miércoles, 24 de septiembre de 2014

Carta a los redactores de cartas palermitanas *

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Señores redactores de cartas palermitanas, no sé bien cuándo fue que llegaron pero ya es hora de que se vayan yendo.

No tengo claro cuándo ocurrió, pero un día vinieron ustedes y la lechuga pasó a llamarse “mix de hojas verdes”, el morrón “pimiento” y la aceituna “oliva”. ¿Y todo eso por qué? ¿Es acaso una absurda estrategia de diferenciación idiomática? ¿O es apenas una falta de trato más o menos frecuente con el habla de las personas e incluso con las personas?

Señores redactores de cartas palermitanas, ¿cuándo fue que una salsa se volvió “coulis”? ¿Cuándo la frutilla se volvió fresa? ¿En qué absurdo momento decidieron que una tarta era una “quiche”?

En su afán por la diferencia y la sofisticación, algunos de ustedes han llegado a llamar vegetal a la verdura o tubérculo a la papa. Algo así como llamar mamíferos vertebrados a los amigos.

¿Es que acaso la palabra “papa” es poco para sus refinadas cartas de 3 cifras? ¿Adónde quieren llegar? ¿Se animarían a llamar tubérculo incluso al sumo pontífice?

Señores redactores de cartas palermitanas, si experimentan ustedes la necesidad de dar rienda suelta a la metáfora, tal vez no sea este el sitio que la vida les tiene destinados. Anótense ya en un Taller de poesía y dejen de decirnos que esa mezquina cucharada de salsa es “un espejo de” o que una ensalada es “una sinfonía de”. Vamos: no sean hijos de.

Señores redactores de cartas palermitanas, la situación ha pasado a mayores. Y así como Palermo mismo se extiende cual aceitosa mancha de distinción sociocultural, así también vuestra absurda prédica plagada de imágenes innecesarias, genéricos ridículos y traducciones mal procesadas, ha llegado a todos los rincones de la ciudad, las zonas suburbanas y hasta las más lejanas provincias.

Pronto llegará el día en que los puestitos de la costanera o en las adyacencias de los estadios nos ofrezcan un crujiente pan de campo con alma de tripa rellena de primavera de carne de cerdo, grasa, soja y sorpresas bromatológicas. Ese día, señores redactores de cartas palermitanas, los arrojaremos a todos ustedes desde una altura superior a la de sus propias pretensiones. ¿Y saben qué? No habrá colchón de rúcula alguno que amortigüe la caída.

 

*Leída alguna vez en cierto programa de radio denominado CON QUÉ SE COME.

sábado, 13 de septiembre de 2014

20 años, de qué sirvió *

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“Pueden robarte el corazón, / cagarte a tiros en Morón…” Lo había escuchado ya una y mil veces. Sin embargo, este testigo no se amedrentó y quiso ver de qué se trataba aquello. Debió haber interpretado ese mensaje de alerta que el filme, en un segundo de honestidad, le estaba dando.

“Pueden robarte el corazón, / cagarte a tiros en Morón…” dice el comienzo del tema principal de la película, perpetuando aquella molesta costumbre de que la lógica de un texto se subordine a los mandatos de la rima consonante. De tal forma que si al hombre le hubieran robado el maletín lo tendrían que haber “cagado a tiros” en Junín.

Sin embargo, el testigo fue al cine. A pesar de haber escuchado que “el amor es más fuerte, / el amor es más fuerte…” Frase por demás discutible y que habla del amor como en un jingle de guardapolvos de acrocel. ¿Más fuerte que qué es el amor? La historia de la literatura no debe registrar amor más intenso que el de Romeo y Julieta, pero el veneno fue más fuerte. ¿Pueden robarte las neuronas y suicidarte por Verona?

“El amor es más fuerte…” dice el tema principal de una película donde, a pesar de hablarse de la Argentina de fines de los 60, lo único más o menos fuerte es Cecilia Dopazo. Si hasta la escena en la que la policía reprime una marcha de estudiantes universitarios parece extraída de una publicidad de Coca-Cola. Ni siquiera le falta el beso de la parejita principal que presencia todo desde una terraza como quien mira atardecer. Bueno, el beso y algo más porque –como todo el mundo sabe- una cosa trae la otra y hasta terminamos descubriendo que el protagonista tiene problemas de eyaculación precoz (o que la elipsis del filme es verdaderamente salvaje).

Sin embargo, detalles como esta arriesgada afirmación sexológica quedan salvados al principio de la obra cuando se nos aclara que eso que vamos a ver no es la historia de Tanguito sino “la leyenda”. Y esa advertencia se parece menos a un posicionamiento artístico que a paraguas legal y a un permiso para lavar. Resulta comprensible que una historia más rigurosa de aquel personaje –seguramente oscuro, contradictorio y de discutible alcance poético- no habría llegado con tanto éxito a disputar el mercado adolescente de las vacaciones de invierno. Pero no había por qué ir tan lejos: Tanguito no fue Rimbaud, ni siquiera Syd Barrett, pero el de esta película ya parece Diego Torres. Alguien dijo que “Tango Feroz” era como “La Banda del Golden Rocket”. Una extraña pintura de los albores del rock criollo en la Argentina de Onganía. ¿No se nos habrá ido la mano con la leyenda?

Este testigo contempla la manera en que Tango se destruye en el pestañeo que va entre uno y otro plano. Nadie hará aquí una defensa de la descarga eléctrica como terapia, pero tal vez haya que pensar que las cosas son algo más complejas que arrancarse la manga de la camisa de un tirón.

Y cuando todo termina, cuando se nos ha sugerido “poéticamente” la muerte del protagonista, viene el momento del mensaje. Es por si a alguno de los jóvenes espectadores no les queda claro. El hombre, desde una vieja película registrada por un amigo mirará a cámara y emprenderá un aforismo: “No todo se compra, no todo se vende, etc.” Con la consigna clara, gran parte de los jóvenes se dirigirá a su disquería amiga para adquirir el CD de TANGO FEROZ. Ese en el que los conciertos de La Cueva suenan como FM Hit. Aquel que trae la canción esa que dice “Pueden robarte el…” Caramba, ¿cuál será la localidad que rime con “dinero”?

 

* Nota publicada en la revista PRIMER MUNDO, Número 7,  Julio de 1993.

miércoles, 23 de julio de 2014

Iniciación a la escritura dramática

 

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Qué: Es un Curso de introducción al guion y la dramaturgia.

Para trazar un mapa de la escritura dramática y ponerte en movimiento en ese territorio. Apartar el miedo y las dudas que aparecen a la hora de encarar esa idea que anda dando vueltas. O aprender a buscarla. Desmentir el mítico pavor a la página en blanco. Arrancar.

Cómo: Un encuentro semanal de 2 horas dirigido a quienes no tengan experiencia en el campo de la escritura dramática. O hayan tenido una experiencia desagradable. Puede pasar. 

Se trata de desplegar los conceptos básicos del texto dramático (conflicto, personajes, diálogos, estructura) y bajarlos al papel para usarlos al servicio de ideas propias: el curso de 16 clases se cierra con un material (teatral, televisivo, cinematográfico) terminado.

Con quién: Alejandro Turner, dramaturgo (La Ausencia de Todas las Cosas, Villarrica) y guionista (CQC, Algo Habrán Hecho, El Gen Argentino, desarrollo de formatos en Argentina y Chile). Vale googlear. 

Cuándo: Los  jueves, de 19 a 21, a partir del 14 de agosto.

Dónde: Casa Río de Janeiro (Río de Janeiro 943, Almagro, CABA).

Por qué: vos sabrás. Tampoco podemos decirte todo.

Dudas, preguntas, inscripciones: aturner@eyeworks.tv

jueves, 10 de julio de 2014

Modestamente

miércoles, 26 de febrero de 2014

Iniciación a la escritura dramática

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Qué: Es un Curso de introducción al guion y la dramaturgia.

Para trazar un mapa de la escritura dramática y ponerte en movimiento en ese territorio. Apartar el miedo y las dudas que aparecen a la hora de encarar esa idea que anda dando vueltas. O aprender a buscarla. Desmentir el mítico pavor a la página en blanco. Arrancar.

Cómo: Un encuentro semanal de 2 horas dirigido a quienes no tengan experiencia en el campo de la escritura dramática. O hayan tenido una experiencia desagradable. Puede pasar. 

Se trata de desplegar los conceptos básicos del texto dramático (personajes, diálogos, estructura) y bajarlos al papel para usarlos al servicio de ideas propias: el año se cierra con un material (teatral, televisivo, cinematográfico) terminado.

Con quién: Alejandro Turner, dramaturgo (La Ausencia de Todas las Cosas, Villarrica) y guionista (CQC, Algo Habrán Hecho, El Gen Argentino, desarrollo de formatos en Argentina y Chile). Vale googlear. 

Cuándo: Los  lunes, de 19 a 21, a partir del  7 de abril.

Dónde: Casa Río de Janeiro (Río de Janeiro 943, Almagro, CABA).

Por qué: vos sabrás. Tampoco podemos decirte todo.

Dudas, preguntas, inscripciones: aturner@eyeworks.tv

lunes, 10 de febrero de 2014

Carta a los fabricantes de Caramelos Media Hora *

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Señores fabricantes de los caramelos Media Hora: he descubierto con estupor que persisten en esa práctica inexplicable y maligna de fabricar y distribuir los autodenominados “caramelos” Media Hora. O debo decir, al menos, de distribuir. Ya que cotejando lo anticuado del packaging y ese sabor que siempre pareció echado a perder, tengo la sospecha de que siguen distribuyendo desde la clandestinidad una partida fabricada en los años 50.

Señores fabricantes de los caramelos Media Hora, empecemos por el principio: sólo alguien que oculta algo siniestro entre manos le pone a un caramelo por nombre un adverbio de tiempo. Los caramelos llevan nombres de fantasía como Sugus, promesas de atributos como Pico Dulce, descripciones morfológicas como las “rodajitas”. Pero, ¿”media hora”? Ni siquiera los uruguayos, en su alocada carrera de bautismos ridículos se atrevieron a tanto. No propusieron aún una Década Fernández ni mucho menos -por suerte- un Lustro Gutiérrez.

¿Qué debe entenderse de ese nombre confuso? ¿Que ese es el tiempo que nos dura el caramelo en la boca? Pues entonces eso no es un nombre: es una amenaza.

Señores fabricantes de los caramelos Media Hora, no sé si lo notaron, pero los caramelos suelen ser de limón, de frutilla, hasta de chocolate. Pero sólo un grupo de mentes perturbadas puede concebir un caramelo de Anetol. Ya bastante feo es el anís como para sacar de él su esencia maligna o, lo que es peor, reproducirla en un laboratorio que debió haber sido bombardeado por la ONU hace tiempo.

Tal vez la inexplicable supervivencia de este producto de sabor anestésico y peligrosa forma esférica los haya llevado a engaño. Sepan que el caramelo Media Hora no perdura como ese obsequio compensatorio para niños descontrolados o como ese bocado que nos permite evocar sabores frutales. El caramelo Media Hora circula como prenda punitiva. Si el comerciante nos lo da como vuelto, es apenas para castigarnos por la falta de cambio. También se sabe de niños que recibieron penitencias calculadas en número de Caramelos Media Hora. Y hasta los niños reincidentes son amenazados con la presencia del Hombre de la Bolsa… Una bolsa llena de caramelos media hora.

Finalmente, señores fabricantes de los caramelos Media Hora: tal vez ese inocente relojito clavado en la una y treinta quiera hacernos creer que ese caramelo es un saludable digestivo para retomar tareas después del almuerzo. Pero, ¿saben qué? Hemos descubierto que se trata de la 1 y 30 de la madrugada. La hora en que nos azota la aparición incontenible del insomnio. Y con él, el desfile de ideas tormentosas como cambiar de empleo, emigrar, suicidarse y hasta deglutirse un caramelo Media Hora.

Señores fabricantes de los caramelos Media Hora, simplemente, dejen de hacerlo. Les damos exactamente, una semana… O lo que es peor, 336 caramelos media hora.

 

*Leída alguna vez en cierto programa de radio denominado CON QUÉ SE COME.

sábado, 8 de febrero de 2014

Será que la canción llegó hasta el sol

 

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El que me abrió la cabeza fue Daniel, uno de los novios que mi hermana traía a casa para que nos encariñáramos infructuosamente. A él le escuché por primera vez aquello de tengo los dedos súper ateridos. Yo tenía 12. Y me hacía gracia esa forma enrevesada de contar una situación tan pedestre: la del tipo esperando que alguien lo levantara en la maldita ruta. Esa canción me podía. De alguna misteriosa manera me hacía sentir grande. Sofisticado, supongo. Cuando volví a la escuela después de ese verano, yo era el raro que escuchaba a Spinetta. Me había comprado juntando vueltos y limosnas familiares un vinilo que reeditaba muy truchamente el primer disco de Almendra. El de aquel hermoso dibujo del payaso con la lágrima, sí, pero sin el hermoso dibujo. Con la palabra Almendra escrita en una decadente tipografía de heladería de barrio. La decepción por esa tapa se diluyó segundos después de haber puesto el disco en el combinado de casa. Ya nada iba a ser igual. Hay un tema como de diez minutos, solía contar fascinado a mis colegas.

Dicen que no está bueno escribir con la pena atragantada. Cuando todavía te vibra la mandíbula por la piña. Y estoy de acuerdo. Pero algo tengo que hacer con esta tristeza. Y a duras penas esto es lo que consigo hacer. Escribir. Como se puede. Con lo que sale.

El primer concierto de rock al que asistí en mi vida fue ese de 1982, el de solidaridad latinoamericana por Malvinas. Llegué tarde, por supuesto: esa era la manera que tenía mi viejo de hacerme sentir que no le importaba demasiado nada de lo que a mí me importara. Ya debía ser casi el final. Desde donde estaba no alcanzaba a ver más que las cabezas de la muchedumbre. Pero Luis cantaba Umbral. Estás perdiendo el tiempo, pensando, pensando. Estás fuera de la vida, jugando y perdiendo. Y en medio de la dolorosa confusión de aquellos días, emergía su voz: no podía haber nada más diferente a la barbarie, a la guerra, a la dictadura.

Desde entonces, hasta ayer, siempre tuve un horrible reflejo: cada vez que ponía la radio y estaban pasando un tema de Spinetta pensaba que le había pasado algo. Un poco, el recuerdo de aquella desangelada mañana en que nos enteramos por la radio de la muerte de Lennon. Otro poco, por lo que le hizo el puto sistema de difusión de música a un artista inconmensurable como él. La forma casi siempre miserable en que lo trataron la mayor parte de los benditos medios de la Argentina. Esos que hoy lo homenajean desde el más zonzo lugar común de “ha muerto un pionero del rock”.

No tengo dudas de que Spinetta es el artista que más veces fui a ver tocar en vivo. Desde aquel Festival de Solidaridad en el 82 hasta el maratónico Vélez del 2009. Y en el medio, toda clase de teatros, estadios, parques y auditorios. Se me aparecen esas noches mágicas de Jade en Barrancas de Belgrano. Y no se me ocurre un recuerdo que recupere mejor la alegría de aquella efímera primavera democrática. Se me viene la gloriosa presentación de su disco con Fito en Obras, con su interminable desfile de artistas invitados, o aquel encuentro con Charly en el Luna para la presentación de Madre. Conciertos lujosos en un teatrito de Mar del Plata, con el programa firmado por algunos de sus músicos. Pero también en el Velódromo, en la Facultad de Medicina, en Exactas, en algún show de la 9 de julio. Y cada vez, esa excitación inigualable de ver al Flaco apareciendo en el escenario. Una luz de seguidor. Un saludo. Un acorde de viola. Un cosquilleo en el alma.

Por Spinetta empecé a escuchar Jazz y a leer poesía. Si eso fuera todo, si Luis sólo me hubiera servido para abrir esas puertas, ya bastaría para convertirlo en una de las personas que más hizo por mejorar mi existencia.

La primera vez que salí en una radio de verdad fue en 1987. Entré al estudio de "El Submarino Amarillo" con Alma de Diamante bajo el brazo. Y tuve la experiencia inicial de hacer sonar "El Aliado" por el aire de Radio Del Plata. El dulzor del río te curará las heridas de los siglos…

En tiempos en que cualquier millonario anabolizado con 5 minutos de escenario pago se cuelga el cartelito de artista, allí estaba él, estará siempre, perfil bajo, para poner la vara bien alto, altísimo, a años luz de la mayoría de los que salen en las revistas o en la televisión. En este mar de mediocres de tres tonitos y rimas consonantes, frente al ejército de ejecutantes de hits que venden amores como podrían vender laxantes o créditos hipotecarios, Spinetta siempre asomó la cabeza para disparar su frase inspirada, su decir poético, para lanzar al cielo una melodía de esas que se abren como flores en las orejas.

Se fue el único tipo al que podría haberle dicho sin mentir “tengo todos tus discos”. Y eso duele.
Ya sabemos que queda su música, sus palabras, esos trozos de felicidad que nos regaló y que no pueden quitarnos. Pero es duro asumir que ya nadie podrá escribir una canción tan perfecta como Los libros de la buena memoria. Nadie nos cantará ya de esa manera cósmica, única, que el vino entibia sueños al jadear desde su boca de dorado dulzor. Aquel nunca sería el tema del verano, está claro. Pero bueno, será por eso que preferimos el frío.