martes, 1 de septiembre de 2009

Gutiérrez


Cierto día, Gutiérrez fue invadido por el presentimiento de la muerte. Una oscura intuición basada en indicios poco claros: su avanzada edad, su contumaz pertenencia al bando de los enfermos. Tal vez haya sido el tono con el que su médico le aconsejó la confección de un testamento. Tal vez esa costumbre que últimamente tenía su corazón de tomarse descansos cada vez más prolongados.
En lugar de pena, Gutiérrez experimentó cierto afán de trascendencia. Algo desusado hasta entonces en un sujeto cuyas preocupaciones fundamentales eran la filatelia y el vencimiento de la cuota del cable. Lejos de ocuparse por el destino de sus bienes, la cremación de su cuerpo o la financiación de una agradable parcela, Gutiérrez se vio en la obligación de obsequiarle al mundo una frase que pudiera ser recordada como una sentencia póstuma. Le preocupaba el no percibir ni un ápice de la remanida sapiencia de aquellos que están yéndose del mundo. Y decidió echar mano entonces a los principios que habían ido vertebrando su simple existencia.
Siempre que se encontraba ante testigos lanzaba una frase importante, por no saber si no sería ésa la última. Mientras jugaba a las cartas, aprovechó un silencio de sus compañeros de mesa para decir: "Prefiero el mar a las sierras", tras lo cual permaneció en el mutismo más absoluto. Al día siguiente, sorprendió a un taxista al deslizarle sin preámbulo alguno: "La amistad entre el hombre y la mujer no existe". Luego bajó sin decir "buenas tardes", por considerar triste que alguien fuese recordado por decir "Buenas tardes".
Los días pasaban y la vida de Gutiérrez se extendía más de lo previsto, más de lo que su escueto listado de aforismos pudiera abarcar. Ya había echado mano a sentencias agudas como "La trampa del offside es un arma de doble filo" o la celebrada "en la moto, la carrocería sos vos" que dejó grabada en el contestador de un pariente lejano. Al subir a los colectivos, Gutiérrez ya no pedía el boleto. Optaba en cambio por decirle al chofer que "Nosotros fuimos el granero del mundo", porque ya se sabe que existe una alta probabilidad de morir en el transporte público. Sus vecinos preferían hacer uso de la escalera antes que quedar a solas en el ascensor con un sujeto que con aire inaugural les decía que "Antes estas cosas no pasaban" o "En este país no te perdonan el éxito".
Cuando finalmente Gutiérrez murió, la ocasión lo tomó por sorpresa. El enfermero que viajó con él en la ambulancia señaló que apenas alcanzó a decir: "Me muero". Una frase poco original —es cierto—, pero irrefutable.

5 comentarios:

  1. Gutiérrez cada vez dice mejor su última frase

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  2. Lo único que cambia Gutiérrez es su apellido. Cuando vos lo conociste se llamaba Saporiti. Y después tuvo otro nombre que no me acuerdo. Gutiérrez siempre me suena mejor. Abrazo, Emilio.

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  3. Ahora entiendo su pertinaz afán por guardar en blog su tw
    Me encantó este Gutierrez q además nos salvaría de tener q leer mamotretos q muchos escriben con igual fin.

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  4. Pucha, voy a tener que repensar mis dichos

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  5. Cuales serían unas grosas ultimas palabras?

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