Escribir un libro, plantar un árbol, tener un hijo.
Quemar una iglesia, escupir un café, trompear a un escribano.
Olvidarse el paraguas de otro, asustar un gato apenas chistando, rayar un auto caro con una moneda barata.
Faltar a las fiestas, eludir los cementerios, despreciar la sinonimia como indicio de buena escritura.
Perder los números de teléfono, los estribos, el tiempo.
Ignorar todo lo que haga falta, demorar o apurarse pero siempre porque sí, escaparle sistemáticamente a los supermercados los días sábados.
Esquivar ex amigos, ex novias, ex compañeros, ex amantes. Pero tenerlos.
Volcar un vaso sobre la alfombra de un Subsecretario. Volcar. Revolcarse.
Abandonar sin culpa alguna libros, salas de cine, Facebook.
Desechar los consejos. Pero sobre todo a las personas que los dan.
Aprender sobre asuntos que no sirven para nada con el entusiasmo de las salidas laborales.
Celebrar la inutilidad, lo innecesario, lo obsoleto.
Detestar los sermones, las religiones, las sectas, las capillas. Especialmente, las ateas.
Evitar el olor a flores descompuestas. Y beberse el vino de los floreros.
Finalmente, escuchar el ruido de mar con los ojos cerrados.
No mucho más.
El mundo oculto del otro lado de la mente. Adorables palabras.
ResponderEliminar"Muy bueno" digo yo mientras adiestro a mis gatos para que sean inmutables.
ResponderEliminarJá. Lindísima tu lista.