sábado, 8 de febrero de 2014

Será que la canción llegó hasta el sol

 

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El que me abrió la cabeza fue Daniel, uno de los novios que mi hermana traía a casa para que nos encariñáramos infructuosamente. A él le escuché por primera vez aquello de tengo los dedos súper ateridos. Yo tenía 12. Y me hacía gracia esa forma enrevesada de contar una situación tan pedestre: la del tipo esperando que alguien lo levantara en la maldita ruta. Esa canción me podía. De alguna misteriosa manera me hacía sentir grande. Sofisticado, supongo. Cuando volví a la escuela después de ese verano, yo era el raro que escuchaba a Spinetta. Me había comprado juntando vueltos y limosnas familiares un vinilo que reeditaba muy truchamente el primer disco de Almendra. El de aquel hermoso dibujo del payaso con la lágrima, sí, pero sin el hermoso dibujo. Con la palabra Almendra escrita en una decadente tipografía de heladería de barrio. La decepción por esa tapa se diluyó segundos después de haber puesto el disco en el combinado de casa. Ya nada iba a ser igual. Hay un tema como de diez minutos, solía contar fascinado a mis colegas.

Dicen que no está bueno escribir con la pena atragantada. Cuando todavía te vibra la mandíbula por la piña. Y estoy de acuerdo. Pero algo tengo que hacer con esta tristeza. Y a duras penas esto es lo que consigo hacer. Escribir. Como se puede. Con lo que sale.

El primer concierto de rock al que asistí en mi vida fue ese de 1982, el de solidaridad latinoamericana por Malvinas. Llegué tarde, por supuesto: esa era la manera que tenía mi viejo de hacerme sentir que no le importaba demasiado nada de lo que a mí me importara. Ya debía ser casi el final. Desde donde estaba no alcanzaba a ver más que las cabezas de la muchedumbre. Pero Luis cantaba Umbral. Estás perdiendo el tiempo, pensando, pensando. Estás fuera de la vida, jugando y perdiendo. Y en medio de la dolorosa confusión de aquellos días, emergía su voz: no podía haber nada más diferente a la barbarie, a la guerra, a la dictadura.

Desde entonces, hasta ayer, siempre tuve un horrible reflejo: cada vez que ponía la radio y estaban pasando un tema de Spinetta pensaba que le había pasado algo. Un poco, el recuerdo de aquella desangelada mañana en que nos enteramos por la radio de la muerte de Lennon. Otro poco, por lo que le hizo el puto sistema de difusión de música a un artista inconmensurable como él. La forma casi siempre miserable en que lo trataron la mayor parte de los benditos medios de la Argentina. Esos que hoy lo homenajean desde el más zonzo lugar común de “ha muerto un pionero del rock”.

No tengo dudas de que Spinetta es el artista que más veces fui a ver tocar en vivo. Desde aquel Festival de Solidaridad en el 82 hasta el maratónico Vélez del 2009. Y en el medio, toda clase de teatros, estadios, parques y auditorios. Se me aparecen esas noches mágicas de Jade en Barrancas de Belgrano. Y no se me ocurre un recuerdo que recupere mejor la alegría de aquella efímera primavera democrática. Se me viene la gloriosa presentación de su disco con Fito en Obras, con su interminable desfile de artistas invitados, o aquel encuentro con Charly en el Luna para la presentación de Madre. Conciertos lujosos en un teatrito de Mar del Plata, con el programa firmado por algunos de sus músicos. Pero también en el Velódromo, en la Facultad de Medicina, en Exactas, en algún show de la 9 de julio. Y cada vez, esa excitación inigualable de ver al Flaco apareciendo en el escenario. Una luz de seguidor. Un saludo. Un acorde de viola. Un cosquilleo en el alma.

Por Spinetta empecé a escuchar Jazz y a leer poesía. Si eso fuera todo, si Luis sólo me hubiera servido para abrir esas puertas, ya bastaría para convertirlo en una de las personas que más hizo por mejorar mi existencia.

La primera vez que salí en una radio de verdad fue en 1987. Entré al estudio de "El Submarino Amarillo" con Alma de Diamante bajo el brazo. Y tuve la experiencia inicial de hacer sonar "El Aliado" por el aire de Radio Del Plata. El dulzor del río te curará las heridas de los siglos…

En tiempos en que cualquier millonario anabolizado con 5 minutos de escenario pago se cuelga el cartelito de artista, allí estaba él, estará siempre, perfil bajo, para poner la vara bien alto, altísimo, a años luz de la mayoría de los que salen en las revistas o en la televisión. En este mar de mediocres de tres tonitos y rimas consonantes, frente al ejército de ejecutantes de hits que venden amores como podrían vender laxantes o créditos hipotecarios, Spinetta siempre asomó la cabeza para disparar su frase inspirada, su decir poético, para lanzar al cielo una melodía de esas que se abren como flores en las orejas.

Se fue el único tipo al que podría haberle dicho sin mentir “tengo todos tus discos”. Y eso duele.
Ya sabemos que queda su música, sus palabras, esos trozos de felicidad que nos regaló y que no pueden quitarnos. Pero es duro asumir que ya nadie podrá escribir una canción tan perfecta como Los libros de la buena memoria. Nadie nos cantará ya de esa manera cósmica, única, que el vino entibia sueños al jadear desde su boca de dorado dulzor. Aquel nunca sería el tema del verano, está claro. Pero bueno, será por eso que preferimos el frío.

1 comentario:

  1. El Opa de la Comarca ha ido a varios conciertos de LAS, y siempre tuvieron la virtud de operar como una instancia de trascendencia mística, aún para un personaje agnóstico y vagamente ateo como el Opa. Estaba lejos de la Comarca cuando LAS desenchufó su guitarra, pero no por eso se sintió menos solo el Opa, ni menos absurdo. La canción llegó hasta el sol, cree el Opa, para ayudarnos a todos a seguir viendo la belleza. Se le agradece un post tan sentido, don Turner.

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