lunes, 26 de marzo de 2012

Azul

autismo

Para los argentinos, el 2 de abril es una fecha tenebrosa. Más allá de cualquier reivindicación territorial, ese día, una dictadura genocida procuró un atajo demencial enviando a miles de pibes a una guerra inganable y en las peores condiciones.

Pero el 2 de abril es también el Día Internacional de Concientización sobre el Autismo. Y de alguna manera, para muchos de nosotros, se ha convertido en la ocasión de evocar otras batallas. Menos definitivas, más íntimas.

Los chicos con trastornos del espectro autista y sus familias deben pelear día a día contra la indiferencia.

Contra el afán de lucro de la educación privada que no quiere problemas. Y la falta de recursos de la educación pública que no sabe qué hacer con ellos. O que supone que integrar es tolerar.

Contra la falta de respuesta de muchas obras sociales y la rapacidad de algunos profesionales que han hecho de este asunto que nos quita el sueño un negocio muy lucrativo.

Contra los encasillamientos y los temores infundados de docentes, padres, vecinos.

Contra el DSM-IV que es a la salud lo que los bombardeos de la OTAN a la paz. Y contra la sombra omnipresente de los laboratorios que consideran que todo se trata con psicofármacos.

Contra la ignorancia de algunos periodistas y el oportunismo de algunos productores de televisión que transmiten mitos sobre un tema que -creen- está de moda.

Contra la insensibilidad y escasez de léxico de políticos, comunicadores y columnistas que entienden que la palabra “autismo” puede dispararse banalmente para describir cualquier situación en la que un personaje o entidad les hable menos de lo que ellos desean.

Los chicos con trastornos del espectro autista y sus familias peleamos contra el cansancio de un presente trabajoso y los miedos de un futuro incierto. Pero confiamos plenamente en que debe haber pocas cosas que valgan más la pena que esta pelea.

Por eso, el domingo 1ro de abril, a las 18, nos encontramos en Plaza de Mayo para levantar una mano que sobresalga en la avalancha de lo urgente que ordena el paisaje de los medios.

Dicen que habrá un Cabildo iluminado de azul. Ojalá nos acompañen.

sábado, 3 de marzo de 2012

Bienvenidos a la Semioticracia

semiotica

Ya no nos importa lo que usted diga. Sólo nos ocupa cómo lo dice, por qué y para qué.

“¿Es usted un bañista arrastrado por la corriente que grita “auxilio”? Bueno, a ver… Para empezar, no nos gusta que nos grite, ¿sabe? Aclarado el punto, conocemos su historia y sabemos que alguna vez ha mentido así que, ¿por qué no pensar que esta es otra de sus mentiras? Además, ¿por qué grita “auxilio” y no “socorro”? Raro, ¿verdad? Reflexionaremos y debatiremos (entre nosotros) sobre este punto mientras usted se ahoga.”

Así reza el preámbulo de la Carta Magna que funda nuestra Semioticracia. Lo repetimos rítmicamente mientras en despachos y redacciones, reemplazamos las imágenes de los viejos próceres por las de otros flamantes. San Martín deja su lugar a Saussure, Belgrano a Benveniste, Sarmiento a Pierce. Y ya hay jóvenes con calcomanías de Eco y cartucheras de Barthes. ¿Los vieron?

Se sabe de gente que no saldría de su casa si el medio X le dice que su casa se está incendiando. No condenemos esa desconfianza, por demás merecida. Aunque puede llamar la atención que la misma haya obturado el más básico instinto de supervivencia que recomendaría fijarse, primero, si tal cosa no es cierta. Y en todo caso, después, pasar a rociar con nafta el medio X.

Pero así somos los habitantes de la Semioticracia: pertinaces buceadores de charcos. Por buscar denodadamente lo que hay detrás ya ni le echamos un vistazo a lo de adelante. Así sean las luces de un auto que se aproxima a toda velocidad.

Un día pasamos de la más zonza fe en la transparencia de los discursos mediáticos a esta retorcida manera de escuchar, ver, leer, que arranca como crítica y no tarda en deslizarse hacia la pesquisa policial. Buscamos la connotación de la connotación de la connotación. Aún frente a los carteles de prohibido estacionar, las puteadas, las declaraciones de amor.

Nuestros periodistas pasaron de ser todos insospechables a ser todos sospechosos en un abrir y cerrar de ojos, de prontuarios. Una estupidez aquello y esto. Nada es tan sencillo. Y es una suerte.

Las gramáticas de producción de un discurso son una instancia insoslayable a la hora de analizarlo. Pero creer que allí se agota todo el asunto resulta inadmisible, estrecho, arcaico y, por qué no decirlo, digno de alguna suspicacia.

Se celebra el abandono de aquellas supersticiones que colocaron al periodismo en un altar absurdo. Y gratifica saber que no volverán. Pero tal vez haya llegado el momento de preguntarse si en este movimiento necesario e incontenible, no nos estamos pasando de rosca. Si queremos ser lectores críticos, despiertos y profundos o deseamos sencillamente vivir en una Semioticracia, ese extraño territorio en el que los nativos matan a los mensajes y leen los mensajeros.