Los ojos de Mariano Ferreyra brillan como locos. Es lo que ocurre con los ojos de aquellos que miran al futuro cara a cara. Esos ojos son (eran) los que tienen los pibes que pelean sin dejar de ser pibes, personas. Ojos que uno nunca puede imaginar cerrados. Esos ojos te interpelan en cada afiche, en cada pintada. Esos ojos, claro, desquician a los asesinos.
Como aquellos haces de luz que nos revelan un aire poblado de partículas. Así fue el asesinato de Mariano Ferreyra. Allí estaba todo, tan presente que no nos tomábamos el trabajo de mirarlo: los sindicalistas empresarios, las complicidades del Estado, las prácticas procesistas de la policía, la violencia política agazapada, las barras bravas alimentadas desde los poderes, la miseria mediática. Olvidamos las partículas para poder respirar sin pensar cada bocanada. Pretendemos olvidar también esto. Pero entonces aparece el horror y la imposibilidad de seguir cerrando los ojos. Los nuestros.
Entre un militante de 23 años movilizado para reclamar por la suerte de sus compañeros y un tipo que se enriqueció mientras sus representados quedaban en la calle hay un mundo. Un trayecto infinito que sólo puede unir el violento recorrido de una bala. Así pasó ese absurdo (o más bien lógico) mediodía de octubre del 2010.
Nadie debería ahora darse un baño de indignación primermundista y exclamar que esta clase de crímenes solo ocurren en nuestro país. A esta altura de la historia de la humanidad (y del capitalismo occidental) la aberración ha dejado de ser un hecho fortuito para convertirse en aquella norma subterránea que cada tanto emerge. Lo que sí está claro es que las sociedades son mejores o peores, avanzan o retroceden según la manera en que reaccionen cada vez que estos episodios les estallan en las manos. Si olvidan o recuerdan, si aclaran o si oscurecen, si cubren estos hechos con la noticia siguiente o ponen en fila todas sus (limitadas) posibilidades para hacer Justicia, para reparar, para que se modifique algo de ese orden negro que termina con un pibe cargado de futuro desangrándose en la calle.
Será eso, nada menos, lo que se ponga en juego en los próximos días en un estrado judicial.
De este proceso saldremos con alguna esperanza o derrotados, como tantas otras veces, por las fuerzas penumbrosas que de alguna manera, desde recónditos lugares, gobiernan siempre, gane quien gane. Por eso estaremos atentos, siguiendo expectantes cada hora, cada palabra. Mirando todo de cerca, a través de sus ojos. Por los ojos de Mariano Ferreyra.