entonces, mientras grita para adentro, "¡Si estamos unidos a Dios Maradona compartiremos toda su gloria!", grita para afuera: "Maradooooooona, Maradooooooona".” Por si se desorientaron por la estupidez del razonamiento, estos fulanos acaban de llamarnos “manada”. Qué decepción. Uno esperaba que un psicoanalista que escribe en el diario más importante del establishment de habla hispana desarrollaría formas un poquito más sofisticadas de gorilismo. Debe haberlas. “Manada” es hija dilecta de “aluvión zoológico”. Debo decir con entusiasmo de estupidólogo que había perdido toda esperanza de volver a leer una estupidez de este calibre en un estúpido contemporáneo. Que obviamente, después andará por los canales de cable hablando de la “matriz autoritaria” del peronismo que te agrede, ¿viste? ¿Hay todavía más? Claro, amigos, nadamos en un manantial de estupidez. En uno de los más ricos yacimientos de estupidez que se hayan descubierto en los últimos tiempos. Que me siga la manada que se viene lo mejor. Pero antes, a disfrutar de este parrafito: “Diego Maradona fue un monumental jugador de fútbol. Pero la fama justificada no da títulos ni derechos ni conocimientos para opinar con absoluta certeza acerca de casi todo y al mismo tiempo desautorizar a todo aquel que no esté de acuerdo con sus ideas.”
Estoy de acuerdo, lo que da derechos para opinar con absoluta certeza acerca de casi todo y al mismo tiempo desautorizar a todo aquel que no esté de acuerdo con tus ideas es el título de psicólogo. Ese sí. O al menos así funcionan las cosas en el insondable territorio de la estupidez.


Voy a saltearme el párrafo sobre las adicciones de Maradona por piedad. Por piedad a quienes lo escribieron. Hasta el más estúpido merece una pizca de compasión. Sólo digamos que para los profesionales que derraman esta reguera de estupideces, las adicciones de Diego vienen de su narcisismo, que sería “la base de sus penosas afecciones del alma, metáfora de la patología crónica de un país”.


Estamos ante una verdadera maratón de estupidez, y estos participantes se han propuesto no dejar estupidez sin decir. Por eso a veces, el profuso caudal de estupideces deteriora un poco el estilo literario. Sabremos perdonarlo. Valoramos el gesto. El estúpído gesto. Es lindo leer a un profesional de la psiquis hablando de “alma”, emplear mal el término “metáfora” y utilizar figuras ligadas al campo de la salud para referirse a un país. Reconozcamos en esta frase de feúcha sintaxis la capacidad asfixiante de decir casi más estupideces que palabras. De revelarnos de un modo generoso y promiscuo el aceitado andamiaje de estupidez que sustenta estas ideas. No hace falta, por otra parte, abundar sobre la gramática fascistoide que genera el discursito de la patología para describir las cuestiones de la política y de la sociología. Ya sabemos que este estúpido recorrido no es inocente y que termina de modo inevitable en la identificación del tumor que debe ser extirpado del cuerpo social. Estupidez integrista. Estos tipos no se privan de ninguna.


Pero ajústense los cinturones. Nos acercamos a la estupidez mayor.
“El fracaso de Maradona en el Mundial fue el espejo del fracaso de la Argentina como país.” De pie, señores estúpidos. Aplaudan la estupidez de oro, la campeona mundial de las estupideces. Tan grande que, como vamos a ver, no tienta sólo a burgueses medio pelo titulados, sino también a gente que uno tendría la ilusión de situar en las antípodas. Porque, ¿qué es esto sino la contratara de aquella estupidez progre del “se juega como se vive”? La sentencia escrita con una ligereza que da vértigo por el psicólogo y su secuaz anglófono y este slogan berretón repetido y repetido y repetido por el exasperante locutor de 678, se dan la mano en su estúpida lógica. Y bastaría la exposición de ambos para rebatirlos sin más. Porque cuando una figura sirve para demostrar una cosa y también su opuesta, amigos, no sirve para nada. Pero analicémosla un poco más. Tamaña estupidez lo merece. La Argentina ganó el Mundial de 1978. Habría que preguntarle al estúpido antiperonista que nos convoca, ¿era eso el espejo del triunfo de un país? Y ya que estamos, interrogar a los amigos de 678, ¿tan bien se vivía en la Argentina de aquellos días?


De toda la lista de estupideces con las que uno debe lidiar día tras día en esta estúpida vida, las que devienen de extrapolar fútbol y sociedad son tal vez mis favoritas. Les he dedicado posteos, ponencias y hasta tesis universitarias. Qué va hacer. Cada uno tiene su tara. Ojalá la mía fuera sólo ésta.
De movida, cualquier intento de teoría social que contenga la palabra “espejo” no puede ser otra cosa que una estupidez. Estupidez de anticuario, por otra parte. Estupidez que fue abandonada por los más importantes estúpidos de hoy en pos de estupideces más sutiles y a la moda.

Por lo demás, hay que hacerse cargo de las consecuencias que disparan estas estúpidas comparaciones. Me imagino que los autores de la estupidez en cuestión pensarán que la Copa obtenida por España es el “espejo” (con perdón de la palabra) del éxito de España como país. ¿Alguien podría discutirlo? Mejor dicho, sacando del medio a los millones de desocupados que habitan ese hermoso país socialdemócrata, ¿alguien podría discutirlo? La cosa se complica si vemos que es el mismo país el que atravesando situaciones algo más prósperas trastabilló en los Mundiales del 2006, el 2002, el 98, y así. O que aquel serio y pragmático país conocido como Brasil se fue del Mundial en la misma instancia que Argentina. ¿Fue aquel partido con Holanda “espejo” de que Brasil es una nación que se derrumba al presentarse la primera dificultad? ¿Y qué pasa con EEUU? ¿Cómo es que un país tan pujante, tan al gusto de los que escribieron el texto que nos trae hasta aquí, quedó afuera de tantos y tantos mundiales? ¿Y podrían explicarme cómo puede ser que entre el país pragmático y serio conocido como Uruguay y una republiqueta africana haya habido sólo un tiro en el travesaño de diferencia? OK. Maten a ese espejo.


La estupidez no tiene fin, aunque uno ya empieza a dar muestras de agotamiento. Estos tipos son incansables. Es como si se hubieran bajado un par de frascos del viagra de la estupidez. Y anduvieran por ahí, con su estupidez erecta, sin poder hacer otra cosa de sus vidas que someternos con sus estúpidos sofismas, que violar nuestros tristes intelectos. Y entonces abundan en cómo Maradona recurrió al amiguismo tan típico en el reino de las manadas, que faltó rigor y planificación. “Talento sobraba, salvo que por amiguismo, ceguera, populismo patriotero o sencilla idiotez Maradona decidió no convocar a la mitad de los mejores; no sólo no explotó los recursos que tenía, no los quiso ni ver.”

Es así, viejo, Otamendi de 4 fue una muestra flagrante de populismo patriotero. ¿Cómo se le escapó al filósofo de verano Fernando Iglesias? Alguien que avizora colectivización forzosa estalinista en la 125 no puede dejar de ver eso. Cuánta sopa de estupidez te falta, Fer.
Y si parece que esta estupidez es arbitrio puro, acá viene la dura constatación:
“El nuevo seleccionador, Sergio Batista, puso en el campo contra España a cuatro jugadores básicos que Maradona ni siquiera había convocado para Sudáfrica y lo que se vio fue un equipo sólido que hubiera sabido competir contra Alemania, como contra cualquiera en el Mundial.”

Nos enteramos gracias a estos hombres capaces de ver “la realidad” que Banega nos hubiera cambiado la ecuación mundialista. Es decir, hablando de política pueden ser dos estúpidos, pero de fútbol la saben lunga, ¿no? Y si es serio (seriamente estúpido) tomar los resultados de un Mundial para diagnosticar décadas de la historia de un país, cuanto más será apoyar estas conclusiones en un partidito amistoso con Argentina de local y los muchachos de España viniendo de agitadas noches porteñas, según relatan las malas lenguas. Resulta que el estúpido es audaz. No se apichona ante nada. Desconoce el significado de la palabra “rigor” y jamás permitirá que una duda razonable, un dato, se interponga entre él y un razonamiento estúpido. ¿Habrán visto la performance de Argentina contra Japón estos dos estúpidos? Esperemos que no. Nada más triste que un estúpido contrariado.

El estúpido círculo se va cerrando y llega el tiempo de las conclusiones, que si no fueran de una estupidez gravitatoria nos hundirían en la decepción, ¿o no? Tranquilos: estos tipos no te defraudan: “Cuando llevados por la fantasía se eligen directores técnicos o presidentes o sistemas de características populistas, autoritarios y antidemocráticos, con pocos pies sobre la tierra, el resultado inevitable es el fracaso.” Sí, estúpidos lectores, no miren para otro lado: está hablando de nosotros y de nuestros gobernantes. ¿Quieren algo más específico? “Puede ocurrir nuevamente algo similar con la Argentina misma si los directores técnicos, léase la pareja que lleva siete años en el poder, siguen el camino compulsivamente repetitivo de la tergiversación permanente de la realidad. El endiosamiento de seres Ídolos-Dioses a los que no se debe criticar, como a Perón, Evita, Maradona, Cristina Fernández o Néstor Kirchner, intocables seres sin errores, lleva al fracaso reiterativo y doloroso que arrastra a millones de argentinos al sufrimiento.”


Los tipos saben que les quedan pocas líneas y entonces las estupideces se agolpan presurosas por salir a la luz, se chocan, se apretujan. Maldición. Si sólo este diario español tuviera un formato más vasto. Maldito tabloide. Los tipos se relamen pensando que en un diario inmenso como LA NACIÓN podrían escribir el doble de estupideces. Y no faltara ocasión.
A aquellos estudiosos de la economía, las ciencias sociales, la historia, a todos esos salamines que queman sus pestañas tratando de entender los problemas de la patria, les llegó el fin. La cosa es simplota: todo pasa por nuestras dificultades para criticar a Perón y Evita. ¿Cómo no se dieron cuenta? Vergüenza debería darles. Muchos, seguro, cobran susidios del CONICET, estudian en universidades que pagamos con nuestros impuestos (¿voy bien?) y tienen que venir dos estúpídos que ni siquiera viven aquí a batirles la posta. Inútiles. ¿No se dan cuenta de que es por eso que, como bien señalan los Master en estupidez,  “El granero del mundo se va convirtiendo en un país lleno además de granos y pústulas creadas por el sistema: fracaso, pobreza, desnutrición, inseguridad, criminalidad, destrucción de las instituciones, ataque permanente a la prensa opositora, ataque a la ley, destrucción de la educación (eso también), y llegamos entonces a que la fantasía de ser un pueblo "protegido" por los Dioses termina en una triste y ridícula realidad.”


Lo sé, lo sé: veían con desilusión que la catarata de estupideces se terminaba sin hacer mención a esa estupidez historiográfica mayúscula conocida como “el granero del mundo”. Pero he aquí dos profesionales. Nada de lo estúpido les es ajeno. El deseo de volver al país depósito de granos no puede faltar en ningún estúpido del mundo que quiera habitar el subsuelo de la estupidez argentina. Aquellos sí que eran días serios, lejanos de esta “ridícula realidad”. Y por favor, no me vengan con que había pobreza y persecución política. Ese peronista de Bialet Massé y su informe encargado por el populista de Roca no nos engaña.


Se viene el final. La parte en que los supraestúpidos pasan el aviso: el regreso de Maradona a la selección sería tan catastrófico como la reelección de alguno de los Kirchner. “Ellos también piden, pese al fracaso mundialista de su gestión, como el de los regímenes peronistas que los precedieron, que se prolongue su dinastía en las elecciones generales del año que viene. Es probable que lo consigan. Sería la victoria del pensamiento mágico maradoniano, sobre el que el sol de la bandera argentina nunca se pone.”


Final a toda orquesta. Una orquesta integrada por estúpidos, claro. Mi estupidez favorita es la del “fracaso mundialista” de la gestión de los Kirchner. Una estupidez algo hermética, que sólo puede ser entendida por aquellos que llevamos varios niveles de estupidez cursados. Aunque no descuidemos lo de “regímenes peronistas”. Una delicia.


Espero que a partir de ahora, antes de decir cualquier estupidez abreven en este topos uranus de la estupidez y vayan por más. Si lo logran conseguirán que su estupidez editorial sea publicada en más de un diario, que nuestras tías gordas los recomienden, que Van der Koy les haga preguntas, que Lanata los cite. Lograrán, finalmente, inscribir sus estúpidos nombres en las selectas páginas del Guiness de la estupidez. Y entonces sí, podrán salir a la calle con su frente en alto. Y en ella, orgullosamente dispuesto, un refrescante y delicioso helado.



* Una respuesta al artículo “Maradona como metáfora de la Argentina” de John Carlin y Carlos Pierini