Para los argentinos, el 2 de abril es una fecha tenebrosa. Más allá de cualquier reivindicación de tierras, ese día, una dictadura genocida procuró un atajo demencial enviando a miles de pibes a una guerra inganable y en las peores condiciones.
Pero el 2 de abril es también el Día Internacional de Concientización sobre el Autismo. Y de alguna manera, para muchos de nosotros, se ha convertido en la ocasión de evocar otras batallas. Menos definitivas, más íntimas.
Los chicos con trastornos del espectro autista y sus familias deben pelear día a día contra la indiferencia.
Contra el afán de lucro de la educación privada que no quiere problemas. Y la falta de recursos de la educación pública que no sabe qué hacer con ellos. O que supone que integrar es tolerar.
Contra la falta de respuesta de muchas obras sociales y la rapacidad de algunos profesionales que han hecho de este asunto que nos quita el sueño un negocio muy lucrativo.
Contra los encasillamientos y los temores infundados de docentes, padres, vecinos.
Contra el DSM-IV que es a la salud lo que los bombardeos de la OTAN a la paz. Y contra la sombra omnipresente de los laboratorios que consideran que todo se trata con psicofármacos.
Contra la ignorancia de algunos periodistas y el oportunismo de algunos productores de televisión que transmiten mitos sobre un tema que -creen- está de moda.
Contra la insensibilidad y escasez de léxico de políticos, comunicadores y columnistas que entienden que la palabra “autismo” puede dispararse banalmente para describir cualquier situación en la que un personaje o entidad les hable menos de lo que ellos desean.
Los chicos con trastornos del espectro autista y sus familias peleamos contra el cansancio de un presente trabajoso y los miedos de un futuro incierto. Pero confiamos plenamente en que debe haber pocas cosas que valgan más la pena que esta pelea.
Nosotros, que nos reímos de las fechas impuestas, aprendimos dolorosamente que a veces sirven para esto, para hablar del asunto. Nada más. Nada menos.
Me gustó mucho lo que decís, quisiera saber más sobre qué integrante de tu familia tiene el trastorno del espectro, y ahora que me voy metiendo en el tema más, por tener una novia que trabaja en Panaacea, y siendo comunicador, quisiera ver si se puede ir concientizando en los medios un poco más sobre el tema. El documental que se estrenó ayer en el Centenario es un buen puntapié, porque da en el lado humano y no tan doloroso del tema. Esa es la punta del hilo a desandar, y busco adeptos. La seguimos, si te interesa. Abrazo.
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