viernes, 16 de julio de 2010

La Ley de Dios


La jueza de Paz de General Pico, Marta Covella, adelantó que no casará a personas homosexuales. “En la Biblia, Dios no aprueba este tipo de cosas”, declaró como toda explicación.
Así como el estatuto del Proceso era el libelo que guiaba los pasos de los jueces de la dictadura (como una tal Negre de Alonso), para otros, parece que por delante de la Constitución hay un librito de origen incierto pero de excelente tirada conocido como La Biblia.
Efectivamente, en ese compendio de fábulas y amenazas se castiga la homosexualidad. Se lo hace en términos tal vez un poco fuertes, es cierto: "Si un hombre yace con otro, los dos morirán", puede leerse en el versículo 13, del capítulo 20 del Levítico. Es decir que la jueza de General Pico, Marta Covella, podría el día de mañana dar un paso más y no sólo negarse a casar a dos personas del mismo sexo. Podría también, siguiendo lo que establece la Biblia, condenarlos a muerte. Afortunadamente, Covella es sólo una Jueza de Paz y nuestro código Penal no contempla la pena de muerte.
¿Quieren conocer otras cosas que dice el librito que consulta la Jueza Marta Covella antes de irse a dormir, de dictar sentencia, de verle la cara a dios? Dice por ejemplo que "Los que adoren a otros dioses o al sol, la luna o todo el ejército del cielo, morirán lapidados" (Deuteronomio 17:2-5). Un modo bastante ecuménico de mirar el mundo, ¿no? Nos advierte también que "Todo hombre o mujer que llame a los espíritus o practique la adivinación morirá apedreado" (Levítico 20:27). Y por si quedan dudas nos ordena: "A los hechiceros no los dejaréis con vida" (Éxodo 22:17).
Por lo que si mañana se presenta ante la jueza en cuestión alguien que no optó por el dios correcto, también puede negarse a atenderlo, cuando no denunciarlo a la policía.
Antes del Código Civil, la jueza de Pico, suele leer un folleto que insólitamente puede conseguirse en cualquier librería o hasta en la mesita de luz de los hoteles, y en el que se nos dice que "Si alguien tiene un hijo rebelde que no obedece ni escucha cuando lo corrigen, lo sacarán de la ciudad y todo el pueblo lo apedreará hasta que muera" (Deuteronomio 21:18-21). O que "Si una joven se casa sin ser virgen, morirá apedreada" (Deuteronomio 22:20, 21). ¿No es tierno?
Uno pensaba, alentado incluso por la palabra de gente que persiste en sus creencias religiosas y todavía nos da charla, que estos exabruptos talibanes no debían tomarse literalmente. Pero la metatextualidad es algo que se le escapa a los psicóticos y a las juezas de Pico. Y entonces, consideran ley que "Si un hombre yace con una mujer durante su menstruación y descubre su desnudez, ambos serán borrados de en medio de su pueblo" (Levítico 20:18). Que "Si alguno comete adulterio con la mujer de su prójimo, morirán los dos, el adúltero y la adúltera" (Levítico 20:10). O incluso que "Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, ambos morirán" (Deuteronomio 22:22).
¿No es tiempo de hacer una veloz encuesta y averiguar cuántos funcionarios de nuestro aparato judicial son guiados por principios legales que establecen que "Si la hija de un sacerdote se prostituye, será quemada viva" (Levítico 21:9) o que "El que maldiga a su padre o a su madre morirá" (Éxodo 21:17 y Levítico 20, 9)?
La religión debería ser vivida como uno de esos ejemplos en los que se piensa al referirse a “los actos privados de los hombres”. Hay gente que se inyecta drogas intravenosas, gente que se toca apreciando pornografía asiática y otros que gustan de arrodillarse para hablar con quien sostienen es el creador del universo. ¿Quién culparía a cualquiera de estas tres personas por sus excéntricas aficiones? Sin embargo, lejos de una rareza vergonzante, la religión se vive con tanto orgullo que muchos de quienes las profesan sienten que desde su particular visión del mundo deben moldear el modelo de sociedad en el que se nos permite vivir. Y nuestros representantes los escuchan. O se disculpan con ellos cuando se atreven tímidamente a contradecirlos. La cantidad de legisladores que se sintió obligado a aclarar que era cristiano a pesar de votar por una ley que iguala derechos dio pena.
Tal vez, entre algunos de los legisladores que modifican, redactan u obstruyen nuestras leyes también hay quienes consideran razonable que "El que no obedezca al sacerdote ni al juez morirá" (Deuteronomio 17:12).
¿Cuántos políticos de los que se fotografían con nenas pobres en tiempos de campaña, leen por las noches con fruición el librito que dice que "Ningún varón que tenga un defecto presentará las ofrendas, ya sea ciego o cojo, desfigurado o desproporcionado, enano o bisojo, sarnoso o tiñoso, ojo robado, o con un pie o una mano quebrados o con los testículos aplastados" (Levítico 21:18)?
¿Cuántos de aquellos a los que les preocupa que un chico sea criado por dos mujeres les resulta sin embargo razonable que "El que tenga los testículos aplastados o el pene mutilado no será admitido en la asamblea de Yavé. Tampoco el mestizo hasta la décima generación" (Deuteronomio 23:1, 2)?
¿Cuántos de los que escuchamos en las interminables mesas de los programas de cable diciéndonos a cada rato que ojo, que tienen amigos homosexuales, familiares homosexuales, mascotas homosexuales, llevan en su portafolio un folleto siniestro en el que se postula que "Si un hombre hiere a su esclavo o a su esclava con un palo y los mata, será reo de crimen. Pero si sobreviven uno o dos días no se le culpará porque le pertenecían" (Éxodo 21: 20) o que "Si un hombre hiere a su esclavo en un ojo dejándolo tuerto, le dará la libertad a cambio del ojo que le sacó" (Éxodo 21:26)?
Me preguntaba hace un tiempo, ¿qué clase de persona hay que ser para marchar contra los derechos de otros? Parece que, para empezar, hay que ser una persona religiosa. O como gustan decir quienes lo son: una persona de profundas convicciones religiosas. Parece ser que ese es el piso indispensable para ejercer esta clase de atropello, de maldad. Esta violencia simbólica que parece carecer de todo sentido.
La religión es una máquina de certezas. Allí donde hay una duda, una pregunta, una cuestión existencial, la religión pone una certeza. Una certeza arbitraria, oscura o berreta. Pero una certeza al fin. Y la verdad, no hay violencia sin certezas. Nadie mata, persigue, tortura sin certezas. Podrán pronunciar una y mil veces el vocablo paz, prometer reinos de amor y esperanza, pero pocas cosas le han aportado tanta violencia a la historia de la humanidad como las religiones. O lo que Saramago llamaba “el factor Dios”.
Y sin embargo, aquí estamos, rodeados de crucifijos, con estatuas de Vírgenes presidiendo comisiones parlamentarias. Millones de cuerpos quemados, mutilados, arrojados al río, no parecen habernos enseñado nada en este sentido.
De la histórica votación en el Senado, de todo lo que se vivió en estos días, queda la alegría por haber dado otro paso hacia un país mejor. Pero también el escalofrío de haber apreciado una vez más el insólito poder de la religión. Y no digo poder abominable, abyecto, perverso, criminal. Todas esas son apreciaciones que vendrán después. Lo primero que azota nuestra inteligencia es el carácter insólito de este poder. Ese que desafía el sentido común más llano. Señores de sombreros ridículos y túnicas, líderes de grupos que cargan con las acusaciones más repugnantes, ocupan las tapas de los diarios para decirnos lo que piensan sobre la política, la inseguridad, el código civil y la defensa con línea de cuatro. Y la verdad, la naturalización de este acontecimiento es inconcebible.
¿Qué diferencia a una secta de una religión? Las sectas son grupos minúsculos que fundados en relatos improbables engañan a sus fieles prometiéndoles quimeras imposibles, los empujan a conductas antisociales, los introducen en la adoración de imágenes disparatadas, difunden la práctica de ritos que contradicen la lógica más básica e intentan establecer muchas veces oscuras relaciones con el poder.
Las religiones, en cambio, de ninguna manera son grupos minúsculos.
Quiero decir, la Iglesia es una secta que ganó. Un grupo tan estrafalario como los seguidores de Jim Jones, pero que se ha manejado indudablemente mejor en el campo de la política y la mercadotecnia.
No es original señalar la complicidad de la Iglesia Católica con los episodios más oscuros de la historia, cuando no los protagonizó directamente. Basta para ello el breve recorrido que hace Fernando Vallejo en el inicio de La puta de Babilonia, y que citábamos aquí.
Sin embargo, lo que a mí más me perturba es la manera en que ha naturalizado su presencia en nuestra cultura. Desde haber fijado la invocación a una entidad abstracta como fuente de toda razón y justicia en el principal texto del sistema legal argentino, hasta el hecho de estar obligados sistemáticamente a escuchar cómo personas que juran no tener sexo piensan que debemos encarar la educación sexual de nuestros chicos.
¿Cuándo ocurrió? ¿Cuándo pasó a ser razonable que alguien se ampare en La Biblia para desconocer una ley? ¿Cuándo dejó de ser igual que ampararse en un ejemplar de “Caperucita” para quemar un bosque?
Buena parte de los pibes de este país asisten a escuelas católicas (muchas de ellas subsidiadas por un Estado que a veces no puede ni calefaccionar una escuela pública). Y sin embargo, ¿existe algo más opuesto a la educación que una religión? Allí donde el aprendizaje pide razón, capacidad de duda, reflexión, el discurso religioso propone oscuridad, misterio y, en el peor de los casos, una explicación que espanta por lo sencillo, una fábula primitiva.
Resultaba grotesca la apelación a lo “natural” por parte de los voceros clericales para oponerse al matrimonio igualitario. Como si la familia “tradicional” viniera dada naturalmente o como si todo lo que no es natural fuera nocivo: los antibióticos, el subterráneo, las cesáreas, el Torneo Apertura y el alfajor. Pero más extraño resultó que nadie reclamara a estas personas por tan flagrante contradicción: que apelaran como todo argumento a la biología justamente ellos, que a la teoría de la evolución y el Big Bang le han opuesto la existencia de un ente inmaterial todo poderoso que fabricó un hombre soplando un puñado de barro y una mujer amputándole a éste una costilla. ¿De qué principio biológico inalterable nos hablan?
Quien esto escribe se ha fumado 8 años de educación religiosa. (Vaya oxímoron: “educación religiosa”). Y como a aquellos fumadores a los que les lleva años sacarse el último rastro de nicotina de los pulmones, me ha tomado mucho tiempo ir liberándome de cada una de aquellas taras, complejos y simplificaciones temerarias acerca del mundo que me rodea. Me ha costado años ir construyendo mi propia mirada acerca de las cosas. Una mirada idiota, sí, seguramente prejuiciosa y contradictoria. Pero mía. Una mirada que carga con la angustia de sospechar que el fin es el fin y con el laburito de tener que construir (y transmitirle a sus hijos) valores y principios que no cuentan con orígenes metafísicos. Pero una mirada que seguro, nunca, pero nunca, me dará razones para marchar contra los derechos de otros. Liberándome así de al menos una de las muchas maneras que hay de ser un hijo de puta.

martes, 13 de julio de 2010

Mamá y papá.


"LA PUTA, LA GRAN PUTA, la grandísima puta, la santurrona, la simoníaca, la inquisidora, la torturadora, la falsificadora, la asesina, la fea, la loca, la mala; la del Santo Oficio, la del Índice de los Libros Prohibidos; la de las Cruzadas y la noche de San Bartolomé; la que saqueó a Constantinopla y bañó de sangre a Jerusalén; la que exterminó a los albigenses y a los veinte mil habitantes de Beziers; la que arrasó con las culturas indígenas de América; la que quemó a Segarelli en Parma, Juan Hus en Constanza y a Giordano Bruno en Roma; la detractora de la ciencia, la enemiga de la verdad, la adulteradora de la Historia; la perseguidora de judíos, la encendedora de hogueras, la quemadora de herejes y brujas; la estafadora de viudas, la cazadora de herencias, la vendedora de indulgencias; la que inventó a Cristoloco el rabioso y a Pedropiedra el estulto; la que promete el reino soso de los cielos y amenaza con el fuego eterno del infierno; la que amordaza la palabra y aherroja la libertad del alma; la que reprime a las demás religiones donde manda y exige libertad de culto donde no manda; la que nunca ha querido a los animales ni les ha tenido compasión; la oscurantista, la impostora, la difamadora, la calumniadora, la reprimida, la represora, la mirona, la fisgona, la contumaz; la relapsa, la corrupta, la hipócrita, la parásita, la zángana; la antisemita, la esclavista, la homofóbica, la misógina, la carnívora, la carnicera, la limosnera, la tartufa, la mentirosa, la insidiosa, la traidora, la despojadora, la ladrona, la manipuladora, la depredadora, la opresora; la pérfida, la falaz, la rapaz, la felona; la aberrante, la incosecuente, la incoherente, la absurda; la cretina, la estulta, la imbécil, la estúpida; la travestida, la mamarracha, la maricona; la autocrática, la despótica, la tiránica; la católica, la apostólica, la romana; la jesuítica, la dominica, la del Opus Dei; la concubina de Constantino, de Justiniano, de Carlomagno; la solapadora de Mussolini y de Hitler; la ramera de las rameras, la meretriz de la meretrices, la puta de Babilonia, la impune bimilenaria tiene cuentas pendientes conmigo desde mi infancia y aquí se las voy a cobrar."

Fernando Vallejo. La puta de Babilonia.

martes, 6 de julio de 2010

La guerra Mundial


Estuve trabajando en “Modo Mundial”. Basta ver la fecha de mi último post para darse cuenta de que todo el tiempo libre acumulado traté de destinárselo a ver la mayor cantidad de partidos posibles de esta Copa del Mundo. A gozar y sufrir por el equipo argentino. A empujar a cada equipo sudamericano poniendo más énfasis en el Chile de Bielsa y menos en Brasil. Aunque moriré pensando que era el mejor equipo de este Mundial.
Todavía no se apagan las últimas vuvuzelas ni las esperanzas por ver a Uruguay en semifinales, y sin embargo todo ha perdido vértigo. Como viene ocurriendo desde hace más de 30 años, el fútbol fue pobre. Pero lo que se dijo acerca de él fue peor. Suele pasar. De todas maneras, bajándose cada uno de sus respectivas motocicletas, cualquiera está en condiciones de decir algo sobre el fútbol. Algunos lo hacen con más gracia, mejor sintaxis, mayor información. Otros no. Buena parte de los periodistas deportivos pertenecen a este último grupo. Y eso duele más que un centro pasado. Pero todos pueden hablar de cómo se juega a la pelota. ¿Por qué no?
A mí, en lo personal, me parece que los equipos que defienden con 3 son más dúctiles y equilibrados que los que defienden con 4. Estos, o tienen demasiada gente estacionada cerca de su área, o se descompensan sistemáticamente por la subida de laterales que no siempre vuelven rápido y bien.
A mí me gustan más los equipos que tienen enganche que los que no los tienen. Me parece que juegan mejor, más claro, más profundo. Pero me irritan los enganches lentos o que actúan como aduana de cualquier y todas las pelotas que juegue su equipo.
Me gustan los equipos que presionan más que los que esperan, me gustan los equipos que consiguen la pelota para atacar y no para ver qué pasa. La tenencia es un indicador de dominio. La tenencia en si misma puede ser tedio puro o falta de ideas.
Me gusta Van Gaal más que Mourinho, Bilardo más que Menotti, Passarella más que Basile, mi tía Corina más que Cappa (porque por lo menos no escribía libros para embellecer sus derrotas). Y Bielsa, por sobre todas las cosas.
Entiendo que un hincha de Boca dé la vida por Bianchi, aunque visto con ojos neutrales, ir a ver un equipo del Virrey nunca fue lo más divertido que te podía pasar. Yo, hincha de River, nunca daría la vida por Ramón. Me parece que con mucho más material que Bianchi hizo bastante menos. Pero es una opinión. ¿Se entiende? “Opinión”.
A los 41 años y habiendo visto mucho más fútbol que la media recomendable desde los 8, pude ver equipos gloriosos perder, equipos horribles ganar, y con el tiempo fui aprendiendo que la victoria es importantísima en el fútbol, pero no es igual a tener razón. Simplemente porque parece que no la hay.
Con el tiempo aprendí que los dibujitos (3-4-3, 4-4-2) son relativos. Que no hay dibujo que salve a un equipo que deja abismos entre una línea y otra o cuyos jugadores erran la mitad de los pases. Pero esta es mi manera de ver el fútbol. Mi gusto.
En su afán por ganar discusiones a cualquier precio, para justificar sus fracasos o para construirse como mejores personas que los oponentes, el menottismo y sus hijos putativos han alimentado una miserable confusión entre ética y estética. No les parece suficiente decir que les gusta más un equipo que marca en zona. Tienen que decir que una defensa de 3 es de derecha. Han postulado la idiotez de que existe un fútbol de izquierda, como si hubiera un ludo evangelista o una manera hegeliana de hacer tortas fritas.
Provistos de sus lecturas de solapas, acusan de cosas horribles a quienes no piensan como ellos y levantan banderas rojas para explicar la trampa del offside. Aunque después se abracen con Galtieri o le digan a Videla que han ganado un Mundial Juvenil llevando al mundo “la forma de vivir de los argentinos” a la misma hora que los enviados de la OEA intentan hurgar entre las catacumbas del horror.
Periodistas de pluma pseudo florida nos han tratado de explicar que el equipo de Italia 90 (que por cierto hacía doler los ojos por momentos de lo feo que jugaba y que pasó a segunda ronda con los mismos puntos que los que sacó el equipo del 2002 para volver a casa) reflejaba el dominio del neoliberalismo. Esto, mientras su ideólogo máximo coqueteaba con el PJ menemista de Santa Fe. No podían decir simplemente que no les gustaba o que les parecía que jugaba mal, debían dejar claro que había una racionalidad política que los hacía jugar así. Y que su apreciación futbolística no era otra cosa que el ejercicio inalienable de su superioridad.
De tan lejos viene esta idiotez del “Se juega como se vive”. Y todavía no nos explica por qué la Argentina, dirigida por el papá futbolístico de quienes esto postulan, ganó una Copa del Mundo en el momento en el que peor se vivía.
Este discurso pavote con el que chapean de intelectuales tipos que creen que la Primavera de Praga es una loción para después de afeitarse, no puede ocultar las flagrantes contradicciones con la ética de las personas que deberían encarnarlo. Ni las huellas de un origen retórico oscuro y tenebroso. Al abrazarse con esto de volver a las fuentes, o aquello de jugar la nuestra, esa zoncera de recuperar la identidad futbolística que ellos sabrían cuál es, los esencialistas no hacen más que emparentarse con las gramáticas más reaccionarias de la historia. ¿Quiénes si no los adalides de un fascismo lacerante han enarbolado la idea de venir a recuperar nuestros valores, nuestra forma de ser, cada vez que derrocan a un gobierno popular, patean una puerta de madrugada, secuestran un niño o introducen cablecitos en la cavidad de un sospechoso? ¿Qué clase de analfabeto político puede pensar que es progre echar mano de un concepto de “identidad” tan momificado? ¿Qué folleto leyó alguien que cree que lo más cercano al materialismo histórico es proclamar la búsqueda de una esencia?
Basta recorrer los titulares de EL GRÁFICO durante el Mundial del 78 para descubrir los infinitos pasajes entre su retórica esencialista y restauradora con el texto de la proclama del PRN. Basta recorrer los números del 82 para encontrar coincidencias escalofriantes entre las crónicas mundialistas y la verba patriotera que se bajaba desde las usinas del Proceso. Y a propósito de ese Mundial, me parece bastante menos grave marcar mal en una pelota parada que ser el líder de un equipo derrotado y mandarlo solo a dar la cara ante sus compatriotas mientras vos te quedás tomando el solcito de las playas españolas. Los amantes del “se juega como se vive” deberían tener más presente cómo viven algunos de los tipos que defienden al punto de mancillar su propia inteligencia. Pero lamentablemente para todos suelen estar bastante mal informados acerca de lo que no les conviene. No hay otra explicación que justifique que en uno de los programas que se creen “del palo” se ande departiendo amablemente sobre fútbol con quien fuera vocero del EAM 78. Espero un informe de 678 sobre esto. ¿Espero sentado?
Sólo la soberbia más patológica puede concebir que haya cosas indiscutibles en el fútbol.
Está tan claro que no es así que yo, que no puedo hacer más de tres jueguitos, puedo opinar que Diego, el más grande jugador que vi en mi vida, hizo, al menos en sus declaraciones públicas, una mala lectura de Alemania (“puro chamuyo”) y del partido con México (“los bailamos”). Yo, que no puedo hacer una rabona sin sufrir un derrame cerebral, puedo preguntarme por qué el tipo que más sabe no paró un equipo parecido a aquel que le ganó a Alemania hace apenas tres meses. Sin embargo, sé que si Otamendi cerraba mejor (central al fin) en su primer mano a mano con Podolski, y entonces no había falta, y entonces no había tiro libre al primer palo, entonces no había tal vez gol alemán a los tres minutos. Y a lo mejor se desplegaba otro partido. Y a lo mejor esas malas lecturas pasaban a ser la astucia de un líder que llena de confianza a sus dirigidos. Como pasó a ser una buena idea poner a Agüero contra Corea en momentos en que los manuales pedían a gritos reforzar la mitad de la cancha.
Retomando, a mí en lo personal, me gustan más los técnicos trabajadores que los motivadores, los obsesivos que los bocones. Pero son mis gustos. Maradona está a salvo, debiera estarlo, de cualquier frase parecida a la ingratitud por parte de cualquiera que haya vivido para verlo en una cancha. No sólo jugó como nadie podrá hacerlo nunca, además dio hasta la última gota de transpiración por la camiseta que llevara puesta. Así que si quiere quedarse, por qué no. El equipo del Mundial fue mucho más que el de las Eliminatorias. Por qué no pensar que el de la Copa América será mejor que el del Mundial. Y además, casi como te pasa con este gobierno, cuando uno ve la clase de engendros que alimentan el ejército otra vez floreciente de enemigos del 10, ¿no te dan ganas de abrazarlo y decirle “dale, Diego, no fue nada, metele para adelante”?
Algo de eso propulsó a muchas personas a salir de sus casas un domingo de invierno para recibir a esta Selección que salió del Mundial vapuleada por un equipo que fue eso, un equipo.
A lo mejor porque Diego derrotado sigue siendo mucho más querible que algunos periodistas deportivos victoriosos.
A lo mejor porque los Mundiales son como los cumpleaños, te pegan diferente sin importar tanto cuántos años cumplís como el momento de la vida que atravesás.
A lo mejor, finalmente, porque empezamos a aprender que las alegrías vividas no te las puede quitar nadie, ni siquiera Klose. Y mucho menos el Toti Pasman.

miércoles, 9 de junio de 2010

Eriberto García Ofri, poeta de Buenos Aires


Pensar en la poesía de García Ofri es evocar todas aquellas cosas que nos hablan de la ciudad: los muchachos del café, el Río de la Plata, el barrio, mis atrasos en las cuotas de alumbrado, barrido y limpieza. En fin, todo eso que nos señala como porteños en cualquier lugar del mundo en el que estemos. Caminando por las calles de Varsovia, me bastaba repasar los sentidos versos de Ofri para dibujarme un mapa de Buenos Aires en la mente, para volver a sentir el afecto de mis queridos viejos, para decidir quedarme cinco años más en Polonia.

Ya de regreso en mi querida ciudad, el destino y los gritos de mis superiores quisieron que tuviera que hacerle una nota al hombre que mejor pintó nuestro sentir ciudadano: Don Eriberto García Ofri. Con sus juveniles 94 años, el llamado poeta de las 45 circunscripciones me recibe por primera vez en su hogar.

Al llegar a la vieja casona de Flores descubrimos sus amplios jardines, descubrimos sus imponentes tejados, sus conmovedores ventanales. Descubrimos incluso que es un geriátrico.

El autor del tango “Chiquilín de Lenin” nos recibe con una sonrisa en los labios que no tardamos en atribuir a los efectos de su última hemiplejía. Nos extiende su mano generosa y nos invita a sentarnos para comenzar una charla íntima y nostálgica.

¿Es cierto que sigue escribiendo, Don Eriberto?

¿Cómo dice?

Le preguntaba si todavía siente ganas de escribir...

En la quinta el 2, “Maleficio”...

Al principio, relacionamos tan caprichoso diálogo al inefable universo poético de García Ofri. Minutos después, cuando una enfermera vuelve a conectar el diminuto aparatito que se encuentra detrás de su oreja, todo se aclara. La charla se vuelve intensa. Los recuerdos desfilan incesantes: “En esta calle, Bilbao, vivía Grisel”— arroja desafiante el poeta. La posibilidad de descubrir la historia de uno de nuestros tangos más queridos me empuja hacia la pregunta obvia:

Grisel, ¿la del tango?

No, Grisel Herskovitz. La de la mercería.

Una novia de juventud...— sugiero buscando la complicidad, el recuerdo, la emoción.

No. Ni la conocí.

¿Pero qué pasaba con Grisel Herskovitz? No se lo guarde, maestro...

¿Grisel? Vivía acá, en esta calle... ¿Cómo se llama?

Bilbao...

Ah, la conoce. ¿Se acuerda de Grisel?

Era evidente que la nostalgia provocaba un remolino de recuerdos, personajes, historias, anécdotas, en la cabeza del poeta. Eriberto es un hombre atravesado por la poesía, por el tango, por la argentinidad. Pero es también un hombre atravesado por una sonda que dificulta sus movimientos, esos que alguna vez alguien describió como los de un verdadero “vendaval de las milongas”. Un fenómeno meteorológico que de darse en este momento incluiría fuertes precipitaciones.

Después de ayudar a introducirle en la boca su píldora de las 18:25, consigo que el entrañable García Ofri, encausado por la eficacia del medicamento, me cuente algo de su historia. Esa historia que es en definitiva la historia del tango, ni más ni menos. O tal vez menos. Pero sólo un poco.

Yo nací en un barrio muy humilde, ¿sabe? En mi casa, muchas veces no había qué llevarse a la boca. Y cuando había algo, mamá lo quemaba. Estaba tan poco acostumbrada a cocinar pobre, que nunca le tomaba la mano. Éramos ocho hermanos hasta que mi viejo apostó al más chico en una mesa de pase inglés. Por suerte perdió, porque si ganaba otro chico, no sé dónde lo hubiéramos metido. Nuestra casa era muy pequeña. Todos dormíamos en una sola cama. Nueve personas en una sola cama. Eso sí: era king size.”

A esta altura del relato, noto que los ojos de Don Eriberto se llenan de lágrimas y que la respiración se entrecorta impidiéndole continuar. Cuando logra escupir la píldora con la que se había atorado, su narración prosigue.

No siempre habían sido así las cosas. En algún momento, mi padre tuvo un trabajo honesto y respetable: tratante de blancas. Pero lo echaron por querer traerse el trabajo a casa. Lo echaron de casa.”

Con la píldora de las 19:10, una redonda de color azul cobalto, Eriberto se siente como nuevo. Experimenta deseos de caminar, de correr, de saltar. Y obedeciendo a la rebeldía de su espíritu poético, lo intenta... Una serie de descargas eléctricas aplicadas por el personal paramédico en la zona del pecho, logra reanimarlo para continuar con esta entrevista.

Siempre me gustó la música. Por eso, mi madre me había dibujado las teclas de un piano sobre un cajón de manzanas para que practicara. Allí realicé mis primeras armas como pianista, hasta que la infección producida por las astillas que me clavé intentando una pieza de Schoenberg me provocó una gangrena que obligó a que me amputaran algunos dedos. Esto me desanimó un poco, es cierto. Hasta que escuché un piano de verdad y me di cuenta de que emitía un sonido espantoso. Así olvidé rápidamente la música y empecé a escribir”.

García Ofri permanece en silencio algunos instantes. Y tras ingerir un par de cápsulas ovaladas, mitad rojas, mitad blancas, me mira fijamente y sentencia: “En la sexta, el 8, Mamarracho”. Se trata seguramente de fragmentos perdidos de alguna de sus obras. Frases que tal vez nunca vayan a encontrar cobijo en el calor de un tango-canción. Pero que aparecen como segregadas por una glándula poética. Una de las escasas secciones del delicado organismo del bardo que no ha sido todavía extirpada en una mesa de operaciones.

El discurso de Ofri sigue su camino:

Siempre escribí a escondidas. Hasta que un día me crucé con un pibe llamado Astor y le mostré algunas de mis letras. Me acuerdo que le mostré una inspirada en mi querida viejo llamada Balada para un piscótico peligroso. ¿La recuerda, señor? Empezaba con un recitado...”

De nada sirve decirle que sí, que la recuerdo, que no hace falta. Don Eriberto se pone de pie. Toma el receptáculo del suero como si fuese un micrófono y dice a media voz:

Los pasillitos del Hospital Municipal José P. Borda tienen ese qué sé yo, ¿viste?

Salís de tu cama por el pabellón 28... Lo de siempre...

Cuando de repente, de atrás de los alambres electrificados, me aparezco yo.

Mezcla rara de barbitúricos, ansiolíticos y antidepresivos,

Un casco de metal con cablecitos en la cabeza,

las mangas del chaleco de fuerza atadas en la piel

Y una motosierra Poulan 3500 en cada mano..."

La aparición de una enfermera para aplicarle las inyecciones de las 19:14 pone fin a la declamación de Eriberto, quien se presta con estoicismo a la serie de 16 pinchazos. Con naturalidad retoma la charla:

A partir de ese momento, empecé a verme con Astor todos los días hasta que pasó algo extraño. No sé. Era un tipo raro...” Por cortesía, no traigo a la memoria las reiteradas denuncias presentadas por Piazzolla en su contra por invasión de la propiedad privada, merodeo y amenazas calificadas. “Un joven extraño, sí... Nunca más supe de él. ¿Cómo le habrá ido?” —me dice antes de perder la mirada en el horizonte.

Por si el lector no lo sabe, la “Balada para un psicótico peligroso” es sólo el comienzo de una serie interminable de éxitos de la pluma del eterno García Ofri. ¿Cómo olvidar la opresión que transmite la letra de “Sedado espero”? ¿Cómo abstraerse del dolor por lo que ya no fue que emana de las palabras de un tango como “Soledad, la del Hospital Moyano? ¿Puede alguien no sentirse libre tras escuchar un tango como “Adiós, muchachos: me dieron de alta” o contener la risa provocada por los ingeniosos chascarrillos contenidos en “Enfermero, suba y diga”? ¿Cómo no recordar los sublimes versos de “Los empastillados”?

Esta noche, amiga mía,

el Trapax nos ha pegado.

Qué me importa qué se rían

si siempre estoy falopeado.

Después vino la etapa conocida como de encierro. El poeta se vuelve sobre si mismo. Deja de interesarle el mundo exterior. Se lo adivina atravesando una instancia opresiva, se lo sabe cumpliendo una condena en una prisión de máxima seguridad en Usuahia. Fue tras llevar a los hechos las duras amenazas disparadas desde uno de sus piezas más emblemáticas, “El día que te mueras”. Sus abogados quisieron proteger a García Ofri de quienes lo acusaban de haber provocado el incendio de la casa en que vivía el Director de la Clínica de rehabilitación en la que estaba encerrado por entonces. Nadie creyó la hipótesis que atribuía el fuego a un “rayo misterioso”.

Los años han pasado, pero García Ofri se mantiene vivo y con ganas de seguir luchando, con ganas de seguir dándole al tango más y más de su arte. Por eso, mientras se recupera de una ligera pérdida del conocimiento que nos obligó a detener la charla unos instantes, el hombre que más le cantó a Buenos Aires me habla de su nueva creación: “El romancero gilastro”. Más allá del epíteto del título, la obra está dedicada íntegramente a una de las grandes pasiones de Don Eriberto, a aquello que más disfruta en la vida después de los cócteles de anfetaminas: el fútbol. O como a él le agrada decir, el fóbal.

Es un homenaje al más grande deporte, señor. Me he tomado el trabajo de dedicarle un romance a cada club”. Y sin mediar ninguna otra introducción, el hombre comienza a leer unos versos que escribió con letra ilegible en el dorso de una receta. Se trata del “Romance de Ferro Carril Oeste”.

Verde que te quiero verde.

Verde loro, verdolaga.

Cuando voy a ver a Ferro

tengo líos con la cana.

Con el garrote en la mano

la emprenden contra la hinchada

y salimos disparando

todos por Martín de Gainza.

Verde que te quiero verde,

aunque a veces no den ganas.

¡Nosotros no merecemos

la “B” metropolitana!

Se me ocurre que tan emotiva muestra de arte popular, puede ser un buen cierre para este reportaje. Sin embargo, Don Eriberto no lo entiende así. “Mire que tengo también para todos los equipos de primera. Escuche:


Y que yo la llevé a River

sabiendo que era gallina,

y justo cayó el marido

que era de la Directiva.

Fue la noche que Alzamendi

se comió dos amarillas

por culpa de ese maldito

de Francisco Lamolina.

El canto a una institución señera como River Plate, me pareció un buen final. Pero nuevamente, García Ofri no compartió mi criterio. Mientras me agarraba de la solapa decía lleno de ira: “El fútbol no termina en la General Paz como se creen ustedes los periodistas. También tengo un romance para cada equipo del Argentino "A". Escuche, desgraciado:

A mí me gusta Aldosivi

y eso sí que es divertido.

Voy a verlo a Mar del Plata

con unos cuantos amigos.

Después vamos a la playa

y a escolasear al casino...


Intento zafarme con fuerza, pero el sujeto se encuentra completamente fuera de sí. Ya rechazó las pastillas de las 20:10, las 20:14 y las 20:20. Desde la copa de un árbol amenaza con seguir atormentándonos. “Este romance se lo escribí al Reginna, que acaba de descender a la segunda división del Fútbol Italiano:


La Luna vino a la cancha

con su polisón de nardos,

Lo viene a ver al Reginna,

la luna lo está mirando.

Y aunque se vaya al descenso

lo va a seguir alentando...


El poema no continúa. Sorpersivamente, Don Eriberto recupera la compostura y deja de insultarnos.

El amor y la comprensión brindado por los profesionales del lugar hicieron todo para contener al desesperado poeta. Un rifle cargado con dardos tranquilizantes hizo el resto.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Fiesta











Se acabó,
el sol nos dice que llegó el final,
por una noche se olvidó
que cada uno es cada cual.


Fiesta, J. M. Serrat


martes, 18 de mayo de 2010

Pongamos que hablo de Villegas




Más allá del estupor que provocan las hordas Villeguenses, no ya reclamando la inocencia de sus jóvenes sementales, sino el cambio de carátula, la comprensión por el acto, el castigo a la víctima, más allá, digo, aparece la pregunta. Cómo es. Cómo funciona. Por qué.
Alguna respuesta la da Puig en esta joyita que colgaron hace algunas horas en el blog catanpeist y que me atrevo a reiterar en este sitio.
En apenas 3 minutos y medio desfilan la flagrante descripción del ámbito, la presencia exacerbada del machismo, la división de la sociedad entre "fuertes" y "débiles". Pareciera estar hablando del episodio que sacude nuestras conciencias por estos días.
También cuenta, cualquiera que haya leído a Puig se habrá percatado de esto, cómo el cine fue de alguna manera un antídoto contra ese paisaje llano y opresivo.
Algunas décadas después, en la pujante y sojera Villegas, hay un solo cine que, hoy por hoy, no proyecta ninguna película.
La próxima vez que alguien arroje sobre tu persona un discursito acerca de cuánto mejor se vive en el interior de la República, de la condensación de valores y cualidades que conjuga la gente de "nuestro campo", contale que las cosas son algo más complejas que un caño de escape o dos bocinazos a destiempo. Y hablale de General Villegas. Parece que nada es tan sencillo.