Hay quienes aseguran que en los libros de Gonzalo Pacheco de Merlo puede rastrearse a uno de los escritores más importantes del siglo. Y es cierto: Gonzalo cita a Borges con frecuencia. Cabe decir que Borges no ha acudido todavía a ninguna de sus citas: celo profesional, prejuicio hacia la joven literatura, desidia, la tan mentada imposibilidad de actuar después de muerto, ¿quién lo sabe?
No falta también quien nos dice que Gonzalo Pacheco de Merlo es la más interesante aparición en el horizonte de las letras contemporáneas. Y no es esto lo único que nos dice su editor: también aprovecha un minuto de nuestra amable atención para acercarnos una tentadora oferta de 600 ejemplares de "Taxidermia para todos" al irresistible precio de 15 pesos. Lo pensaremos.
La evidente dificultad de quien esto escribe para adentrarse de lleno en la figura de Pacheco de Merlo no parece casual. Y es que no se trata de un autor sencillo, de esos que se abordan con facilidad en el transcurso de un viaje en automóvil (y mucho menos si es uno mismo quien maneja).
Cuesta creerlo pero, a pesar de su juventud, de Merlo es casi un veterano de la escritura: su inusual talento lo llevó a editar la primera obra a muy corta edad. En momentos en que sus pares apenas sospechan la posibilidad de publicar, Gonzalo ya daba su primer paso con una nouvelle en la que podemos percibirlo todavía distante del conflictivo mundo de los adultos. A pesar de esto, Devolveme mis chiches fue un verdadero suceso. Muchos supimos ver allí su particular estilo en estado larvario: la frase corta (a veces de una sola palabra, o incluso de media), el neologismo pertinaz, la sintaxis llana y directa alternando con el hipérbaton caprichoso que elude toda normativa y hasta la sugerente humedad de sus páginas hablaban a las claras de un prometedor futuro.
Sin embargo, esta pieza no tiene un sucedáneo inmediato. Da lugar, en cambio, a un prolongado período de ostracismo que siempre despertó la curiosidad de este cronista. Ahora que Gonzalo Pacheco de Merlo me recibe en el luminoso living de la casa que posee en el country de Tortuguitas, aprovecho para preguntárselo:
—¿Por qué, Gonzalo?
La respuesta no se hace esperar. Llega rápida, concreta, sin dilaciones:
—¿"Por qué" qué?
Cuando logro ponerlo al tanto de la larga introducción, mi entrevistado suelta las amarras de su elegante prosa:
—Devolveme fue una experiencia algo traumática para mí, por las condiciones en las cuales había sido concebida se dio una circunstancia paradojal: cumplía tempranamente el sueño de todo escritor, tenía mi primer libro, pero era incapaz de leerlo. Decidí entonces que había llegado el momento de prepararme: hablé con papá y le planteé seriamente mi necesidad de concurrir a la escuela.
—¿Y cuál fue la reacción de tu padre?
— Papá entendió. El siempre apoyó mis iniciativas. "Hijo, es tu decisión..." solía decir sereno, incluso cuando decidí rociar con nafta y quemar nuestra casa de veraneo en La Mansa...
—¿Y por qué semejante locura?
—Bueno, después de todo, la mayoría de los chicos de esa edad van al colegio.
—Imagino que no fue fácil...
—Claro que no. Para empezar resultó muy conmocionante el hecho de conocer gente que vivía un mes con lo que yo gastaba por día en figuritas. Mi contacto con los docentes me golpeó de tal manera que llegué a convencerlo a papá de que tomara a mi maestro de 3er grado como su chofer. El hombre aceptó: ganaba lo mismo, pero ahorraba mucho de viáticos.
—¿Y cómo era el trato de tus compañeros?
—Pésimo: ellos se negaban a trabajar para papá... Y claro, yo viví esa situación como un rechazo.
—Teniendo en cuenta la interrupción que sufre tu brillante carrera durante aquellos años, ¿puede decirse que la educación actuó como un obstáculo para tu producción literaria?
—Sí, por supuesto que puede decirse...
—Bien. Entonces ahí va: " la educación actuó como un obstáculo para tu producción literaria"...
—Es cierto. Durante aquel oscuro período me sentí compelido a abordar temas que poco tenían que ver con mis inquietudes y —lo que es peor— que no subyugaban a ningún editor: nadie cree que una serie de ensayos breves sobre "la vaca" o "La bandera de mi Patria" pueda llegar a ser un best seller.
—Pero después vendría el esperado gran salto...
—No, el suicidio de mamá había sido mucho antes.
—Me refiero a que retomás la experiencia de Devolveme mis chiches con la publicación de otra novela...
—Ponerle fin a mi etapa escolar dio pie a este relato en el que traté de reflejar aquel interesante rito de los estudiantes, esa especie de viaje iniciático...
—El ansiado viaje a Bariloche...
—¿Adónde? No. En el seno de mi división se produjo una fractura irreconciliable con respecto a cuál sería el destino más adecuado. Había dos posturas muy marcadas: por un lado estaba yo, que quería viajar a Bariloche...
—¿Y por el otro?
—Estaban mis compañeros, que querían viajar a Bariloche. Pero sin mí... Finalmente, ellos ganaron. Pero en una muestra de inusual camaradería me consiguieron un importante descuento para que pudiera realizar mi propio viaje de egresados al desierto de Gobi. Nunca los olvidaré...
—Un verdadero desafío.
—Sí. No sabe lo difícil que fue encontrar a alguien para que me sacara la dichosa foto de los egresados.
—¿Ese es el origen de Desierto?
—Me propuse contar todas las cosas que le pueden ocurrir a un joven que recorre un desierto asiático en busca de aventuras...
—Pero en el desierto no pasa nada.
—Precisamente, eso fue lo que dijo la crítica sobre mi novela.
Gonzalo Pacheco de Merlo hace una pausa. Parece evocar el malestar despertado por esas críticas hostiles. Ajusta con vehemencia el cinturón de su bata de seda italiana, sirve dos vasos de Johnie Walker, bebe ambos con decisión y se queda en silencio, mirando —a través de la enorme ventana— la manera inocente con la que los pequeños corretean por el césped sintético de la canchita de rugby seven. Entiendo que es hora de seguir con el cuestionario.
—Finalmente, después de dos novelas, llega el momento de publicar tu primer libro de cuentos. ¿Cómo surge Historias de Country?
—Cuando logré regresar de mi viaje de egresados, papá me hizo un planteo adulto y veraz. Me sentó en sus rodillas y me dijo: "Gonzalo, creo que ya sos una persona capaz de asumir responsabilidades y llegó el momento de que tomes una decisión: ahora podés salir a trabajar, ganar con suerte unos 1.500 pesos por mes, gastar ese minúsculo salario en el alquiler de un mugroso departamento de 1 ambiente y vivir comiendo polenta y fideos a la espera de un futuro mejor o —si preferís— te puedo mantener yo..." La decisión era realmente difícil. Por un lado, estaba la independencia con la que todos soñamos y por el otro, el tedioso bienestar. Ser un miserable con dignidad o sepultarme para siempre en el universo sin matices del confort, ser un esclavo del dinero, un imbécil incapaz de abandonar el seno paterno. Elegí esto último. Pero me costó muchísimo y supe que a partir de ese instante mi vida se convertiría en un sin fin de opciones enfrentadas en una dialéctica permanente. Elecciones de las que dependía mi destino: ¿El Mazda o el BMW? ¿VISA o American Express? Sobre esta clase de cuestiones trata Historias de Country, un libro que me enorgullece porque creo que a través de él se exhibe sin tapujos nuestra realidad más descarnada. Allí estamos retratados tal cual somos. Un hombre que debe decidir si le paga el aguinaldo a su jefe de seguridad. Una familia a punto de quebrarse ante la imposibilidad de definir sus vacaciones entre Grecia o el Caribe. En fin, un libro que habla de nosotros...
—También incursionás en la Ciencia Ficción...
—Exacto. En El Contador Fantasma, un hombre es acosado por la voz de su contador muerto que le aconseja acogerse a la moratoria de Bienes Personales...
—¿Y cómo se te ocurrió?
—El escritor debe tomar algunos elementos de la realidad entre sus manos para juguetear con ellos como una especie de divinidad, poniendo ese toque de imaginación, de delirio que caracteriza a los artistas...
—Entiendo, nunca hubo tal fantasma...
—No,no. El fantasma existió. Pero obviamente recomendaba seguir evadiendo...
—Con este libro, la crítica fue más amable.
—Así es. Nunca olvidaré la columna que me dedicó Adalberto Rodríguez Vassena en la revista "Country & Casas". Emocionante.
En su modestia, Gonzalo Pacheco de Merlo es incapaz de obligarme a leer esa nota laudatoria. Sólo percibo que levanta la vista y con los ojos húmedos echa una mirada a la sencilla ampliación de 2 metros por 1, 50 que su padre mandó enmarcar y colocar arriba de la chimenea. Recién al hallarme solo, a la espera de que el amable Gonzalo retorne con un par de tazas de café, atino a posar la mirada sobre las visibles letras que describen frases en negrita: "Un librito divino...", se señala; "Unos cuentos preciosos", se agrega. Me lanzo a la atenta lectura del opúsculo a sabiendas de que el hacerlo implica trepar otro peldaño en la ruta de nuestro eterno aprendizaje. No sabré decir cuánto tiempo pasó entre esa decisión y el cálido instante en que la mano amiga de Pacheco de Merlo me tocó el hombro al tiempo que su joven voz me susurraba: "Tome este café, señor. Le va a venir bien..." Sin rastro alguno de ofuscación ante mi improvisada siesta, me pregunta: ¿Llegó a la parte de “Un Homero crecido al compás de nuestros partidos de golf, nuestras jornadas de paddle, nuestras reuniones de tupperware…”? Reconozco no haber leído tan maravillosa frase.
Considerándome en falta, busco seguir la charla recorriendo tópicos más bien amables. Le pido detalles sobre la entrega de ese notable lauro que le será otorgado en los próximos días (el Primer Premio del "Certamen Literario intercountries Luisina Brando"), de su nuevo y millonario contrato con la editorial De Merlo Ediciones (fundada por su padre sobre los restos de una desaparecida entidad financiera) y de sus recientes escritos en colaboración con el prometedor Augusto Sánchez de Erquiaga a los que Gonzalo resta importancia humildemente con la frase "En realidad le presté mis facturas para que pudiera cobrar en la editorial de papá..."
Hablando de estas cosas con Gonzalo Pacheco de Merlo, el tiempo parece escurrirse entre los dedos. Es por eso que sin llegar a comentar sus próximos trabajos debemos interrumpir la charla: "Disculpá —dice tímido— es la hora de las actividades recreativas y no puedo faltar al ensayo con mi murga Los atorrantes del barrio privado ".
Con este último detalle queda delineada la figura de un artista cabal, de un hombre que en pleno siglo veinte encarna los ideales creativos de la época renacentista. En esto pensamos cuando, al pasar el último puesto de seguridad, nos sale al encuentro ese moderno mecenas, Don Rodrigo Pacheco de Merlo. Nos estrecha en un cariñoso abrazo, menciona algo que no viene a cuento sobre un cheque y —a modo de despedida— nos obsequia un ejemplar de ese libro que no debiera faltar en ninguna biblioteca: "Taxidermia para todos".
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