Señores fabricantes de galletas de arroz, déjenme decirles algo: ese aglomerado de arroz con forma circular no pertenece al mundo de las galletas. Esa expresión apelmazada del universo debería ser considerada un eslabón perdido entre el alimento y el adorno de escritorio. Es más, las galletitas del mundo deberían unirse para impedir que ese artilugio innecesario llamado “galleta de arroz” sea expuesto junto a ellas. Y motivar su expulsión a la góndola de artículos de ferretería donde se ofrezca junto a solventes, papeles de lija y todo ese desfile de objetos que nunca jamás compraremos.
Señores fabricantes, he intentado, como todo el mundo, comer una de sus galletas de arroz. Y, sinceramente, es lo más parecido del mundo a deglutirse un posavasos. Es más, segundos después, quise quitarme la vida deglutiendo mi posavasos de Bob Esponja. Y fue infinitamente más sabroso.
Señores fabricantes de galletas de arroz, el embaucador envase de vuestro producto nos anuncia un alimento sin colesterol, sin grasas trans… Deberían agregar “Sin sabor”. E incluso, que lo deja a uno “sin ganas de vivir”. Ese sería un mínimo gesto de honestidad de vuestra parte.
Señores, imaginen por un momento qué libro habría escrito Proust si en lugar de una Magdalena hubiera mordido una de sus Galletas de arroz. Un libro espantoso, sin dudas. O un libro de quejas.
Muchas veces nos preguntamos cómo puede ser que un martillo sirva para construir pero también para destrozar la cabeza de un vecino molesto. Y sin embargo, nada nos lleva a pensar que el mismo arroz que sirve para hacer paellas o risottos es utilizado para hacer estos discos de consistencia plástica y sabor tristísimo. ¿Qué nos pasa como sociedad? Pienso estas cosas y me dan ganas de ir a buscarlos a ustedes con mi martillo.
En pleno siglo XXI, hay todavía mucha gente que vive preguntándose si se dice telgopor o tergopol. No lo piensen más: se dice galleta de arroz. La disolución de esa duda ha sido, señores, vuestro único aporte a la humanidad. Gracias. Ya pueden retirarse. Sin embargo, no quisiera que esto se tradujera en la pérdida de fuentes de trabajo para miles de personas. Podrían en todo caso buscarle a este insólito producto otra finalidad menos dañina para la humanidad: tejo playero, revestimiento acústico para estudios de radio, frisbee de bebés o relleno sanitario en zonas donde la basura escasea o da pena tirarla.
En fin, ustedes se las ingeniarán. Nadie que haya sido capaz de ganar dinero vendiéndole al mundo galletas de arroz carece de ingenio.
Sin otro particular, me despido de ustedes atentamente.
* Carta leída en el programa CON QUÉ SE COME del 30 de octubre de 2012.
Cierta nota. Certísima. Sólo tomé una y esmerilé mis talones dejando mis piés más livianos, más frescos y su textura en apariencias de bebé. Desaparecieron las grietas y la piel luce tersa y brillante. ¡Que no se les ocurra a los fabricantes dejar de fabricarlas! Es más, creo que el detritus después de la lijada es aprovechable como comestible. ¡Delicioso! ¡Pruébenlo! Mucho más saludable y menos trabajosa que la piedra pomes.
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