jueves, 22 de abril de 2010

Aprendiz




Podría decirse que tuve aptitudes desde chico. Algunos relatos familiares lo atestiguan. Situaciones que jamás he podido recordar del todo. Fenómenos de cierto prodigio. Magia sin trucos.

Lo primero que puedo evocar es aquel cumpleaños en el que para combatir la angustia que siempre me despertó esa cruel metáfora del futuro que es el juego de las sillas, obré el milagro de convertir la Coca en Pepsi. Eso fue lo que algunos amiguitos expertos catadores de gaseosa descubrieron, aunque yo, se ve que en una tarde inspirada, procedí inmediatamente después a la multiplicación de las papas fritas.

La denuncia de un adulto llegó a los oídos del Hermano Antonio, quien a los pocos días mandó llamar a mis padres. Me los acuerdo saliendo de la Dirección con los ojos brillosos y las manos cargadas de folletos.

Después vino el viaje a Roma y la entrevista con el Papa. Siempre me causó mucha gracia esa gente que empieza a contarnos su vida desde aquel día que vio pasar al Papa por una cinta transportadora, detrás de una valla de seguridad, amenazados por un par de soldaditos de cotillón, apretujados por otro centenar de turistas que intentan una foto para el escritorio de la oficina. Yo, en cambio, tenía 8 años cuando cené con él. Cuando lo sorprendí descalzándose por debajo de la santa mesa y hasta percibí el efecto enrojecedor que ejerce la tercera copa de tinto sobre su cara de morsa. Me pareció un tipo casi normal de no haber sido por ese problemita de que se le andaban mezclando los idiomas.

En su momento, todo aquello me parecía divertido. Pero la carrera que se iniciaba implicaba una serie de esfuerzos lógicamente sobrehumanos.

Al principio fue la teoría. La memoria es un bien fundamental para el cargo solicitado y puedo jactarme de tenerla. Se empieza por lo más obvio, es decir la memorización de los textos bíblicos: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio... Es arduo. Con Josué la cosa levanta un poco. Aparece cierta estructura dramática que hace todo un poco más digerible. Los dos libros de Samuel, los dos de los Reyes, los dos de las Crónicas, los de los Macabeos. Haber aprendido los Proverbios al pie de la letra me dio cierta facilidad para el aforismo que bien pude haber utilizado en el comentario de partidos de fútbol o la redacción de invitaciones de casamiento, pero se nos prohíbe lucrar con estas cosas. Sabido es el caso de alumnos expulsados por asistir a programas de preguntas y respuestas.

El Nuevo testamento parece más sencillo, pero hay que conocer mucho para no mezclarse las versiones de Mateo con la de Marcos o la de Lucas con la de Juan. Después de los Hechos, todo deviene epistolar. Hoy parece increíble que algún editor se digne a publicar algo como la “Carta a Tito”. Pero quien puede lo más puede lo menos y esta gente tenía sus contactos. Tanto como para convertir en éxito un libro que carece por completo del consabido final feliz. No sé si le echaron una ojeada al Apocalipsis.

Sin embargo, aquello era sólo el comienzo. Cuando uno ya cree que sabe demasiado se da cuenta de que apenas se aprendió el manual de la empresa. Después hay que empezar a estudiarlo todo. Y no se trata de una forma de decir. Todo es “todo”: la historia de los países, de las ciudades, de los pueblos, de las calles, de los clubes de barrio... Y les aseguro que no alcanza. Hay que convertirse en un experto zoólogo aunque desde un punto de vista práctico, digamos: ¿cómo funciona un conejo? Y hay que saberlo bien porque después vienen los ejercicios y uno tiene que hacer su propio conejo. ¿Tengo que aclararles que no hay margen de error posible? Nadie vio jamás un oso con corazón de tortuga.

Es aquí donde abandonan muchos. Gente a la que le cuesta estudiar. Tipos talentosos que caminan sobre el agua como si tal cosa pero que no consiguen concentrarse. Reconozco que en un primer momento me quejaba pero con el tiempo fui entendiendo que es un buen modo de ir seleccionando.

Tras la etapa de almacenamiento de datos viene el momento de la comprensión. Maratónicos seminarios donde he visto compañeros golpear sus cabezas de aspirantes contra paredes prudentemente acolchadas. No diré que es fácil entender el embarazo de una chica virgen, pero por favor, tengamos en cuenta que estamos hablando de alguien que creó las corrientes oceánicas, la música, los egipcios y el fitoplancton. Ahora, si me preguntan por el rol de José la cosa es más complicada.

De todas maneras, la verdadera historia empieza a la hora de “hacer” cosas. Y yo voy por ahí. No me gustaría presumir. Manejo algunos milagros menores: he confeccionado algunos insectos respetables, adivino ciertos resultados del fútbol del ascenso, curo picaduras de mosquitos y hasta puedo convertirme en zarza ardiente aunque me cuesta bastante volver a mi forma habitual y me queda el cuerpo lleno de bichos.

Si me estuviese permitido, creo que a veces dudaría.

No es sencillo asumir que uno se irá quedando solo. Mientras preparaba el trabajo práctico de “las siete plagas” se me llenó la cocina de langostas. Fue la última vez que vi a mi mujer. El celibato debe ser un destino ineludible para todos nosotros. Por otra parte, los contratiempos económicos son constantes. Un colega quebró cuando el consorcio lo obligó a afrontar los arreglos que hubo que hacer en su edificio después de haber hecho llover cuarenta días en un departamento de dos ambientes. Vamos a decirlo: es una carrera cara.

Es por todo esto que vamos quedando cada vez menos. Tendrá que ver con la obsesión monoteísta de las autoridades, supongo.

Se encuentra también el estudiante inescrupuloso que se conforma con poderes parciales. Siempre se cuenta la historia de un tal Gutiérrez que llegó a aprobar “Génesis III” y abandonó todo al darse cuenta de que era capaz de crearse sus propias amiguitas con sólo adquirir unas costillas de lo que fuere en la carnicería más cercana.

Contra tantos obstáculos, a veces me impulsa simplemente la sospecha de que un abandono en tan religioso contexto sería acompañado por el más abominable de los sentimientos de culpa.

Calculo que será cuestión de quince o veinte años más. No es mucho si se tiene en cuenta que para entonces tendré aprobado el seminario obligatorio “Vida eterna”.

Se dice que hay algunas materias que todavía nadie alcanzó a rendir. Se comenta que el final de “Ubicuidad I” debe darse en dos mesas a la vez. Me pregunto si alguno de nosotros llegará o si tendrán que empezar a buscar de nuevo.

En este cuarto oscuro hay paredes despintadas y con olor a tabaco acumulado por meses. Me siento delante de una palangana con agua y preparo mi parcial de “Éxodo”. Y aunque mi pequeño Mar Rojo parece no querer abrirse ni con un abrelatas yo me tengo fe. Sospecho que es un buen comienzo.


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