lunes, 26 de abril de 2010

Adiós, muñeca


No sé cuánto hace que la vi por primera vez. Fue en alguna revista de los 90. Acompañada de algún epígrafe tonto. A la segunda o tercera vez, me aprendí su nombre. ¿Quién era esa mujer de cabello largo, oscuro, que sonreía en las publicidades de Loreal? ¿Quién la dueña de ese rostro anguloso pero sugestivo, esos labios delgados y perfectos? Y esos ojos profundos, ¿No prometían algo más que un futuro de marido empresario, polista, evasor impositivo?
Me gustaba su perfil bajo, su ausencia en cualquier batalla que implicara a modelos, vedetongas, felinos o bailarinas de certamen grasiento.
Supe que estudiaba teatro, y que lo hacía en el mismo lugar que una compañera de trabajo. Esa fue la mayor aproximación entre mi universo de oscuro escribidor y el de ella, seguramente radiante y promisorio.
La nuestra fue una de esas afinidades que poco tienen ver con lo sexual, aunque quién soy yo para excluirlo si ella llegara a insistir. Fue una de esas fidelidades mediatizadas que los amigos de uno conocen y hasta respetan. Mirá, una foto de tu novia, me han llegado a decir algunos, en confianza, comprendiendo o tal vez padeciéndome.
Y hasta llegó a ser tema de conversación con mi pareja. Lejos de cualquier comentario al paso sobre los atributos físicos de otra artista, colega, amiga o transeúnte, siempre fui honesto en cuanto al vínculo que me unía a la bella modelo. La madre de mis hijos siempre supo que aquel improbable día en que ella golpeara a la puerta decidida por fin a llevarme consigo, no habría lugar para reproches. Que me iría con lo puesto sin derecho alguno al escándalo o a preguntas incómodas.
No voy a negar que últimamente el vínculo fue perdiendo intensidad. Que empezaba a notarle una extrema corrección que me inquietaba. Que si bien apoyé su incursión en el mundo de la entrevista aburrida de cable, solían disgustarme sus invitados. Sin embargo, quién era yo para criticarle sus amistades. Seguía buscándola en el zapping de la trasnoche cada tanto, deteniéndome en la belleza de su rostro, inalterable a pesar del tiempo, a pesar de estar más grande, al punto de tener ya casi mi edad.
Pero un día se encendieron las alarmas. Sus invitados pasaban de intrascendentes a molestos. En ese estudio penumbroso y soporífero comenzaron a sucederse los más altos exponentes del pensamiento republicano, dialoguista, gorilón y neo facho.
Y ella, a quien admiré tanto que casi voy al cine a ver una de Subiela para apreciar su rostro en dimensiones gigantográficas, ella, le regalaba sus miradas de fascinación a tipos de la calaña de Marcos Aguinis o Santiago Kovadloff. Si ella admiraba a esos filósofos de señoras tilingas de barrio Norte, tal vez se estuviera convirtiendo en una de ellas, pensé en una noche de insomnio.
Traté de olvidar el episodio, pero una triste madrugada de jueves sucedió algo espantoso. Ahora, esos ojos con los que alguna vez soñé, seducían hasta los límites de lo inapropiado a la señora Pilar Rahola. Por si tienen la suerte de no conocerla, es una periodista española que puede decir que es de izquierda y que hay que pasar a todos los musulmanes del mundo por una picadora de carne oxidada en una misma frase. Una señora que bajo el poncho de la modernidad esconde los puñales más reaccionarios, y que es capaz de llamarte antisemita si no te encanta que un misil israelí caiga sobre la cuna de un bebé palestino.
Supe entonces que las cosas no andaban bien. Y que estos tiempos de bipolaridad salvaje nos habían arrojado en bandos opuestos. Que si ella me conociera ya no pensaría que soy feo o aburrido, sino un integrante de una banda de blogueros paraestatales, un adalid de la crispación, un manifestante rentado, alguien que se quedó en los 70, un prisionero del odio, un neo montonero, un zurdito, en fin, un peligro para la democracia.
El golpe fue duro y estaba tratando de elaborar el duelo en silencio, sin comentarlo casi con nadie. Pero esta vez fuiste demasiado lejos. El sábado leí que estuviste en la Feria del Libro haciéndole un reportaje público a Hilda Molina. Todo bien. Pero, ¿había necesidad de que cuando parte del público repudiara su presencia dijeras esa frase? ¿Hacía falta desbarrancarse tan dolorosamente por el abismo de la estupidez? ¿Tenías que decir "Por qué no se van a vivir a Cuba"?
Chau, Mariana Arias. Lo nuestro terminó, aunque vos nunca te hayas enterado de que había empezado. Final. ¿Te pido un taxi?

8 comentarios:

  1. Uh, toda separación es dolorosa. Y supongo que estarás en pleno duelo. La gente nos sorprende, no?

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  2. dicen por ahi que un clavo saca a otro clavo. ¿Cómo la ve a Jazmin de Duro de Domar?

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  3. Como puedes decir tantas mentiras sobre Pilar Rahola! Trae un solo ejemplo de lo que dices aquí. Yo la leo asiduamente, y me parece una de las pocas de izquierdas que tiene la cabeza en su sitio. Que facil es insultar y que difícil es argumentar! Asco

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  4. ¿Sabe qué? eso le pasa por mezclar la política con el amor y el secso. Son cosas que no se mezclan, dear. Por eso hay por ahí tanta tilinga hueca que se pasea feliz como Filomena-la-vida-me-sonríe...

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  5. Gabi: no es que la gente nos sorprenda, es que muchas veces nos negamos a ver la realidad. Y eso sí que duele.

    Anónimo: me gusta más la morocha, aunque ya sería como irse al otro extremo.

    Mantra: se le agradece.

    Grace: tiene usted razón. Tanta que duele.

    Ruiz: la gente de izquierda a quien usted (y otros) consideran seria, simplemente es de derecha. Ese es el rasgo de seriedad que a usted (y otros) seduce. Por lo demás, hay una enorme cantidad de blogs en el cyber espacio que harán las delicias de su pensamiento. Gracias igual por leer.

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  6. Duele el amor, en cualquiera de sus formas.

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