Siempre fui de tener sueños horribles. Desde chico. Con el tiempo no dejé de tenerlos, pero se fueron volviendo reiterativos, perdiendo eficacia por lo recurrentes: salgo a un escenario pero no recuerdo nada de lo que debo decir, manejo un colectivo hasta que me doy cuenta de que no sé manejar (este dejé de tenerlo cuando saqué el registro, a los 33), doy un examen para el que estoy preparado pero al momento de las preguntas no sé nada. Este último tiene versiones muy específicas. Hace algunas noches, un jurado me interrogaba sobre mis conocimientos futbolísticos y yo ignoraba datos básicos como la formación de Ferro del 81 o quién hizo el gol de River en el partido de vuelta de la final de la Libertadores del 86. Una vergüenza.
La única innovación de los últimos años fue tener pesadillas en las cuales quien estaba en peligro ya no era yo sino alguno de mis hijos. Y nada más. Después, lo de siempre: manejar sin saber, actuar sin texto, olvidar, olvidar, olvidar... Debería hablar en terapia por qué me aterroriza tanto perder la memoria. Pero nunca lo hago. Supongo que me olvido.
Pero estos días tuve una pesadilla completamente nueva, original, sorprendente. Una pesadilla política.
Soñé que los grupos corporativos se hartaban de poner las fichas en una oposición tan pelele que no puede ni modificar artículos de leyes y convoca al único hombre que los puede ayudar. No les encanta, hubieran preferido a un ingeniero de ojitos claros egresado del Newman, pero se dan cuenta de que no le da el paño. Entonces llaman a The Cleaner. El que pacificó la Argentina del quesevayantodos y salió de la convertibilidad de un modo muy beneficioso (para ciertas empresas periodísticas, está claro). Y The Cleaner volvía de su siempre inverosímil retiro al que lo arrojó aquel triste episodio en el que a alguno de los suyos se le fue la mano con los zurditos del puente. The Cleaner volvía y declaraba un perturbador puedeser. Pero ponía condiciones. Se hace lo que yo digo. Estos tipos están desatados. No podemos llegar a las elecciones con chotocientas listas opositoras, así que empiecen a limpiar a los inservibles.
Soñé que entonces, comenzaban a perder efecto las millonarias pautas publicitarias desparramadas sobre los medios para no decir nunca nada de todo lo feo y lo loco que pasa en el distrito más rico del país. Se empezaba a hablar finalmente de lo que no se había hablado hasta ahora. Los atropellos de las bandas oscuras, los desalojos de morochos a las 5 de la mañana, las sides de cotillón, el loteo indiscriminado, los presupuestos de educación subejecutados para hacer maceteros en Palermo Soho, la carencia de un solo cuadro medianamente honesto, medianamente democrático, medianamente presentable, y hasta -oh- la ineficacia. Como si todo eso hubiera empezado ahora. Y hasta Solá se animaba a darle vuelta la cara a Mauri, y se ponía en la cola de la ventanilla de cobro.
Y The Cleaner repartía el juego: Cobos-Solá (¿quién se traicionará primero?) por la presidencia, Francisco-Ricardito por la provincia. Volvía el entente bonaerense que tantas satisfacciones nos dio en el 2001.
Y como se trataba de The Cleaner, todos le hacían caso. Mauri bajaba la cabeza, Lilita aceptaba tomar la medicación, Reutemann seguía haciendo su irritante plancha. Y ganaban. Ganaban.
Y entonces se recuperaban nuestras amadas instituciones.
La "gente" presentable, esos que tienen la dentadura completa y abarrotan la ruta 2 los fines de semana largos, celebraba agitando pañuelos blancos en la calle, como aquella vez. Biolcatti se abrazaba con los pibitos del MST, Castells repartía planes universales de 100 pesos que seguramente terminarían con la pobreza (y cualquier discusión sobre redistribu¿qué?), Bergoglio arrojaba ostias saborizadas por Avenida de Mayo y la diputada Giúdici tenía el primer orgasmo de su vida.
Bullrich ni entonces lo tenía, pero volvía a la función pública, Fernando Iglesias y el rabino Bergman hacían juegos de palabras ingeniosísimos por cadena nacional, Grondona se hacía cargo de Telam (pero sólo para privatizarla) y los sushi organizaban recitales multitudinarios de César Banana Pueyrredón para demostrar que la cultura y el pueblo y la calle y no sé qué poronga más.
Aerolíneas dejaba de dar pérdida regenteada por Felipe González y las jubilaciones estatales volvían a manos de sus dueños que ahora sí podrían reclamarlas dentro de 45 años si alguna de las AFJP seguía en pie y si el capital no se esfumaba en una mesa del escolazo financiero internacional.
Sólo algunos militantes de Proyecto Sur se ponían nostálgicos de la primavera kirchnerista y recordaban ese momento loco loco loco en que se le ponían límites a la cantidad de licencias que podía tener un multimedio y se pretendía subir 5 puntos un impuesto a la renta extraordinaria de un cultivo dañino e incomible que no le daba trabajo a casi nadie. Pero eran los únicos.
Pichetto, llegado el caso, era el Jefe del Bloque de Senadores del duhaldismo. Y la prensa callaba: Tenembaum tomaba unas pildoritas para dormir y Magdalena tenía su propio ciclo de entretenimientos.
Había por fin absoluta libertad de expresión para los periodistas de Clarín y América, que podían decir todo lo que querían, salvo por el nombre de la ex que a partir de entonces sería denominada “la chirusa prófuga”. Aunque ni hacía falta redactar el memo. Los cronistas lo hacían de motus propio, guiados por su lúcido espíritu ciudadano.
Se ponía de moda la corbata floja de Leuco, que tenía oportunidad de desplegar su impostado acento cordobés en el canal público y se erigían bustos a Pepe Eliaschev, que quedaba inmortalizado con su expresión más encomiable, esa trompita de periodista indignado con algún sindicalista.
Se cerraban todas las causas contra esos viejitos que cometieron errores y excesos en un pasado que debemos dejar atrás, porque ya es hora de que miremos al futuro y es necesario volcar todo el poder de la justicia para perseguir a los que le tiraron un huevazo a Morales...
López Murphy volvía a las pantallas para proponer recortes a las remuneraciones por hijos discapacitados, TN -gracias a Dios- no desaparecía, y hasta Bonelli decía una frase completa sin trabarse y sin eeeeeehhh en el medio. La frase era boludísima, obvio, pero por algo se empieza.
Lanata seguía siendo opositor, porque eso siempre garpa y hasta condenaba que las hordas de viejas caceroleras hayan salido a quemar las instalaciones hoteleras de Calafate. Maradona era reemplazado por Marangoni, un futbolista que pronuncia todas las eses y jamás le pide favores sexuales en público al sagrado periodismo deportivo, al tiempo que volvía a haber una arteria denominada Cangallo. Adivinen cuál.
Rompíamos relaciones con Venezuela, volvíamos a votar contra Cuba en la OEA y el canciller Asís hacía chistes sobre que Obama ¿ya lo notaron? es negro. Un plato.
Los integrantes del grupo Aurora se disculpaban por haber cantado la marcha de la Revolución Libertadora durante la asunción de Aguinis al frente de la Secretaría de Cultura, y todos lo entendían como un simple desborde de institucionalidad.
Y en esa interminable espiral de transparencia se daba el milagro: Gaby Michetti caminaba y hasta se quedaba con la nueva edición de Bailando por un Sueño, que había vuelto al aire un día que dejó de rendir el ciclo con videos de parientes muertos de Marce.
En pocas palabras, teníamos —por fin— una república.
Me desperté sudando. Salté de la cama y fui a tapar a Lucas y Fede, que dormían plácidamente. Lo que hago cada vez que me libero de una pesadilla en la que ellos corrieron peligro.
Clap, clap, clap.
ResponderEliminarSi encima de todo eso Bonelli pronunciaba las eses finales, acto seguido bajaban los cuatro jinetes del apocalipsis.
Clap, clap, clap.
Compró absolutamente el párrafo final... me parece maravilloso... todo el texto, pero el final es apotéotico.
ResponderEliminarMuy bueno!
ResponderEliminarExcelente Ale! Abrazo!
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