Abrázira viene del verbo abracés “abrazir”, que significa “hombre perdido por su inclinación descontrolada hacia el juego de naipes por dinero”.
Mucho se ha debatido acerca del siguiente detalle: ¿Cómo es que el nombre del país “Abrázira” puede venir de un vocablo en el idioma abracés? Es decir, ¿cómo es que el gentilicio puede preexistir al propio país mentado? Nadie fue capaz de responder a esta pregunta. En rigor, casi nadie fue capaz de entenderla.
Esta nación está ubicada exactamente allí donde caiga un dado con el número 6 arrojado sobre un planisferio en forma de paño. O viceversa.
Tiene una superficie cuyo valor concreto sólo saben algunas autoridades de un canal de televisión local que prometen importantes premios para quienes acierten. Y aunque en Abrázira muchos apuestan a que es pequeño, esto no significa mucho: en Abrázira muchos apuestan.
La población de Abrázira es de unos 400 mil habitantes. Con una tasa de mortalidad creciente, producto de la práctica sistemática de la “ruleta abracesa”, variante de la “ruleta rusa”, aunque con sólo una bala faltante en la recámara de las armas.
El juego es considerado deporte nacional. Y un peligro.
Las autoridades no han logrado erradicarlo. Aunque sí que se practicara directamente en los cementerios ubicados en las afueras de la capital.
Se cuenta que esta porción de tierra de tamaño incierto recibió sus primeros pobladores durante el siglo XVI: se trataba de personas expulsadas de sus países de origen por su inclinación a los juegos de azar. Cada semana, partían de los puertos más importantes de Europa barcos con ludópatas condenados al exilio. Los barcos salían de dos en dos, y el primero en llegar ganaba suculentas sumas en dinero. A veces, partía un tercero cargado de apostadores que seguían con atención el andar de las otras dos embarcaciones. Los premios se pagaban en fichas de plástico de diversos colores que los inmigrantes traían en sus bolsillos. Pronto, la ficha de plástico de colores fue acuñada como moneda oficial. Es decir: en Abrázira, los bancos y los casinos son lo mismo. Salvo por ese detalle, Abrázira no se parece en nada al resto de los países conocidos.
Con el tiempo, fueron llegando otras corrientes migratorias al lugar: los que lo habían apostado todo, los que habían apostado que llegarían a Abrázira, los tramposos, los croupier jubilados, los artistas de variedades cuyos números sólo pueden ser apreciados por gente que está jugando al pase inglés con seis whiskies encima, los fabricantes de bolitas de ruleta, los desorientados.
Hacia el año 1800, Abrázira se dio una Constitución a la que sus habitantes insisten en llamar “reglamento”. Su ejemplar original se conserva en el Museo-Casino de Abrázira y fue redactada en el reverso de la tapa de una caja cuyo contenido se ignora.
Allí se establece como forma de gobierno la Democracia azarosa representativa. Consiste en lo siguiente: cada año, se introducen en una rueda los nombres de los mayores de edad capaces de armar frases sin babearse. Una vez hecho esto, se procede a que un loro extraiga el nombre de quien regirá los destinos del país durante los próximos dos años. O hasta que pierda su cargo en una mesa de póker. Hasta ahora, ningún mandatario ha terminado su mandato.
En Abrázira, el clima suele ser templado y seco. Llueve una sola vez al año y sus habitantes tratan de acertar el día fervorosamente. Quienes así lo hicieren, gozan de exenciones impositivas vitalicias o de una entrada para el hipódromo. Optan siempre por lo segundo.
El territorio está rodeado por montañas, pero en el centro es llano, verde y cubierto de felpa. Lo que permite el despliegue de cualquier juego de mesa. Aunque provoca la carga de electricidad de sus habitantes que son, por esto mismo, a) poco afines al contacto físico y b) con el pelo rizado.
Los datos de la economía de Abrázira son un secreto difícil de escrutar. Las fortunas cambian de mano cada noche en las mesas de juego, lo que genera una especie de distribución de la riqueza que alcanza a la mayoría de las personas, aunque nunca el tiempo suficiente como para que esto se traduzca en alguna mejora en su calidad de vida.
El derecho de Abrázira es de los más avanzados: allí se permite el aborto, el matrimonio igualitario, la libre elección de género y la eutanasia. Aunque eso sí: el solicitante recibe por parte del Estado lo que le toque en suerte. Puede que alguien vaya a pedir una cosa y las cartas le den, en cambio, otra. La gente se arriesga sin embargo. Después de todo, entre una muerte digna y un matrimonio tampoco hay una diferencia abismal.
Los habitantes de Abrázira son fanáticos del azar, ergo, postulan que el universo es un caos. De este modo, rechazan toda idea de divinidad que vaya a arruinarles el juego. Algunos de sus habitantes, los menos, practican una absurda superstición consistente en creer que a la larga, el azar emparejará las cosas. Suelen pertenecer a las clases bajas. Y hasta ahora, no han tenido razón.
El habitante medio de Abrázira tiende a ser de carácter disperso, y alcanza el más mínimo desafío, por diminuto que sea, para distraerlo de cualquier empresa ambiciosa. De tal modo que este pueblo no ha logrado desarrollar nada de interés en el campo de las artes, la ciencia, la arquitectura ni el aeromodelismo.
Sus rituales mortuorios son más bien alegres y despreocupados. Tal vez por creer que el cadáver en cuestión no es más que un bromista que en cualquier momento abrirá los ojos, recobrará sus latidos y pasará a cobrar alguna apuesta ridícula.
Por el momento, no hay registro alguno de que eso haya sucedido.
* Del Atlas enciclopédico de países inexistentes (AEPI).
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