Por estos días, padecemos la eyaculación de los argumentos más ramplones para rechazar que el Estado argentino destine dinero a la recuperación del fútbol para los clubes y los hinchas. Lo primero es lo primero: el Estado argentino gasta decenas de miles de millones de pesos en el área social. Si estos no acaban con la pobreza, no será por la plata que se va a destinar al fútbol. Ojalá fuera tan sencillo.
La negación del derecho a entretenerse, a disfrutar de algunos instantes de suspensión de la miseria, de algo parecido a la alegría por parte de las grandes mayorías de la Argentina, revela que para algunos sujetos (que en general suelen tener para pagarse el codificado) los sectores populares sólo precisan saciarse el hambre.
Los mismos a los que les pareció encantador que se arrojaran litros de leche a la calle o que se cortaran las rutas de un país meses y meses en nombre de la sagrada puja distributiva (es decir, no pagar 4 ó 6 puntos más de un impuesto a las exportaciones), invocan a los pobres y se retuercen de bronca porque las arcas del Estado intervienen para liberar el fútbol del penoso lugar al que lo llevaron la codicia desmedida, la lógica del toma todo de algunos y la ignorancia y/o corrupción de otros.
Soslayan además que el negocio parece superar largamente esos meneados millones, que bastaría reorientar la pauta publicitaria del Estado para cubrir buena parte de esos gastos o que así como el grupo pequeño instrumento de viento usó el monopolio de la pelota para construir medios, quedarse con cables y disciplinar periodistas, el fútbol pivoteado desde la TV pública podría generar en contrapartida otros subproductos invaluables. ¿Cuánto vale -por ejemplo- que la audiencia de Canal 7 haya desbordado los dos dígitos durante todo el fin de semana?
De todas maneras, despejados los argumentos tilingos, interesados o sencillamente estúpidos, lo que más molesta es el ninguneo del fútbol. Las invocaciones al Pan y Circo, a las prioridades olvidadas, al tanto por tan poco, exhiben un desconocimiento del fenómeno que parte de la ignorancia y va a parar rápidamente a la negación cuasi psicótica.
En la Argentina hay 20 clubes de primera división, 20 del Nacional B, 18 clubes de la B Metropolitana, 20 de Primera C, 18 de primera D, 25 del Argentino A, 48 del Argentino B, y más de 200 equipos que disputan los Torneos del Interior. Todos tienen sus hinchas, sus dirigentes, sus titulares y suplentes, sus inferiores, sus utileros y sus bufetes, sus camisetas y su historia... Cada semana, unos 5 mil jugadores salen a una cancha en la Argentina. Y esto sin contar los partidos que se juegan en cada plaza, en cada recreo, en cada canchita de alquiler.
El fútbol atraviesa la historia individual y colectiva de la mayoría de las personas -aún por rechazo-, y afianza vínculos entre padres e hijos, abuelos y nietos, tíos y sobrinos...
Pregúntenle a los 4 ó 5 tipos que los rodean qué sienten cuando subiendo las escaleras que conducen a las tribunas de un estadio ven por primera vez el verde del campo de juego. O qué se les sacude en el interior del cuerpo si cruzan una camiseta de su equipo estando lejos de la Argentina.
En momentos de estallidos y abandonos, de mundos que se desintegran, de tanta biografía a la deriva, el fútbol, a su manera, oscura y brutalmente muchas veces, este fútbol ninguneado, es uno de los pocos acontecimientos incluyentes de la Argentina. El que anima nuestras conversaciones y pulsa nuestro estado de ánimo.
El fútbol pobló de metáforas y comparaciones el habla cotidiana desde hace más de un siglo. Dio lugar a películas, novelas, cuentos, obras de teatro, poemas (es cierto, muchas veces malísimos, pero esto no es su culpa).
Desde fines del siglo XIX, el fútbol fue eje de construcción de identidades entre las clases populares en tiempos de tanta esperanza y angustia llegada de otros puertos y cuando el Estado pertenecía a tan poca gente. Cuando la modernidad se esparcía como una sombra indescifrable, organizarse, encontrarse, sumarse, era fundar un club de fútbol.
El relato futbolístico, el que cuenta su historia, sus hazañas y derrotas, las de nuestros equipos y nuestros jugadores, nos atraviesa como sujetos desde que tenemos uso de razón, con el primer mayor que nos acerca una camiseta para sumarnos a ese colectivo que genera las lealtades de por vida que casi nunca generan la política ni el amor.
Todos los hombres de la Argentina poseemos entre nuestras fantasías la de hacer un gol para nuestro equipo. En casos como el de quien escribe estas líneas, una fantasía sencillamente demencial, pero ahí está.
Por eso y por tantas cosas más, ¿pueden dejar de decir -por favor- que el fútbol no es nada?
El fútbol es tan importante, que sobrevivirá a los Araujos y a los Grondona, como ha sobrevivido al monopolio.
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Como regalo, alegra esta página una obra cumbre de ese maravilloso engendro trasandino titulado 31 MINUTOS: Señora, devuélvame la pelota.
Me mata 31 minutos.... Es genial... Cuando vivía en Santiago no me lo perdía... y como acá no tengo cable, ni tele, ni mesa de tele... no lo seguí más... Son geniales estos tipos. Bravo.
ResponderEliminarAbrazosss.
AnaC de no te estás perdiendo un programa...
Los descubrimos por casualidad con mis pequeños. Tenían 3 años y ya se mataban de risa al ver a esos muñecos delirantes. Estuve en Santiago en febrero y traje película y la primera temporada. Somos 3 fanáticos.
ResponderEliminarAlejandro del resumen semanal de noticias etc.