lunes, 20 de febrero de 2012

Canciones tristes (cantadas como si fueran alegres) *

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Canciones tristes (cantadas como si fueran alegres) 1 / 2 / 3 / 4 / 5 / 6 / 7 / 8 / 9 / 10 / 11 / 12 / 13 / 14 / Ezeiza / 15 / 16 / 17 / 18

 

* Canciones… obtuvo la Primera Mención en el Concurso de obras inéditas de Teatro 2008 del Fondo Nacional de las Artes. Y busca Director.

jueves, 9 de febrero de 2012

Será que la canción llegó hasta el sol

madre
El que me abrió la cabeza fue Daniel, uno de los novios que mi hermana traía a casa para que nos encariñáramos infructuosamente. A él le escuché por primera vez aquello de tengo los dedos súper ateridos. Yo tenía 12. Y me hacía gracia esa forma enrevesada de contar una situación tan pedestre: la del tipo esperando que alguien lo levantara en la maldita ruta. Esa canción me podía. De alguna misteriosa manera me hacía sentir grande. Sofisticado, supongo. Cuando volví a la escuela después de ese verano, yo era el raro que escuchaba a Spinetta. Me había comprado juntando vueltos y limosnas familiares un vinilo que reeditaba muy truchamente el primer disco de Almendra. El de aquel hermoso dibujo del payaso con la lágrima, sí, pero sin el hermoso dibujo. Con la palabra Almendra escrita en una decadente tipografía de heladería de barrio. La decepción por esa tapa se diluyó segundos después de haber puesto el disco en el combinado de casa. Ya nada iba a ser igual. Hay un tema como de diez minutos, solía contar fascinado a mis colegas.

Dicen que no está bueno escribir con la pena atragantada. Cuando todavía te vibra la mandíbula por la piña. Y estoy de acuerdo. Pero algo tengo que hacer con esta tristeza. Y a duras penas esto es lo que consigo hacer. Escribir. Como se puede. Con lo que sale.

El primer concierto de rock al que asistí en mi vida fue ese de 1982, el de solidaridad latinoamericana por Malvinas. Llegué tarde, por supuesto: esa era la manera que tenía mi viejo de hacerme sentir que no le importaba demasiado nada de lo que a mí me importara. Ya debía ser casi el final. Desde donde estaba no alcanzaba a ver más que las cabezas de la muchedumbre. Pero Luis cantaba Umbral. Estás perdiendo el tiempo, pensando, pensando. Estás fuera de la vida, jugando y perdiendo. Y en medio de la dolorosa confusión de aquellos días, emergía su voz: no podía haber nada más diferente a la barbarie, a la guerra, a la dictadura.

Desde entonces, hasta ayer, siempre tuve un horrible reflejo: cada vez que ponía la radio y estaban pasando un tema de Spinetta pensaba que le había pasado algo. Un poco, el recuerdo de aquella desangelada mañana en que nos enteramos por la radio de la muerte de Lennon. Otro poco, por lo que le hizo el puto sistema de difusión de música a un artista inconmensurable como él. La forma casi siempre miserable en que lo trataron la mayor parte de los benditos medios de la Argentina. Esos que hoy lo homenajean desde el más zonzo lugar común de “ha muerto un pionero del rock”.
No tengo dudas de que Spinetta es el artista que más veces fui a ver tocar en vivo. Desde aquel Festival de Solidaridad en el 82 hasta el maratónico Vélez del 2009. Y en el medio, toda clase de teatros, estadios, parques y auditorios. Se me aparecen esas noches mágicas de Jade en Barrancas de Belgrano. Y no se me ocurre un recuerdo que recupere mejor la alegría de aquella efímera primavera democrática. Se me viene la gloriosa presentación de su disco con Fito en Obras, con su interminable desfile de artistas invitados, o aquel encuentro con Charly en el Luna para la presentación de Madre. Conciertos lujosos en un teatrito de Mar del Plata, con el programa firmado por algunos de sus músicos. Pero también en el Velódromo, en la Facultad de Medicina, en Exactas, en algún show de la 9 de julio. Y cada vez, esa excitación inigualable de ver al Flaco apareciendo en el escenario. Una luz de seguidor. Un saludo. Un acorde de viola. Un cosquilleo en el alma.
Por Spinetta empecé a escuchar Jazz y a leer poesía. Si eso fuera todo, si Luis sólo me hubiera servido para abrir esas puertas, ya bastaría para convertirlo en una de las personas que más hizo por mejorar mi existencia.
La primera vez que salí en una radio de verdad fue en 1987. Entré al estudio de "El Submarino Amarillo" con Alma de Diamante bajo el brazo. Y tuve la experiencia inicial de hacer sonar "El Aliado" por el aire de Radio Del Plata. El dulzor del río te curará las heridas de los siglos…
En tiempos en que cualquier millonario anabolizado con 5 minutos de escenario pago se cuelga el cartelito de artista, allí estaba él, estará siempre, perfil bajo, para poner la vara bien alto, altísimo, a años luz de la mayoría de los que salen en las revistas o en la televisión. En este mar de mediocres de tres tonitos y rimas consonantes, frente al ejército de ejecutantes de hits que venden amores como podrían vender laxantes o créditos hipotecarios, Spinetta siempre asomó la cabeza para disparar su frase inspirada, su decir poético, para lanzar al cielo una melodía de esas que se abren como flores en las orejas.
Se fue el único tipo al que podría haberle dicho sin mentir “tengo todos tus discos”. Y eso duele.
Ya sabemos que queda su música, sus palabras, esos trozos de felicidad que nos regaló y que no pueden quitarnos. Pero es duro asumir que ya nadie podrá escribir una canción tan perfecta como Los libros de la buena memoria. Nadie nos cantará ya de esa manera cósmica, única, que el vino entibia sueños al jadear desde su boca de dorado dulzor. Aquel nunca sería el tema del verano, está claro. Pero bueno, será por eso que preferimos el frío.

martes, 7 de febrero de 2012

Canciones tristes (cantadas como si fueran alegres) 18*

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Oscuridad. La luz de la colilla de un cigarrillo se desplaza de un lado al otro. Chirrido de ruedas oxidadas. Ruido de papeles que se rompen. Tos.

Voz de hombre: Semen-sangre. Semen-sangre.

¿Cuándo termina? ¿Cómo?

La historia es lo que no se cuenta.

Se enciende la luz de un velador. Emilio está sentado en una silla de ruedas.

Emilio: Yo fui Emilio Bolaños. Debo tener unos 55 años de edad. Pero parezco de mil. Rompo estas fotos con mis propias manos. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Arranco las fotos que quedan en la pared y las voy rompiendo lentamente. No hay furia.

Pausa.

Emilio: Arranco la piel de un espejismo. El fuego ya no funciona.

Pausa.

Emilio: Rompo lentamente las revistas: hay fotos de Roberto. Él empezó a escribir sus propias letras. Poesía directa pero delicada sobre cierto laxante, sobre cierta compañía de seguros, sobre cierto amor. ¿Qué aprendió de mí? Lo peor: la traición y el afán por la rima consonante. Con eso alcanza para ser un personaje del año.

Todo es fácil en el mundo de las canciones tontas.

Pausa.

Emilio: Yo no quise. Era la historia, Roberto. Fueron esos putos años de comedia.

Pausa.

Emilio: No creas que no seguí tu carrera por la radio. Era linda aquella canción, ¿eh? Lo reconozco. Era algo alegre. Y lo necesitábamos. Lo necesitaba el hombre común. La escuché por primera vez tendido en el elástico. Mojado. ¿Cómo era?

Canta.

Emilio: Chiquita de carmín / que buscas locamente / un nuevo amor fugaz...

Pausa.

Emilio: Ah... Sí...

Canta.

Emilio: ...que buscas locamente / un nuevo amor fugaz / desesperadamente...

Pausa.

Emilio: Hay que tener talento para hacer rimar dos adverbios de modo, ¿eh?

Hermosa, Roberto. Para mí era como tenerte al lado en aquel momento ridículo. Ahí estabas. Calladamente. Cobardemente. Misteriosamente. Y todos los —mentes que se te ocurran. Vos eras mi dolor. Yo no quise, decía. Desesperadamente...

Pausa.

Emilio: Yo fui Emilio Bolaños. Ahora, quién sabe. Acaricio estas paredes rugosas. Arranco la foto del hombre montado a caballo. Le hago agujeros con el cigarrillo.

Pausa.

Emilio: Despego mi verdad con las uñas. En este cuarto sólo queda dolor. Necesito vaciar mi memoria. Terminar.

Pausa.

Emilio: Tenía un compañero en aquel lugar. También callado, Roberto. Y seguramente menos talentoso que vos, aunque ¿cómo saberlo?

Tuvo apenas unos minutos de charla comprensible, hasta que se lo comió la fiebre. Repetía palabras sin sentido: noche... tótem... canes... finales... pentotal... Me contó de las ganas que tenía de volver a ver el glaciar. Ver, una vez más, el glaciar. El glaciar, me decía.

Pausa.

Emilio: No sé si lo notaste, pero abajo del agua, todo es silencio. No se escuchan las preguntas gritadas ni los puños golpeando contra las paredes. Sólo silencio. Ni siquiera hay espacio para los espasmos del corazón tratando de adaptarse a ese nuevo modo de administrar el aire.

Es algo triste, Roberto. Profundamente triste.

Y no podés parar de preguntarte para qué. Por qué tanto a cambio de tan poco...

Pausa.

Emilio: Levanto mis manos y dejo que los papelitos recortados caigan al piso. Y ni siquiera este gesto guarda algo de alegría.

Pausa.

Emilio: Aquel lugar era un paisaje de gritos quebrados.

Puedo recitar el padecimiento en todas sus formas. La puntada fina que atraviesa la médula con precisión de aguja. O los palos hundiéndose en tu esqueleto. Rompiendo. Rompiendo.

Pausa.

Emilio: Hay dolores que parecen escupirte del mundo por unos segundos. Y otros que, aún dolores, te traen la buena noticia de que todavía estás vivo.

Pausa.

Emilio: Y entre esos alaridos que escapaban de los sótanos, el eco estúpido de tus canciones.

Canta.

Emilio: Chiquita de carmín... / Bla bla bla.

Pausa.

Emilio: Enciendo este pedazo de papel y lo dejo caer así, quemándose. Así.

El piso estaba frío. Pero uno no puede andar quejándose por todo. Y me acostumbré a eso también. Y a que no hay días ni noches para los condenados.

Pausa.

Emilio: ¿General? ¿Cómo fue que se arrugó tanto? Déjeme recortarle los bracitos.

¿Cómo pasó todo? ¿Cómo tan rápido?

Yo fui Emilio Bolaños. No sé si se acuerda de mí. Una cabecita en la multitud.

Éramos millones marchando a ese altar vacío.

Nadie escuchó el primer disparo. Sólo un cuerpo muerto en un mar de cuerpos. Sólo una boca roja. Ese fue el fin. El fin...

¿Qué podemos hacer por la Patria, General?

Sólo sangrar.

Parece que sólo sangrar.

Pausa.

Emilio: La historia es lo que no se cuenta. Déjeme recortar. Recortar, recortar, recortar.

Un cuerpo

sobre el otro.

Un cuerpo

sobre el otro.

Pausa.

Emilio: La historia es lo que no se cuenta.

Semen y sangre. Semen y sangre. No termina.

Pausa.

Emilio: La historia es lo que no se cuenta.

Los cuerpos bajo el agua.

Los aviones con cadáveres dormidos.

Cuerpos de pibes flotando en la playa. Un país entero en una bolsa de nylon.

Pausa.

Emilio: Intento pararme por última vez de esta silla. Y lo consigo sólo por unos segundos.

Me caigo, la puta madre.

Doy vuelta los cajones para ver si queda algo por perder.

La historia se derrama, Roberto.

Este país huele a carne quemada.

Sólo escombros y muertos.

Pausa.

Emilio: ¿Qué fue todo eso? Aquel efímero fulgor de dignidad que nos prendió fuego.

Me acerco a la última foto. La del tipo al que suben al palco de los pelos. La rompo. La tiro al suelo y me quedo mirando estos despojos.

Silencio prolongado.

Emilio: Yo fui Emilio Bolaños.

Ahora no soy más que un nudo de pena. Un cerebro y un corazón moribundos en un cuerpo muerto.

No hay días ni noches para mí ahora.

Pausa.

Emilio: Puedo apagar este velador. Me ilumina la luz de dos faroles de camioneta.

Estoy afuera. Y hace un frío cruel, Roberto. ¿Escuchás la lluvia?

Ahora estoy en la zanja. Hundido. Con mi cara contra el barro.

Tratando de disimular los latidos.

Deben creer que estoy muerto. Sólo así podré seguir.

¿Cuánto tiempo hay que esperar? ¿Cuánta es la paciencia de los asesinos?

Me deslizo de esta silla para poder arrastrarme como cualquier ser humano.

Hay que apagar las luces, Roberto. Hundir bien la cabeza. Comer el barro y la basura. Disminuir los latidos.

Y callar.

Hacernos los muertos para que no nos maten.

Oscuridad.

-Fin-

* Canciones… obtuvo la Primera Mención en el Concurso de obras inéditas de Teatro 2008 del Fondo Nacional de las Artes. Y busca Director.

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jueves, 2 de febrero de 2012

Canciones tristes (cantadas como si fueran alegres) 17*

 

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Antesala de la oficina de Emilio. La intensidad de la luz experimenta altibajos. Se escucha la canción "Un muchacho como yo" en alemán. Haciendo un paso de baile, van saliendo de la oficina Ordóñez, Sotelo y el Comisario. Los tres visten calzoncillos y camisetas musculosas. Sotelo tiene un hacha, el Comisario un palo y Ordóñez lleva una antorcha apagada. Bailan la canción como si estuvieran en un filme musical argentino de los 70. Alternan los pasos de baile con golpes al piano del hacha y del palo. Lo van rompiendo.

Sobre el final de la canción el Comisario acerca un encendedor a la antorcha de Ordóñez. La antorcha se enciende. Ordóñez acerca la llama al piano.

Silencio.

Ordóñez grita mientras enciende el piano.

Oscuridad.

-Continuará-

* Canciones… obtuvo la Primera Mención en el Concurso de obras inéditas de Teatro 2008 del Fondo Nacional de las Artes. Y busca Director.

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