domingo, 17 de junio de 2012

Buenas noches, América

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En la escritura dramática distinguimos el diálogo de la conversación. Los personajes dialogan, las personas conversan. El diálogo es una secuencia de pequeños o grandes pulsos dramáticos, de acciones y reacciones, que hacen avanzar una trama. En la vida real, ese tipo de intercambios prácticamente no existe. Sería insoportable.

En nuestra tediosa y estirada vida real, conversamos. Pocas veces decimos algo. Apenas si le manifestamos al otro un “estoy acá”. O como diría Jakobson: “el canal está abierto”. Lo hacemos hablando de cosas sin relevancia alguna: el tiempo, el fútbol, la televisión.

Los programas con muchos televidentes son -sobre todas las cosas- un gran tema de conversación, lo que a su vez suele atraer a más televidentes. El pavor de quedarse afuera de las conversaciones de oficina puede ser atroz. Y la verdad, esto de que “lo que mata es la humedad” es un tópico que empieza a agotarse.

Marcelo Tinelli entendió esto como pocos. ¿Qué es el formato Show Match sino una gran centrifugadora de temas de conversación? Parejas juzgadas por sus ex, enanos danzantes, tetas que se escapan, esa figura que nunca pensamos que estaría, el tipo amenazado de secuestro, los que se insultan entre sí en los programas de la tarde, la que se separó, el que se juntó, el que se juntó con la que se separó…

Tal vez sea eso, más que ninguna otra cosa, lo que Tinelli ofrece a los argentinos. Y así como los periodistas añoran instalar la agenda de actualidad, el Bailando despliega la agenda del pelotudeo argento, esa que se impone en las adyacencias de la máquina de café, en los viajes en taxi, en las sobremesas de parejas agobiadas, entre los primos distanciados o los efímeros compañeros de ascensor.

Tinelli entendió también a la perfección este asunto del reality. El estricto formato Gran Hermano y sus copias más o menos soportables, apenas si cumplen hoy con los niveles de audiencia que se soñaron en algún momento o que alcanzan en países como Chile. Ese espacio está ocupado aquí por Show Match: ese constante constructor de famosos sin ningún talento.

Por el Bailando llegamos a hablar todos de un millonario anabolizado. Y cuando fue esputado a la dura calle del cuentapropismo, apareció su guardaespaldas y después quizás su novia, la mascota de ella, y el albañil que practicó zoofilia con la susodicha. Marce es el dealer que distribuye pases de fama instantánea. Les ha servido a anónimos, a famosos que desean volver a ser quienes fueron y hasta a empresarios colombianos de riqueza indemostrable para ganar elecciones.

El problema llega con el pánico de cuestionar al exitoso. Y entonces vemos periodistas que son implacables con los ciclos de escasa audiencia, conmoverse hasta las lágrimas con un producto al que destrozarían si tan sólo midiera la mitad. No importa, por ejemplo, si en el sketch de apertura se gastó en contratación de figuras lo que se ahorró en guionista, director, editor y hasta en la presencia de un mero asistente que les dijera a los actores para dónde tenían que mirar. Ellos se orinan de placer, y les parece que juntar centenares de bailarines en un estudio es sinónimo de producción y despliegue. Aunque se choquen. Aunque ejecuten una coreografía que haría parecer elegante al Show de Ante Garmaz en el canal 7 de los 90. Aunque aburra.

Y no es sólo el éxito: es la sensación de que Marce es el probable contratista de todos los que tratamos de arrimarnos a este meollo de la TV (incluyendo el diminuto escriba que dispara esta nota).

“Gran producto televisivo” dicen los cronistas sonrientes, cuando apenas hay lugar para exclamar “la puta, ¿cómo pueden millones de personas ver esta cadorcha?”.

Algunos, más osados (y dando muestras de su alergia a cualquier bibliografía que roce el tema del que hablan todo el tiempo) no dudan en llamar “popular” al programa de Marce. Pasándose por zonas muy feas años y años de estudios culturales que abordaron hasta el hartazgo la cuestión de las distinciones entre lo popular y lo masivo, esta gente llamaría “popular” a un supositorio si solo se introdujera en el culo de muchas personas.

Hay cruces entre lo popular y lo masivo, está claro. Pero estos términos nunca son intercambiables. Eso que los tipos de la tele llaman carisma y que sin dudas el abrazador de destructores del aparato productivo tiene, debe anclarse en alguna zona de lo popular, en algún resabio de verdad, de pibe de bolívar que muestra, en ciertos gestos espontáneos pero también estudiados, la fascinación por ocupar el lugar que ocupa.

Desde esta confusión, Tinelli ha sido rescatado últimamente hasta por cierto kirchnerismo. Una reivindicación que tal vez nazca de la reciente adhesión de Tinelli a la presidenta. Algo que define con mucha más claridad a Tinelli que al kirchnerismo, y que no debería exigir ningún tipo de reciprocidad.

Cuando Marce se animó a señalar que votaría a Cristina, los que lo creemos un gran conocedor del ánimo de las mayorías, supimos que ese era el indicio de un cambio en el humor social. Algo parecido a la resignación por parte de los sectores de poder, expresada por alguien que no había dudado en reivindicar a Carlos Saúl y llevarlo a su Gran Cuñado con honores hacía 5 minutos.

Cuando él dijo la voy a votar, dijo “la suerte está echada, muchachos”. Nada más. Nada menos. Agosto y octubre del 2011 lo demostraron con creces. Sin embargo, eso tampoco lo convierte en popular. No más que a De Mendiguren o Franco Macri, por ejemplo.

Aceptemos que las mediciones televisivas están bien hechas. Que no importa que las haga una sola empresa, o que desconozcamos los vínculos entre ésta y las empresas medidas. Supongamos que la muestra es totalmente anónima y que está homologada por algún tipo de entidad superior. Aceptémoslo. Después de todo, hay gente que acepta la existencia de dios. En ese caso, mucha pero mucha gente mira Show Match. ¿Y eso? También las personas aminoran la marcha de sus automóviles para observar con detalle los cuerpos que sangran sobre el asfalto tras un accidente.

¿Alcanza el pico de rating para celebrar la existencia de un programa? Quizás estemos tan hartos de escuchar a tipos a los que la masividad les parece sinónimo de escoria que nos vemos tentados (peronísticamente) a postular lo contrario. La adhesión de las mayorías (incluso para un acontecimiento político) es un dato insoslayable. Pero jamás lo agota en su caracterización. ¿Mayorías para qué? ¿Para los indultos o para la asignación universal por hijo? Sin ir más lejos.

Todos portamos una dosis de morbo y de curiosidad. A cuál de esas zonas de nuestra psiquis apunta un producto televisivo también habla de él. Elegir que todo pase solo por el tamiz del rating revela, para empezar, una pereza intelectual que deprime. Y una de las formas más rebajadas de seguidismo periodístico.

Por otra parte, aún si sabemos cuánta gente mira a Marce, no sabemos cómo lo hacen. ¿Con atento silencio o como ruido de fondo? ¿Con devoción o ironía? ¿Con credulidad o cinismo? Preguntas siempre ocultas detrás del número, debajo de la baba de liviandad con la que suele hablarse de consumos culturales en estos pagos de periodismo de espectáculos (también) en crisis.

Podemos ver a Tinelli simplemente porque es más divertido que cualquiera de las otras cosas que nos ofrece la tele. Y porque apagarla, bueno, nos asusta un poco. Hay que conversar con la persona que se acostó al lado, tomar un libro, intentar dormir, no es fácil. Podemos verlo y punto. Lo que no podemos, creo, es inventarle atributos que aligeren la culpa burguesa de mirarlo o que nos diluyan la angustia que siempre le provoca al bienpensante el no compartir los gustos de eso que en cada momento se define como “mayoritario”.

Show Match podrá hacer 500 puntos. Sin embargo, seguirá siendo ese escenario en el que se llama “integración” a la exhibición circense de personas con discapacidad, el sitio que apila mujeres a modo de escenografía en tiempos de tanta violencia doméstica, el ciclo que trafica el golpe bajo como atajo insalubre hacia la emoción, el dispenser que llena el mapa mediático de criaturas irrelevantes y, para siempre, el tugurio desde donde el presidente más siniestro de la historia de la democracia argentina cerró su campaña por la reelección del 95.

Nada que uno no pueda olvidar, claro está, a cambio de un confortable silloncito en el jurado del Bailando.

lunes, 11 de junio de 2012

Le pregunto si las cosas están en manos de dios

 

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Me dice que no cree en dios. Le digo que yo tampoco. Y me voy. Afuera, sólo tiempo.

Me voy pensando que necesito una religión. Ya mismo. Tendría que poder bajar y comprarme una. O pedir que me la traigan a casa. Deme la más cara. El dinero ya no es un problema para mí. El concepto de "ahorro" se volvió algo cruel. Quiero la mejor. ¿Tiene un catálogo? A ver... Déjeme ver... No, discúlpeme, pero no está en mis planes reencarnar, al menos que usted pueda darme algunas garantías, claro... Trabajé toda la vida, ¿sabe?

¿Cómo es el paraíso cristiano? Muéstreme... ¡Pero acá no se ve nada! Escúcheme, yo no quiero sensaciones. A quién le hago el reclamo después si usted me vende una sensación que yo no percibo. ¿No tiene algo parecido a un spa?

Sí, ¿por qué no? El paraíso de los vikings es interesante: el hombre del martillo, ¿cómo se llamaba? ¿Sigue siendo rubio y musculoso como en los dibujitos animados? ¿Tiene lugar ahí? Porque me gustaría hacer una reserva. ¿Cómo que tengo que morir combatiendo? ¿No se da cuenta de que soy una mujer? Estúpido. Escandinavo y estúpido.

 

LA AUSENCIA DE TODAS LAS COSAS, Viernes 22:30, El Popular (Chile 2080)

domingo, 3 de junio de 2012

#mayo