miércoles, 11 de abril de 2012

Temporal

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El famoso comunicador apeló a toda la creatividad de la que era capaz y dijo: “Amigos, el tiempo es tirano”. Un error. Los grupos temporales de tareas no tardaron en actuar. Y fue apenas el comienzo de la pesadilla.

Pronto, denostar al tiempo pasaría a ser el peor de los delitos. Comentarlo, dejaría de ser una tonta actividad de ascensor para convertirse en heroico rito de catacumbas.

Los pronosticadores optaron por hablar de “clima”, para no ponerse a abrir juicio alguno sobre los humores imprevisibles del “tiempo”.

Las parejas dejaron de pedirse “un tiempo” y se multiplicaron exponencialmente las peleas y las reconciliaciones. Incluso el mismo día. Incluso en la misma habitación. Incluso con sinceridad.

Dicen que una señora de sonrisa quirúrgica quiso arengar a su empleada diciendo “al mal tiempo buena cara”. Pero que nunca llegó a decir “buena cara”.

Los cronistas deportivos, adictos a la sinonimia, no dudaron en dividir los partidos en “dos períodos”, “dos fases”, “dos etapas”. Los más audaces llegaron a hablar de “dos hemiciclos”. Incorregibles.

Pocos se atrevían a juzgar la extensión de este mandato. “Tiempo al tiempo” fue la frase escrita en el canto de las monedas. Monedas grandes de minutos. Monedas chiquitas de segundos.

Los locutores acomodaticios no dudaron en asegurar que “El tiempo es oro”. Un modo mucho más obsecuente de apurarse.

La persecución se hizo cada vez más detallada. Hacer tiempo, por ejemplo, propiciaba la expulsión inmediata de los arqueros. La impuntualidad fue incluida en las páginas del Código Penal. Las muñecas desprovistas de relojes fueron sistemáticamente amputadas.

Y a los niños que no se sabían la hora se los asustaba diciéndoles que serían tronchados en las agujas puntiagudas de los relojes de iglesia. (La iglesia posee, en cada época, el monopolio de la crueldad.)

A nadie más le estuvo permitido disponer del tiempo de los otros. Las chicas por hora, pasaron a cobrar por objetivo. Cosa que las prostitutas ya practicaban hacía tiem… Bueno, hacía mucho.

Cualquier juicio sobre la duración de las cosas fue reprimido: hablar de “poco o mucho tiempo” pasó a ser una osadía. El tiempo siempre debía ser considerado “justo”.

¿Hay que aclarar que no había oposición alguna al accionar incontenible del tiempo? Los escasos focos rebeldes fueron bombardeados. Con bombas de tiempo. Y los cirujanos plásticos debieron partir al exilio. Se entendía su actividad como una absurda forma de cuestionar la labor del tiempo. Su autoridad.

La expresión “un tiempo razonable” dejó de escribirse o pronunciarse. Aunque algunos aseguran haberla oído cerca de una cama de torturas.

Pero un día, súbitamente, aquel impiadoso régimen cayó. No fue una revuelta ni un golpe militar lo que dio por terminado el cruento episodio. Fue la amarga constatación de que el tiempo, aún el poderoso tiempo, alguna vez, se termina.

2 comentarios:

  1. Hora de reconocer la vana sobrevaloración del tiempo en la modernidad (líquida?). Ahora hablarán del agua.

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