martes, 13 de abril de 2010

De lejos




Un Palco en penumbras. Se oye un murmullo lejano. Entra una pareja. Ella lleva vestido negro, largo, y una cartera. Él, bermudas, camisa floreada y ojotas.

Ella: A veces creo que no me escuchás.
Él: Es verdad, hace mucho que no venimos al teatro.
Ella: ¿Ves lo que digo?
Él: ¿Qué te pusiste?
Ella: Me dijiste “elegante”.
Él: ¿En serio? No me acordaba.


Lo mira de arriba abajo.


Ella: Está claro. ¿Tenías que venir en malla?
Él: Es que te mojan. Me dijeron que estos hijos de puta te mojan.
Ella: ¿De verdad? Me encantan las obras en las que te mojan. Voy a cambiarme entonces.
Él: No, quedate que ya va a empezar.

Llegan chistidos del resto de la sala. Oscuridad. Música.


Ella: Guau: me encantan las obras en las que los actores están desnudos.
Él: Pero son todos hombres. ¡Es un asco!
Ella: No entendés nada. Es lo primitivo. Es lo animal. Es lo telúrico.

Una bola de barro lanzada desde el escenario impacta en el vestido de ella.


Ella: ¡Es barro! ¡Me tiraron barro!
Él: ¡Son unos guachos!
Ella: ¡Son geniales! ¿Te das cuenta de que están reescribiendo la metáfora bíblica de la creación del hombre?
Él: Lo que quieras, ¡pero te mancharon el vestido!
Ella: ¡Me encantan las obras que te dejan algo!
Él: ¿Te vas a quedar así?
Ella: No, me voy a cambiar: traje otra ropa de repuesto… ¡Esto es genial!

Ella sale. Él se pone de pie y se asoma. Mira hacia el escenario.


Él: Flaco, aflojá un poco porque…

Mira hacia los otros espectadores.


Él: ¿Qué hace? ¿Está meando? ¡Está meando!

Se desploma en su butaca.

Voz del padre: Finalmente, la decadencia se apoderó de todo.


Él mira a su alrededor.


Él: ¿Quién dijo eso?

Detrás de él, se ilumina la figura de un hombre gordo, pálido, calvo y con lentes oscuros. Lleva campera de cuero y fuma un pequeño habano.

Él: ¿Papá? ¿Sos vos? ¡Esto no es real! ¡No puede ser!
Padre: Claro, esto no puede ser. Pero pagar 80 pesos para ver a 5 boludos en pelotas que se tiran barro sí. Eso es normal.


Él se levanta. Se abalanza sobre el hombre para abrazarlo. El hombre levanta la voz.


Padre: ¡No te atrevas!

Él se paraliza.


Él: ¿No puedo abrazarte? ¿Por qué? ¿Tiene que ver con la inmaterialidad de la muerte?
Padre: No: abrazarse es de putos. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?
Él: Pero… Contame dónde estás… Cómo es… A qué viniste…
Padre: Shhhh. Ahí viene ella.

La figura del padre se oscurece. Entra ella con un pantalón corto y una remera.


Ella: Ya está. Lista para seguir participando… ¿Me perdí algo?
Él: No… El colorado se echó un cloro en el escenario… Pero nada más.
Ella: Ah, el despliegue de las funciones orgánicas transformadas en espectáculo.
Él: No, nena: meó.

Música beat de los 70.


Ella: Mirá: ahora cantan y ejecutan una coreografía kitsch de los 70 que no viene a cuento de nada. ¡Es la mejor versión de Macbeth que vi en mi vida!

Ella mueve sus hombros y su cabeza al compás de la música.

Él: Shami… Shamila… Quería hablarte del fantasma de mi padre…
Ella: No, bruto: eso es en Hamlet… ¿O era en Otelo? Ahora me hacés dudar. Ah, no: el fantasma del padre es en Hamlet. En Otelo es el fantasma de un negro.
Él: De mi padre quería hablarte, Shami… Ni el de Hamlet ni el de Otelo: el mío.
Ella: No me hablás nunca de tu papá y vas a hacerlo ahora, amor… Entiendo que esto te moviliza… ¿A quién no? Pero no es el…


Ella mira a su alrededor. Aspira varias veces.


Ella: ¿Podés creer que hay un hijo de puta fumando un habano adentro de la sala?
Voz del padre: ¿Qué? ¿Se puede orinar en público pero está prohibido echar el humo?
Ella: ¿Quién dijo eso?


Se ilumina la figura del padre de él.

Padre: Yo. Y ahórrese el discursito sobre el cáncer de pulmón, mi hija: ya estoy muerto.
Él: Shamila, te presento a mi papá.


Ella se queda quieta, con la boca abierta, congelada en alguno de los movimientos de su coreografía.

Ella: Así que usted…
Padre: Supongo que Octavio te habló mucho de mí.
Ella: Claro… Claro… ¿Octavio? ¿No te llamabas Juan Manuel vos?
Padre: Ese es su segundo nombre.
Él: Segundo y tercero. Juan y Manuel.
Ella: ¿Por qué no me dijiste que te llamabas Octavio?
Padre: ¿Por qué no usás tu primer nombre?
Él: ¿Vamos a hablar de mí? El hombre vino de tan lejos…


Llegan chistidos del resto de la sala.

Él: Estamos molestando acá… ¿Por qué no nos vamos a un lugar más tranquilo?
Ella: Ni loca: ya viene la parte en que los actores se cuelgan de ganchos y sacan a volar a gente de la platea. ¡¡¡Cómo me gusta el teatro!!!
Él: Pero mi amor…
Padre: ¿”Mi amor”? Sometido… Maricón… Nunca vas a aprender a tratar a una mujer, Octavio.

Ella se asoma al palco. Y observa el recorrido de un cuerpo que se acerca por el aire. Agita los brazos.


Ella: ¡A mí! ¡A mí! ¡Yo quiero ir a volar con ustedes!


Sigue la trayectoria del cuerpo que baja.

Ella: Puta madre: siempre sacan a volar a los de la platea.

Lo mira a él.


Ella: Podrías haber gastado un poquito más, ¿no? ¿Tan poco valgo para vos?
Él: Perdón, Shami. La próxima venimos a la platea. ¿Por qué ahora no nos vamos a charlar con papá y otro día volvemos?
Padre: ¿”Perdón, Shami”? ¿Qué clase de hombre le habla así a una mosquita muerta como esta?
Ella: Mire, señor: acá el único muerto parece ser usted…

Mueve una mano ventilando delante de su nariz.



Ella: Y me parece que ya empezó a pudrirse.
Padre: Usted me está pudriendo, señorita. Y el arrastrado de mi hijo.
Voces de la platea: ¿Pueden hacer silencio? No nos dejan escuchar los ruidos guturales del protagonista…
Él: ¿Ruidos qué?

Se escuchan ruidos inentendibles que provienen del escenario: alaridos, regurgitaciones, onomatopeyas. Ella se asoma entusiasmada.


Ella: ¡Genial! ¡Hermoso! ¡Qué primario!
Padre: Yo creo que ni el primario terminaron estos…
Él: ¡Les pido por favor! ¡No me hagan esto! ¡Quiero que hablemos! ¡Shamila, papá debe querer decirnos algo!
Padre: ¡Eso es verdad!
Voces de la platea: ¿Por qué no se lo va a decir afuera hijo de mil putas?

El padre asoma casi todo su cuerpo.


Padre: ¿A quién le dijiste “hijo de puta”?

El padre saca un revólver de adentro de la campera. El hijo se abalanza sobre él.


Él: Papá, papá… Otra vez no…

El padre se recompone. Guarda el arma. Shami mira hacia el escenario extasiada.


Ella: ¿Vieron eso? ¡Apareció un actor vestido de ángel! ¡Me encantan las obras con ángeles!
Él: Bueno, Shami. Yo me lo llevo a papi afuera. Si querés quedarte, quedate. Hablamos mañana.
Voz de la platea: ¡Eso! ¡Mañana! ¡Hablen mañana!
Ella: Yo no me muevo de acá: me encantan las obras que no se entienden.
Él: Pero mi papá volvió de la muerte…
Ella: ¿Todavía no captás lo que está pasando, amor? El espectáculo al que asistimos es tan conmocionante que nos hace atravesar la barrera de lo real y vivenciar una experiencia de tipo paranormal que nos reencuentra de alguna manera con nuestros miedos y nuestros deseos más ocultos.

El padre amaga a sacar el arma.

Padre: ¿La mato yo o la matás vos?
El: Tranquilo. Tranquilicémonos todos… ¿Qué pasa, papá? ¿Qué te trajo hasta aquí?
Ella: Eso, ¿Por qué no se va a descansar en paz, señor?
Padre: Hay algo que tenés que saber, hijo. Mi muerte no fue un accidente.


Pausa.


Padre: Fui asesinado por “el Tío”.
El: No puede ser… ¿El tío Ernesto?
Padre: No… ¡¡¡El tío Cámpora!!!
Ella: ¿Quién es ese?
El: Qué sé yo… No conozco a toda la familia-
Padre: Cámpora, estúpido. El delegado que quiso traicionar al Movimiento pactando con la extrema izquierda…
Ella: Tu familia es un quilombo, bicho.
El: No sé de qué me hablás, papi. Pero decime, ¿qué querés?
Padre: ¡¡¡Venganza!!!


Silencio en la sala.


Ella: Explíquese.
Padre: Tomá este puñal, hijo. Me lo regaló el General en Puerta de Hierro.


El padre saca un puñal de entre sus ropas y se lo ofrece al hijo.


El: Lindo, ¿eh?


La mira a ella.


El: Tengo que aprender a hacer asados, amor… No puede ser… Es un crimen.
Ella: Sabés que soy vegana.
Padre: ¡Cállense, pendejos! El puñal es para que lo mates.
El: ¿Que lo mate? ¿A quién?
Padre: ¡A Cámpora!
Ella: El tío que no conocés.
El: No puedo hacerlo, papá. La familia es la familia.


El hijo le devuelve el cuchillo.


Padre: Qudátelo, te digo. Por una vez haceme sentir orgulloso de haberte traído al mundo.


Forcejean. El hijo grita. Hay un hilo de sangre en su mano.


El: Me corté…
Ella: Amor… Pobrecito…
Padre: No es nada. Que se haga hombre.
Ella: Tenés que lavarte ya mismo
El: Sí… Voy al baño a lavarme…
Padre: Qué vergüenza me das… ¿Sabés las veces que me tajearon la mano en un combate cuerpo a cuerpo contra el zurdaje apátrida?
Ella: ¿Se da cuenta? A lo mejor, si hubiera sido un poquito más cuidadoso no estaría muerto, señor.
Padre: Es que siempre antepuse a mi Patria…
El: Claro, y ella se ligaba todos los cuchillazos. Voy a lavarme, permiso.

El sale. Silencio prolongado.
Ella mira hacia el escenario.

Ella: Mire, están patinando sobre hielo… ¡Qué contemporáneo!
Padre: ¿Tienen planes?
Ella: Creo que hacen 2 funciones más y se van de gira por Dinamarca.
Padre: Me refiero a ustedes dos. A usted y mi hijo.

Ella gira y lo mira al padre.

Ella: ¿Planes? No. Por ahora no.
Padre: Pero, ¿están bien?
Ella: Sí… Es divertido.

Pausa.

Padre: La mujer necesita que se la lleve con mano firme…
Ella: ¿Adónde?
Padre: A todos lados. Adonde sea.
Ella: Son opiniones.

Ella gira y mira hacia el escenario.

Padre: Aún las que son como usted, andan pidiendo a gritos un hombre que las sepa conducir en la vida.
Ella: Mire. Hay un oso en zunga. Es increíble la cantidad de recursos teatrales que estos tipos son capaces de poner en juego.

Antes de que termine la frase, el padre la toma del hombro, la hace girar hacia él y acerca su rostro hasta quedar casi pegado al rostro de ella.

Padre: Vos necesitás un hombre de verdad.
Ella: Y usted una pastilla de mentol.
Padre: Vení acá.

El intenta besarla. Forcejean. Entra el hijo.

El: Ya volví.

El padre se aleja de ella. Intercambio de miradas. Silencio prolongado.

El: Parece que no es nada. Algo superficial.

El padre vuelve a sacar el puñal.

Padre: Y con el puñal del General. Es un honor, hijo.

Ella se lo saca.

Ella: Deme eso. Usted es un peligro.

El padre forcejea con ella.

Padre: Dame eso, putita. No ensucies con tus manos mugrientas el legado de nuestro líder…
Voz del actor: Señor, estamos tratando de decir un texto, ¿podría cerrar la boca?

El padre se asoma. Ella se queda con el puñal.

Padre: A mí ningún drogodependiente me va a hacer callar.
Ella: Parece que tu papá nunca estuvo en un palco.
El: Sí, una vez: en Ezeiza.

El padre se asoma y le habla al público.

Padre: Hemos dado nuestra vida tratando de detener esta pesadilla que el mundo vive ahora. Dejamos todo por este país. Para que la bandera celeste y blanca nunca fuera cubierta por el sucio trapo rojo de la antipatria. Para que el sionismo internacional no se apoderara de nuestras tierras y de las tiernas mentes de nuestros jóvenes… He vuelto para terminar esa tarea…
Ella: ¿De qué habla?
Padre: Qué sé yo… Viste como es papi: cuando arranca con eso no lo para nadie.
Voz de la platea: Gordo ridículo, o te callás o llamo a la policía.

El padre señala a una persona del público.


Padre: A mí me vas a respetar, maricón…

Una botella de plástico pega en la cabeza del padre. Éste se asoma todavía más empuñando su arma.


Padre: ¡Zurdos! ¡Imberbes! ¡Me quieren copar el acto!


El padre se inclina tanto sobre la baranda del palco que sus piernas se despegan del piso. Su cuerpo se bambolea. Ella le clava el puñal en la espalda. Se escucha el grito del hombre cayendo. Estrépito de un cuerpo al dar contra el piso.


Voz de la platea: ¡Está muerto!

Aplausos de toda la sala.

Él: Papi… Papi… Papito… ¡No puede ser! ¡No puede ser!
Ella: Sí, Octavio: hay gente que merece morir dos veces.
Él: Pero… Yo lo quería igual… ¿Está mal eso?

Pausa.


Ella: Sí. Re mal.

Se encienden las luces de la sala. Ella y él se levantan.


Ella: Una obra bellísima.
Él: Murió papá.
Ella: La vida comienza.

Ella le pasa el brazo por el hombro. Salen.

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