¿Nos merecemos este castigo? ¿Ser interpelados espasmódicamente por esta runfla de nuevos ricos indignados? ¿Esta farándula fascistoide, la de los autos escondidos en graneros y las camionetas importadas vía contactos turbios en embajadas, los que fueron sistemáticamente procesistas y menemistas (salvo cuando no les dio la edad), los que boludeaban, pelotudeaban y recontra idiotizaban mientras sus invitados hacían pedacitos el Estado, los que bailaban y cantaban al ritmo del uno a uno, las que escapaban de comicastros gordos en ropa interior mientras la Argentina se llenaba de cuerpos sin nombre, la que le dio de comer hasta el último de los hijos de reverenda madre sin nunca un sí ni un no, pero que ahora se aterran, se enojan, se exasperan porque alguien cortó una calle o porque las consecuencias de todo eso que celebraban se corporizan en puñados de pibes morochos que salen a la calle de caño?
¿Nos merecemos escuchar cómo claman ahora por ese Estado en el que se menefregaron años, años y años porque pensaban que era algo para pobres?
¿Nos merecemos sus sermones canallas e ignorantes, plagados de los lugares más comunes del medio pelo argento? ¿Su mentirosa estrategia de erigirse en ciudadanos comunes aunque le hablen cada semana a millones de personas, aunque habiten mansiones amuralladas, aunque manejen autos que valen más que nuestras casas, aunque haga años que no prenden una hornalla, que no empujan un puto carrito de supermercado, que no se ven en la humana obligación de decir gracias, nunca?
¿Merecemos padecer a este ejército de incultos con soberbia de expertos, que creen que hacer bailar un grupo de enanos o formularles preguntas guionadas a invitados tarifados les da derecho a opinar sobre políticas de seguridad o lo que les caiga enfrente? ¿A esta fila de cerebros diminutos para cualquier otra cosa que no sea apilar billetes a cambio de nada, a salvaguarda siempre de cualquier crítica medianamente sensata, a estos experimentos unineuronales que jamás se pronunciaron en las instancias difíciles de la patria pero allí se alistan levantando el dedito con cara de inocentes recién llegados para lanzar sus miserables reclamos de cárcel a menores, represión y pena de muerte?
¿Los merecemos, con su lucecita roja a disposición de cualquier exabrupto derechista, con su lastimoso léxico de 45 palabras, con su ropa de canje y sus asesores de imagen, con sus ridículas mascotas asexuadas, sus amigos impresentables, su recurrente expresión de yo no fui, con su perorata amarilla, paranoica, y su conclusión social arrancada a mordiscones por el cómo les fue en la feria, por si el amigo de su sobrino no pudo cruzar la 9 de julio o su florista (¡su florista!) padeció un horrible episodio de violencia de los que ocurren en cualquier lugar de este mundo demencial que vivimos?
Mírenlos, igual no van a poder dejar de hacerlo, enhebrar -no sin dificultad- su rústica verba conserva, poniéndonos como modelos aquellos países de los que sólo conocen su free shop, esas repúblicas en las que los aviones de pasajeros se estrellan contra torres, los soldados ametrallan a sus colegas y —cada tanto— los estudiantes secundarios deciden que hay que pasar a sus compañeritos por las armas.
Escúchenlos, porque igual no podrán dejar de hacerlo, indignarse si algún experto en seguridad considera que la opinión de ellos tiene el mismo valor que el eructo de mi perra. Y aprecien cómo se postulan para santos por haber arreglado (gracias al canje con una empresita de pintura) el techo de una escuela, no sin antes editar un video emotivo y ponerse las lagrimitas artificiales que consumen los malos actores de telenovela.
No se consideran afortunados porque la vida los haya puesto en el curioso lugar de facturar haciendo esa cosa que hacen, sin haber jamás estudiado nada de nada, no, con la azarosa dosis de eso que ellos llaman carisma, y hasta sienten que además deben expresar su credo berretón cual si fuera una idea, y que nadie puede cuestionarlos sin poner en riesgo el derecho que tiene toda persona a expresarse libremente que uno de sus abogados les dijo figura en un librito pedorro llamado Constitución.
¿Nos merecemos que estos esperpentos catódicos nos digan que nos parecemos a Colombia, sólo porque ellos añoran ser Colombia, con su presidente blanco y de derecha, sus bases norteamericanas y hasta la posibilidad de que Alicate esté habilitado para ser candidato a presidente?
¿Nos merecemos que este aquelarre de monigotes terminados a bisturí haga un mundo de sus únicas preocupaciones sólo porque no saben lo que es el hambre, el frío, o la mínima miseria de no llegar a fin de mes?
¿Nos merecemos ser víctimas de ese narcisismo subnormal que les hace creer que si ellos estornudan hay una epidemia?
¿Realmente nos los merecemos?
Pareciera que sí. Que algo habríamos hecho. Pero algo horrible, sin dudas. Mirarlos.
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