jueves, 16 de septiembre de 2010

El arte de la autopsia política


Escuchaba esta mañana a un dirigente radical declarando. No tenía más remedio. Estaba bajo la ducha. El riesgo de caerme en la maniobra de estirarme, empapado, para cambiar el dial, me hizo resistir. A esa hora, la radio es una ruleta rusa. Tal vez, por huir de un imbécil, uno puede cruzarse con un hijo de puta. Así que lo escuché. Por suerte fue breve. Inconsistente, sí, como siempre, pero breve. Y eso se agradece. Decía el hombre, radical devenido en radical K, devenido en radical nuevamente, que a la hora de pensar en futuras coaliciones debían fijarse en consensuar (ellos aman esta palabra tan sobreestimada) un programa. Debían hacerlo, decía, aburría, corría el agua, porque debían aprender de los errores del pasado para no repetirlos. Enseguida, con mis manos enjabonadas, evoqué ese pasado. Y es cierto. Para empezar, a quién se le ocurre unirse a Bartolomé Mitre para fundar la Unión Cívica. A quién se le ocurre confiar en Mitre. Pero no, el hombre opositor/oficialista/opositor no quería ir tan lejos. Se refería a los errores de la Alianza. A ese país tan cercano que hoy queda tan lejos. Debían consensuar un programa para que no les pasara lo de la Alianza. Curioso, ¿no? Aunque no tanto. Después de todo, no es la primera persona a la que uno le escucha decir esto. Intento, mientras pienso, abrir el champú. ¿Por qué es tan difícil? Suele criticarse a la Alianza el haber sido una unión hecha sólo para vencer al menemismo. Su pecado habría sido la heterogeneidad. Su condena, la falta de programa. Sin ser un experto en la materia, sin haber pasado mis días escrutando vísceras cadavéricas, quiero decir que esta lectura, esta autopsia del pestilente fiambre llamado Alianza, da risa. El problema de la Alianza no parece haber sido su falta de programa. Parece, más bien, haber sido su programa. Ese que se ataba de pies y manos a una convertibilidad demencial, el que seguía hasta las comas los designios del Fondo, el que disponía el ajuste del ajuste del ajuste. Ese es un programa. Un programa espantoso, claro está. Pero es un programa. Se llama conservadurismo, neoliberalismo, ortodoxia, como quieran. Pero es un programa. Y ni siquiera estaba muy oculto en las livianas plataformas electorales papel ilustración del binomio De la Rúa-Chacho, o en los spots lavados que traficaron Agulla y Cía. Ahora recuerdo que compré ese champú justamente porque era difícil de abrir. Porque me harté de que mis niños jugaran a espumar el agua de su baño con la sustancia que uso para lavarme el pelo. Y vuelvo. No parece cierto que el problema de la Alianza haya sido la crisis de gobernabilidad hija del carácter heterogéneo de aquel acuerdo electoral. El problema pareció ser que esas supuestas diferencias se resolvieron a partir del alineamiento reverencial de las fuerzas autodenominadas progresistas detrás del sector más reaccionario de la UCR. No hubo peleas que impidieran avanzar. Hubo silencio cobarde. Roto sólo para denunciar un caso de corrupción, gravísimo, cierto, pero no una disidencia de fondo. Ahí se abrió el envase. Creo que me levanté la uña. ¿Es sangre eso? Sigamos. De la Rúa podía ser un humanoide vacilante a la hora de expresarse, de moverse, de encontrar la salida de los estudios de TV, pero su acción de gobierno, el conjunto de medidas tomadas durante aquellos días, puestas en fila, parecen ser la obra de una fuerza política firme y decidida. Una fuerza que arrancó reprimiendo una manifestación y terminó reprimiendo otra. En un arco creciente que incluyó reendeudamientos, ajustes interminables, la entronización de Cavallo, el déficit 0, el corralito, el recorte de salarios y jubilaciones y la ceguera sobre todo lo que se derrumbaba alrededor. No parece ese el recorrido de un gobierno titubeante o carente de plan. Parece más bien el despliegue de una experiencia ultraconservadora completamente a destiempo (si es que hay un tiempo para las experiencias ultraconservadoras). Y claro, esta caracterización que algunos ocultan y a otros nos rompe los ojos, es difícil de remontar. Mejor hablar de las patologías de una figura que ya no está o de las desprolijidades que pueden mejorarse con sólo proponérselo. Ahora sí. Me enjuago y salgo. ¿Será muy tarde? ¿Podrían decir la hora en este programa alguna vez? Y entonces, ¿de qué murió la Alianza? O deberíamos decir más bien, ¿de qué mató? Cierro las canillas. Salgo. Me seco y pienso. Intencionalmente o no, congelar los fracasos políticos en su lugar más idiota parece ser una costumbre arraigada en nuestro empobrecido debate político. Sin ir más lejos, muchas de las defecciones de hoy, nos sorprenden más o menos en función, creo, de nuestra falta de precisión a la hora de la disección de los 90. ¿Qué fue el menemismo? ¿Un momento más o menos siniestro del peronismo, una expresión acabada del neoliberalismo salvaje, una banda de corruptos, un momento de decadencia estética, una explosión de frivolidad? Seguramente tuvo algo de todo eso. Pero ahora venimos a descubrir que no a todos nos molestaba lo mismo. Por eso, crecimos en el error de creer que los que estábamos en contra de aquello pensábamos igual. Ahora parece que a algunos les molestaban más las formas, a otros más la corrupción como algo que pudiera analizarse en el vacío y extraerse cual tumor, a otros la grasitud. Estaban aquellos a quienes lo que les molestaba del menemismo era en qué había convertido al peronismo. Estaban aquellos a quienes lo que les molestaba del menemismo era el peronismo. Ahora que todo se desagrega, venimos a darnos cuenta de las diferencias. Ya casi termino. Me visto y salgo. Juro que salgo. En los 90 podías ser progre y gorila a la vez. Ese peronismo facilitaba las cosas para la militancia palermitana. Ahora, eso se dificulta. Ahora que el peronismo estalla en toda su complejidad, pareciera haber poco margen para esa postura confortable. Y aparecen las grietas. Entonces, hay que preguntarse como el viejo doctor Quincy, ¿Qué fue el menemismo? ¿Qué fue la Alianza? Y es más, ¿Qué quedará de esto que da en llamarse Kirchnerismo y que algún día, más acá o más allá, terminará? Habrá que estar listo para matarse a piñas en la compleja arena de la resemantización política. De lo contrario, un día vamos a encontrarnos con alguien que crea que lo peor de la dictadura fueron las cadenas nacionales. Uy, mirá la hora qué es. Otra vez se me hace tarde por quedarme boludeando en el baño. Debería probar con cantar. Ocupa menos tiempo.

jueves, 2 de septiembre de 2010

El periodismo "independiente" y sus problemas con la regla.


Finalmente, ayer se reglamentó la ansiada LEY DE SERVICIOS DE COMUNICACIÓN AUDIOVISUAL, también conocida como LEY MORDAZA, LEY DE MEDIOS K, o ESTRATEGIA CHAVISTA DE COMUNICACIÓN. Como los argumentos para oponérsele, cuestionarla, llenarla de dudas y generar miedos inconducentes no se han modificado. Como el discursode los periodistas alineados (o alienados) con sus patrones sigue siendo el mismo, no me siento obligado a cambiar el mío. Que era éste. Hace casi, casi un año.

Por suerte, hay cosas que cambian.

Por desgracia, gente que sigue parada en el mismo lugar.