miércoles, 12 de agosto de 2009

Otro certero ataque a la cultura escrita


Por lo menos tres avisos televisivos que andan rotando en estas horas por los canales de aire transcurren en bibliotecas. A saber:


1) un imbécil que sorbe una cáscara de naranja provocando la repulsa silenciosa de los contertulios sirve para promover el consumo de caramelos de fruta sin azúcar.


2) dos gaznápiros abandonan el estudio para disputarse la última galletita y son sorprendidos por el abominable hombre de las nieves (?).


3) un babieca —y esta es todavía más lisérgica— le sirve a otra zopenca una dosis de ese líquido negruzco con el que todo va mejor, valiéndose de unos tatuajes vivientes en su antebrazo. Aparentemente, también estaban estudiando.


¿Qué es todo esto? ¿Se trata acaso del homenaje siempre postergado del mundo de la publicidad al universo del libro? Difícil.

¿Casualidad? Puede ser.

Lo interesante, de todas formas, es ver cómo aparece el ámbito en cuestión.

Cabe apuntar que los especímenes que protagonizan estas piezas, aquellos con quienes nosotros, consumidores, deberíamos identificarnos, nunca están leyendo. Están, más bien, aburriéndose soberanamente, tratando de evadir ese ambiente opresivo e innecesario. El sabor de la fruta, el chocolate de las rosquitas y lo que sea que tenga el líquido que hoy refresca y mañana desoxida arandelas, servirían para salvarlos del enorme tedio de estar rodeados de libros, ya sea leyendo o estudiando.

La biblioteca, aparece como un escenario hostil del que intentamos salvarnos aún a riesgo de dañar nuestras piezas dentales o nuestro aparato digestivo.

En el universo de los publicistas, en el que “pensar” es “tener un brain storming”, “leer” es chequear mails y “crear” es mirar el trabajo de los colegas extranjeros, una biblioteca, con su silencio, sus olores recónditos y esa desconocida atmósfera de introspección no puede ser menos que una especie de averno. De verdad entendemos el origen del trauma. Sin embargo, siendo el mundo tan pero tan vasto, tan plagado de ámbitos diversos, tan fértil de locaciones baratas y escenarios sencillos de iluminar, ¿podrían los señores publicitarios dejar a las bibliotecas en paz?

Regresen a aquellos decorados de los que nunca debieron haber salido: las fiestas oligárquicas en bordes de piletas, las chimeneas de leños, las orillas de los mares, los boliches humeantes y azulados, las cocinas blanquecinas, los tapizados de cuero y las oficinas inexistentes. Pero abandonen por favor nuestras bibliotecas.

Se los pedimos con el mismo fervor con el que solemos comprar las bazofias que nos ofrecen.

De lo contrario, quién asegura que mañana no haya una cruel venganza y una mano anónima algo harta de tanta loa al déficit de atención vaya y aplaste de un librazo certero algunas de sus hipnóticas blackberrys.

2 comentarios:

  1. Excelenteeee¡¡ qué mirada tan profunda ...es cierto, tan cierto...
    me encantó todo pero sobre todo "atmósfera de instrospección"
    No creo en las casualidades...
    claro yo en el de gaseosa veía la imaginación y el encuentro...pero analizado es verdad que lo otro va a subconciente derechito...

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  2. Querido Ale:
    Grandioso como siempre. Me alegró leerlo porque a veces, al contemplar estos "episodios" siento que soy el único que estoy leyendo entre líneas -o sobre ellas- rodeado de muchos que dicen: Estás sugestionado, chango. (Aquí en el interior se utiliza esa palabra como sinónimo de pibe). Fue una suerte leer ese final magnífico pues me obligó a reflexionar y bajar lentamente un pesado tomo de la Historia Universal de Cantú, que levantaba con ánimo de bajar violentamente sobre una cabeza previamente seleccionada, que bebía una infusión gaseosa de color marrón,mientras reía y loaba tal publicidad en ni propia biblioteca, la cual mantengo en lo posible oscura y silenciosa, pues a los espíritus que la visitan, generalmente esperando dentro de sus ediciones, les gusta de ese modo.
    Guillermo

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