martes, 16 de octubre de 2012

Encendido *

ENCENDIDOmosqueira

Bermúdez desechó las ramitas húmedas y amontonó las otras junto a unos bollos de papel en el brasero de la parrilla del patio. La idea, comentó serio, era sumarle unas maderas más grandes e ir acomodando el carbón sin tapar el fuego. Pero entonces se aproximó Ferrarotti, exhibió una botella de vidrio y comenzó a rodearla con trozos de diario enrollado. Explicaba la importancia del oxígeno en la combustión y se disponía a encender su “volcán” cuando se oyeron los pasos de Torres. Traía un cajón de frutas, convenientemente vacío. Lo apoyó en el brasero boca abajo, puso la bolsa de carbón encima y prendió un fósforo. Sin embargo, a Coccimano esto le pareció poco, así que extrajo del bolsillo interior de su saco un frasco de alcohol y roció con él las maderas y papeles. Gorostiaga acompañó la acción aplicando aire con un fuelle, que enseguida Pérez reemplazó por un ventilador turbo.

Sarlanga estaba impaciente, así que abrió la tapa del bidón de nafta que siempre llevaba consigo y mojó las adyacencias de la parrilla. Y por qué no del patio.
Mientras se desplazaba a zonas más seguras, Arregui descubrió un par de garrafas de gas y las hizo rodar hacia el corazón de la fogata. Las explosiones eran prometedoras, pero no les daban garantías aún de un calor suficientemente duradero. Y ahí fue cuando Balaguer abrió la caja de luz y con gran habilidad provocó un cortocircuito que arrimó chispas a cortinados y colchones para alimentar aún más la hoguera desde diversos rincones de la casa.
¿Sería suficiente? Por las dudas, Savarese ingresó a la vivienda con un par de árboles que acababa de hachar en la vía pública y que colaboraron con el crecimiento de las llamas, aunque no tanto como el hecho de que Fariña, Libonatti y Palacios procedieran a dar vuelta tres coches estacionados frente a la casa. Sus coches.
Los bomberos hicieron lo propio con la autobomba en la que acababan de llegar: su tanque de combustible generó un estallido escuchado a varios kilómetros a la redonda.
Bermúdez contempló el espectáculo y levantó el pulgar de su mano izquierda, la que no se había carbonizado, en señal de aprobación. Anunció que ese era un buen fuego para arrancar con las achuras.
Pero fue entonces cuando un ruido ensordecedor hizo que todos levantaran la vista y vieran el preciso instante en que una inmensa bola incandescente, que nadie tuvo tiempo de denominar “meteorito”, colisionaba con el planeta provocando una oleada de gases y llamaradas que arrasaron con toda forma de vida.
Tiempo después, cuando esa esfera cierta vez conocida como la Tierra adoptó el conveniente color rojizo, un ser inefable y de existencia discutible puso sobre ella un enrejado horizontal y depositó allí unos chorizos de pura carne de cerdo. El calor era perfecto. Pero lo mejor era que no había nadie para opinar por encima de su hombro.

* Publicado en el número 46 de la revista 054. Ilustración: Marcelo Mosqueira.

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