lunes, 26 de abril de 2010

Adiós, muñeca


No sé cuánto hace que la vi por primera vez. Fue en alguna revista de los 90. Acompañada de algún epígrafe tonto. A la segunda o tercera vez, me aprendí su nombre. ¿Quién era esa mujer de cabello largo, oscuro, que sonreía en las publicidades de Loreal? ¿Quién la dueña de ese rostro anguloso pero sugestivo, esos labios delgados y perfectos? Y esos ojos profundos, ¿No prometían algo más que un futuro de marido empresario, polista, evasor impositivo?
Me gustaba su perfil bajo, su ausencia en cualquier batalla que implicara a modelos, vedetongas, felinos o bailarinas de certamen grasiento.
Supe que estudiaba teatro, y que lo hacía en el mismo lugar que una compañera de trabajo. Esa fue la mayor aproximación entre mi universo de oscuro escribidor y el de ella, seguramente radiante y promisorio.
La nuestra fue una de esas afinidades que poco tienen ver con lo sexual, aunque quién soy yo para excluirlo si ella llegara a insistir. Fue una de esas fidelidades mediatizadas que los amigos de uno conocen y hasta respetan. Mirá, una foto de tu novia, me han llegado a decir algunos, en confianza, comprendiendo o tal vez padeciéndome.
Y hasta llegó a ser tema de conversación con mi pareja. Lejos de cualquier comentario al paso sobre los atributos físicos de otra artista, colega, amiga o transeúnte, siempre fui honesto en cuanto al vínculo que me unía a la bella modelo. La madre de mis hijos siempre supo que aquel improbable día en que ella golpeara a la puerta decidida por fin a llevarme consigo, no habría lugar para reproches. Que me iría con lo puesto sin derecho alguno al escándalo o a preguntas incómodas.
No voy a negar que últimamente el vínculo fue perdiendo intensidad. Que empezaba a notarle una extrema corrección que me inquietaba. Que si bien apoyé su incursión en el mundo de la entrevista aburrida de cable, solían disgustarme sus invitados. Sin embargo, quién era yo para criticarle sus amistades. Seguía buscándola en el zapping de la trasnoche cada tanto, deteniéndome en la belleza de su rostro, inalterable a pesar del tiempo, a pesar de estar más grande, al punto de tener ya casi mi edad.
Pero un día se encendieron las alarmas. Sus invitados pasaban de intrascendentes a molestos. En ese estudio penumbroso y soporífero comenzaron a sucederse los más altos exponentes del pensamiento republicano, dialoguista, gorilón y neo facho.
Y ella, a quien admiré tanto que casi voy al cine a ver una de Subiela para apreciar su rostro en dimensiones gigantográficas, ella, le regalaba sus miradas de fascinación a tipos de la calaña de Marcos Aguinis o Santiago Kovadloff. Si ella admiraba a esos filósofos de señoras tilingas de barrio Norte, tal vez se estuviera convirtiendo en una de ellas, pensé en una noche de insomnio.
Traté de olvidar el episodio, pero una triste madrugada de jueves sucedió algo espantoso. Ahora, esos ojos con los que alguna vez soñé, seducían hasta los límites de lo inapropiado a la señora Pilar Rahola. Por si tienen la suerte de no conocerla, es una periodista española que puede decir que es de izquierda y que hay que pasar a todos los musulmanes del mundo por una picadora de carne oxidada en una misma frase. Una señora que bajo el poncho de la modernidad esconde los puñales más reaccionarios, y que es capaz de llamarte antisemita si no te encanta que un misil israelí caiga sobre la cuna de un bebé palestino.
Supe entonces que las cosas no andaban bien. Y que estos tiempos de bipolaridad salvaje nos habían arrojado en bandos opuestos. Que si ella me conociera ya no pensaría que soy feo o aburrido, sino un integrante de una banda de blogueros paraestatales, un adalid de la crispación, un manifestante rentado, alguien que se quedó en los 70, un prisionero del odio, un neo montonero, un zurdito, en fin, un peligro para la democracia.
El golpe fue duro y estaba tratando de elaborar el duelo en silencio, sin comentarlo casi con nadie. Pero esta vez fuiste demasiado lejos. El sábado leí que estuviste en la Feria del Libro haciéndole un reportaje público a Hilda Molina. Todo bien. Pero, ¿había necesidad de que cuando parte del público repudiara su presencia dijeras esa frase? ¿Hacía falta desbarrancarse tan dolorosamente por el abismo de la estupidez? ¿Tenías que decir "Por qué no se van a vivir a Cuba"?
Chau, Mariana Arias. Lo nuestro terminó, aunque vos nunca te hayas enterado de que había empezado. Final. ¿Te pido un taxi?

jueves, 22 de abril de 2010

Aprendiz




Podría decirse que tuve aptitudes desde chico. Algunos relatos familiares lo atestiguan. Situaciones que jamás he podido recordar del todo. Fenómenos de cierto prodigio. Magia sin trucos.

Lo primero que puedo evocar es aquel cumpleaños en el que para combatir la angustia que siempre me despertó esa cruel metáfora del futuro que es el juego de las sillas, obré el milagro de convertir la Coca en Pepsi. Eso fue lo que algunos amiguitos expertos catadores de gaseosa descubrieron, aunque yo, se ve que en una tarde inspirada, procedí inmediatamente después a la multiplicación de las papas fritas.

La denuncia de un adulto llegó a los oídos del Hermano Antonio, quien a los pocos días mandó llamar a mis padres. Me los acuerdo saliendo de la Dirección con los ojos brillosos y las manos cargadas de folletos.

Después vino el viaje a Roma y la entrevista con el Papa. Siempre me causó mucha gracia esa gente que empieza a contarnos su vida desde aquel día que vio pasar al Papa por una cinta transportadora, detrás de una valla de seguridad, amenazados por un par de soldaditos de cotillón, apretujados por otro centenar de turistas que intentan una foto para el escritorio de la oficina. Yo, en cambio, tenía 8 años cuando cené con él. Cuando lo sorprendí descalzándose por debajo de la santa mesa y hasta percibí el efecto enrojecedor que ejerce la tercera copa de tinto sobre su cara de morsa. Me pareció un tipo casi normal de no haber sido por ese problemita de que se le andaban mezclando los idiomas.

En su momento, todo aquello me parecía divertido. Pero la carrera que se iniciaba implicaba una serie de esfuerzos lógicamente sobrehumanos.

Al principio fue la teoría. La memoria es un bien fundamental para el cargo solicitado y puedo jactarme de tenerla. Se empieza por lo más obvio, es decir la memorización de los textos bíblicos: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio... Es arduo. Con Josué la cosa levanta un poco. Aparece cierta estructura dramática que hace todo un poco más digerible. Los dos libros de Samuel, los dos de los Reyes, los dos de las Crónicas, los de los Macabeos. Haber aprendido los Proverbios al pie de la letra me dio cierta facilidad para el aforismo que bien pude haber utilizado en el comentario de partidos de fútbol o la redacción de invitaciones de casamiento, pero se nos prohíbe lucrar con estas cosas. Sabido es el caso de alumnos expulsados por asistir a programas de preguntas y respuestas.

El Nuevo testamento parece más sencillo, pero hay que conocer mucho para no mezclarse las versiones de Mateo con la de Marcos o la de Lucas con la de Juan. Después de los Hechos, todo deviene epistolar. Hoy parece increíble que algún editor se digne a publicar algo como la “Carta a Tito”. Pero quien puede lo más puede lo menos y esta gente tenía sus contactos. Tanto como para convertir en éxito un libro que carece por completo del consabido final feliz. No sé si le echaron una ojeada al Apocalipsis.

Sin embargo, aquello era sólo el comienzo. Cuando uno ya cree que sabe demasiado se da cuenta de que apenas se aprendió el manual de la empresa. Después hay que empezar a estudiarlo todo. Y no se trata de una forma de decir. Todo es “todo”: la historia de los países, de las ciudades, de los pueblos, de las calles, de los clubes de barrio... Y les aseguro que no alcanza. Hay que convertirse en un experto zoólogo aunque desde un punto de vista práctico, digamos: ¿cómo funciona un conejo? Y hay que saberlo bien porque después vienen los ejercicios y uno tiene que hacer su propio conejo. ¿Tengo que aclararles que no hay margen de error posible? Nadie vio jamás un oso con corazón de tortuga.

Es aquí donde abandonan muchos. Gente a la que le cuesta estudiar. Tipos talentosos que caminan sobre el agua como si tal cosa pero que no consiguen concentrarse. Reconozco que en un primer momento me quejaba pero con el tiempo fui entendiendo que es un buen modo de ir seleccionando.

Tras la etapa de almacenamiento de datos viene el momento de la comprensión. Maratónicos seminarios donde he visto compañeros golpear sus cabezas de aspirantes contra paredes prudentemente acolchadas. No diré que es fácil entender el embarazo de una chica virgen, pero por favor, tengamos en cuenta que estamos hablando de alguien que creó las corrientes oceánicas, la música, los egipcios y el fitoplancton. Ahora, si me preguntan por el rol de José la cosa es más complicada.

De todas maneras, la verdadera historia empieza a la hora de “hacer” cosas. Y yo voy por ahí. No me gustaría presumir. Manejo algunos milagros menores: he confeccionado algunos insectos respetables, adivino ciertos resultados del fútbol del ascenso, curo picaduras de mosquitos y hasta puedo convertirme en zarza ardiente aunque me cuesta bastante volver a mi forma habitual y me queda el cuerpo lleno de bichos.

Si me estuviese permitido, creo que a veces dudaría.

No es sencillo asumir que uno se irá quedando solo. Mientras preparaba el trabajo práctico de “las siete plagas” se me llenó la cocina de langostas. Fue la última vez que vi a mi mujer. El celibato debe ser un destino ineludible para todos nosotros. Por otra parte, los contratiempos económicos son constantes. Un colega quebró cuando el consorcio lo obligó a afrontar los arreglos que hubo que hacer en su edificio después de haber hecho llover cuarenta días en un departamento de dos ambientes. Vamos a decirlo: es una carrera cara.

Es por todo esto que vamos quedando cada vez menos. Tendrá que ver con la obsesión monoteísta de las autoridades, supongo.

Se encuentra también el estudiante inescrupuloso que se conforma con poderes parciales. Siempre se cuenta la historia de un tal Gutiérrez que llegó a aprobar “Génesis III” y abandonó todo al darse cuenta de que era capaz de crearse sus propias amiguitas con sólo adquirir unas costillas de lo que fuere en la carnicería más cercana.

Contra tantos obstáculos, a veces me impulsa simplemente la sospecha de que un abandono en tan religioso contexto sería acompañado por el más abominable de los sentimientos de culpa.

Calculo que será cuestión de quince o veinte años más. No es mucho si se tiene en cuenta que para entonces tendré aprobado el seminario obligatorio “Vida eterna”.

Se dice que hay algunas materias que todavía nadie alcanzó a rendir. Se comenta que el final de “Ubicuidad I” debe darse en dos mesas a la vez. Me pregunto si alguno de nosotros llegará o si tendrán que empezar a buscar de nuevo.

En este cuarto oscuro hay paredes despintadas y con olor a tabaco acumulado por meses. Me siento delante de una palangana con agua y preparo mi parcial de “Éxodo”. Y aunque mi pequeño Mar Rojo parece no querer abrirse ni con un abrelatas yo me tengo fe. Sospecho que es un buen comienzo.


viernes, 16 de abril de 2010

Primero rajaron a los correctores, pero a mí no me importó porque tenía el corrector del word.




Cuando Blumberg y sus muchachos avanzaron sobre el Código Penal en procura de leyes más rígidas que terminaran con la delincuencia apátrida, realmente se les fue un poco la mano dura. No vamos a decir que es funcional ni agradable ver a un hombre sacándose los pelos en plena vía pública, pero de ahí a condenarlo a 100 horas de probation... ¿no es demasiado? No hay nada que hacer, en este bendito país, cortarse el pelo es más grave que manejar alcoholizado.
Delicias del último diario en papel.

jueves, 15 de abril de 2010

martes, 13 de abril de 2010

De lejos




Un Palco en penumbras. Se oye un murmullo lejano. Entra una pareja. Ella lleva vestido negro, largo, y una cartera. Él, bermudas, camisa floreada y ojotas.

Ella: A veces creo que no me escuchás.
Él: Es verdad, hace mucho que no venimos al teatro.
Ella: ¿Ves lo que digo?
Él: ¿Qué te pusiste?
Ella: Me dijiste “elegante”.
Él: ¿En serio? No me acordaba.


Lo mira de arriba abajo.


Ella: Está claro. ¿Tenías que venir en malla?
Él: Es que te mojan. Me dijeron que estos hijos de puta te mojan.
Ella: ¿De verdad? Me encantan las obras en las que te mojan. Voy a cambiarme entonces.
Él: No, quedate que ya va a empezar.

Llegan chistidos del resto de la sala. Oscuridad. Música.


Ella: Guau: me encantan las obras en las que los actores están desnudos.
Él: Pero son todos hombres. ¡Es un asco!
Ella: No entendés nada. Es lo primitivo. Es lo animal. Es lo telúrico.

Una bola de barro lanzada desde el escenario impacta en el vestido de ella.


Ella: ¡Es barro! ¡Me tiraron barro!
Él: ¡Son unos guachos!
Ella: ¡Son geniales! ¿Te das cuenta de que están reescribiendo la metáfora bíblica de la creación del hombre?
Él: Lo que quieras, ¡pero te mancharon el vestido!
Ella: ¡Me encantan las obras que te dejan algo!
Él: ¿Te vas a quedar así?
Ella: No, me voy a cambiar: traje otra ropa de repuesto… ¡Esto es genial!

Ella sale. Él se pone de pie y se asoma. Mira hacia el escenario.


Él: Flaco, aflojá un poco porque…

Mira hacia los otros espectadores.


Él: ¿Qué hace? ¿Está meando? ¡Está meando!

Se desploma en su butaca.

Voz del padre: Finalmente, la decadencia se apoderó de todo.


Él mira a su alrededor.


Él: ¿Quién dijo eso?

Detrás de él, se ilumina la figura de un hombre gordo, pálido, calvo y con lentes oscuros. Lleva campera de cuero y fuma un pequeño habano.

Él: ¿Papá? ¿Sos vos? ¡Esto no es real! ¡No puede ser!
Padre: Claro, esto no puede ser. Pero pagar 80 pesos para ver a 5 boludos en pelotas que se tiran barro sí. Eso es normal.


Él se levanta. Se abalanza sobre el hombre para abrazarlo. El hombre levanta la voz.


Padre: ¡No te atrevas!

Él se paraliza.


Él: ¿No puedo abrazarte? ¿Por qué? ¿Tiene que ver con la inmaterialidad de la muerte?
Padre: No: abrazarse es de putos. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?
Él: Pero… Contame dónde estás… Cómo es… A qué viniste…
Padre: Shhhh. Ahí viene ella.

La figura del padre se oscurece. Entra ella con un pantalón corto y una remera.


Ella: Ya está. Lista para seguir participando… ¿Me perdí algo?
Él: No… El colorado se echó un cloro en el escenario… Pero nada más.
Ella: Ah, el despliegue de las funciones orgánicas transformadas en espectáculo.
Él: No, nena: meó.

Música beat de los 70.


Ella: Mirá: ahora cantan y ejecutan una coreografía kitsch de los 70 que no viene a cuento de nada. ¡Es la mejor versión de Macbeth que vi en mi vida!

Ella mueve sus hombros y su cabeza al compás de la música.

Él: Shami… Shamila… Quería hablarte del fantasma de mi padre…
Ella: No, bruto: eso es en Hamlet… ¿O era en Otelo? Ahora me hacés dudar. Ah, no: el fantasma del padre es en Hamlet. En Otelo es el fantasma de un negro.
Él: De mi padre quería hablarte, Shami… Ni el de Hamlet ni el de Otelo: el mío.
Ella: No me hablás nunca de tu papá y vas a hacerlo ahora, amor… Entiendo que esto te moviliza… ¿A quién no? Pero no es el…


Ella mira a su alrededor. Aspira varias veces.


Ella: ¿Podés creer que hay un hijo de puta fumando un habano adentro de la sala?
Voz del padre: ¿Qué? ¿Se puede orinar en público pero está prohibido echar el humo?
Ella: ¿Quién dijo eso?


Se ilumina la figura del padre de él.

Padre: Yo. Y ahórrese el discursito sobre el cáncer de pulmón, mi hija: ya estoy muerto.
Él: Shamila, te presento a mi papá.


Ella se queda quieta, con la boca abierta, congelada en alguno de los movimientos de su coreografía.

Ella: Así que usted…
Padre: Supongo que Octavio te habló mucho de mí.
Ella: Claro… Claro… ¿Octavio? ¿No te llamabas Juan Manuel vos?
Padre: Ese es su segundo nombre.
Él: Segundo y tercero. Juan y Manuel.
Ella: ¿Por qué no me dijiste que te llamabas Octavio?
Padre: ¿Por qué no usás tu primer nombre?
Él: ¿Vamos a hablar de mí? El hombre vino de tan lejos…


Llegan chistidos del resto de la sala.

Él: Estamos molestando acá… ¿Por qué no nos vamos a un lugar más tranquilo?
Ella: Ni loca: ya viene la parte en que los actores se cuelgan de ganchos y sacan a volar a gente de la platea. ¡¡¡Cómo me gusta el teatro!!!
Él: Pero mi amor…
Padre: ¿”Mi amor”? Sometido… Maricón… Nunca vas a aprender a tratar a una mujer, Octavio.

Ella se asoma al palco. Y observa el recorrido de un cuerpo que se acerca por el aire. Agita los brazos.


Ella: ¡A mí! ¡A mí! ¡Yo quiero ir a volar con ustedes!


Sigue la trayectoria del cuerpo que baja.

Ella: Puta madre: siempre sacan a volar a los de la platea.

Lo mira a él.


Ella: Podrías haber gastado un poquito más, ¿no? ¿Tan poco valgo para vos?
Él: Perdón, Shami. La próxima venimos a la platea. ¿Por qué ahora no nos vamos a charlar con papá y otro día volvemos?
Padre: ¿”Perdón, Shami”? ¿Qué clase de hombre le habla así a una mosquita muerta como esta?
Ella: Mire, señor: acá el único muerto parece ser usted…

Mueve una mano ventilando delante de su nariz.



Ella: Y me parece que ya empezó a pudrirse.
Padre: Usted me está pudriendo, señorita. Y el arrastrado de mi hijo.
Voces de la platea: ¿Pueden hacer silencio? No nos dejan escuchar los ruidos guturales del protagonista…
Él: ¿Ruidos qué?

Se escuchan ruidos inentendibles que provienen del escenario: alaridos, regurgitaciones, onomatopeyas. Ella se asoma entusiasmada.


Ella: ¡Genial! ¡Hermoso! ¡Qué primario!
Padre: Yo creo que ni el primario terminaron estos…
Él: ¡Les pido por favor! ¡No me hagan esto! ¡Quiero que hablemos! ¡Shamila, papá debe querer decirnos algo!
Padre: ¡Eso es verdad!
Voces de la platea: ¿Por qué no se lo va a decir afuera hijo de mil putas?

El padre asoma casi todo su cuerpo.


Padre: ¿A quién le dijiste “hijo de puta”?

El padre saca un revólver de adentro de la campera. El hijo se abalanza sobre él.


Él: Papá, papá… Otra vez no…

El padre se recompone. Guarda el arma. Shami mira hacia el escenario extasiada.


Ella: ¿Vieron eso? ¡Apareció un actor vestido de ángel! ¡Me encantan las obras con ángeles!
Él: Bueno, Shami. Yo me lo llevo a papi afuera. Si querés quedarte, quedate. Hablamos mañana.
Voz de la platea: ¡Eso! ¡Mañana! ¡Hablen mañana!
Ella: Yo no me muevo de acá: me encantan las obras que no se entienden.
Él: Pero mi papá volvió de la muerte…
Ella: ¿Todavía no captás lo que está pasando, amor? El espectáculo al que asistimos es tan conmocionante que nos hace atravesar la barrera de lo real y vivenciar una experiencia de tipo paranormal que nos reencuentra de alguna manera con nuestros miedos y nuestros deseos más ocultos.

El padre amaga a sacar el arma.

Padre: ¿La mato yo o la matás vos?
El: Tranquilo. Tranquilicémonos todos… ¿Qué pasa, papá? ¿Qué te trajo hasta aquí?
Ella: Eso, ¿Por qué no se va a descansar en paz, señor?
Padre: Hay algo que tenés que saber, hijo. Mi muerte no fue un accidente.


Pausa.


Padre: Fui asesinado por “el Tío”.
El: No puede ser… ¿El tío Ernesto?
Padre: No… ¡¡¡El tío Cámpora!!!
Ella: ¿Quién es ese?
El: Qué sé yo… No conozco a toda la familia-
Padre: Cámpora, estúpido. El delegado que quiso traicionar al Movimiento pactando con la extrema izquierda…
Ella: Tu familia es un quilombo, bicho.
El: No sé de qué me hablás, papi. Pero decime, ¿qué querés?
Padre: ¡¡¡Venganza!!!


Silencio en la sala.


Ella: Explíquese.
Padre: Tomá este puñal, hijo. Me lo regaló el General en Puerta de Hierro.


El padre saca un puñal de entre sus ropas y se lo ofrece al hijo.


El: Lindo, ¿eh?


La mira a ella.


El: Tengo que aprender a hacer asados, amor… No puede ser… Es un crimen.
Ella: Sabés que soy vegana.
Padre: ¡Cállense, pendejos! El puñal es para que lo mates.
El: ¿Que lo mate? ¿A quién?
Padre: ¡A Cámpora!
Ella: El tío que no conocés.
El: No puedo hacerlo, papá. La familia es la familia.


El hijo le devuelve el cuchillo.


Padre: Qudátelo, te digo. Por una vez haceme sentir orgulloso de haberte traído al mundo.


Forcejean. El hijo grita. Hay un hilo de sangre en su mano.


El: Me corté…
Ella: Amor… Pobrecito…
Padre: No es nada. Que se haga hombre.
Ella: Tenés que lavarte ya mismo
El: Sí… Voy al baño a lavarme…
Padre: Qué vergüenza me das… ¿Sabés las veces que me tajearon la mano en un combate cuerpo a cuerpo contra el zurdaje apátrida?
Ella: ¿Se da cuenta? A lo mejor, si hubiera sido un poquito más cuidadoso no estaría muerto, señor.
Padre: Es que siempre antepuse a mi Patria…
El: Claro, y ella se ligaba todos los cuchillazos. Voy a lavarme, permiso.

El sale. Silencio prolongado.
Ella mira hacia el escenario.

Ella: Mire, están patinando sobre hielo… ¡Qué contemporáneo!
Padre: ¿Tienen planes?
Ella: Creo que hacen 2 funciones más y se van de gira por Dinamarca.
Padre: Me refiero a ustedes dos. A usted y mi hijo.

Ella gira y lo mira al padre.

Ella: ¿Planes? No. Por ahora no.
Padre: Pero, ¿están bien?
Ella: Sí… Es divertido.

Pausa.

Padre: La mujer necesita que se la lleve con mano firme…
Ella: ¿Adónde?
Padre: A todos lados. Adonde sea.
Ella: Son opiniones.

Ella gira y mira hacia el escenario.

Padre: Aún las que son como usted, andan pidiendo a gritos un hombre que las sepa conducir en la vida.
Ella: Mire. Hay un oso en zunga. Es increíble la cantidad de recursos teatrales que estos tipos son capaces de poner en juego.

Antes de que termine la frase, el padre la toma del hombro, la hace girar hacia él y acerca su rostro hasta quedar casi pegado al rostro de ella.

Padre: Vos necesitás un hombre de verdad.
Ella: Y usted una pastilla de mentol.
Padre: Vení acá.

El intenta besarla. Forcejean. Entra el hijo.

El: Ya volví.

El padre se aleja de ella. Intercambio de miradas. Silencio prolongado.

El: Parece que no es nada. Algo superficial.

El padre vuelve a sacar el puñal.

Padre: Y con el puñal del General. Es un honor, hijo.

Ella se lo saca.

Ella: Deme eso. Usted es un peligro.

El padre forcejea con ella.

Padre: Dame eso, putita. No ensucies con tus manos mugrientas el legado de nuestro líder…
Voz del actor: Señor, estamos tratando de decir un texto, ¿podría cerrar la boca?

El padre se asoma. Ella se queda con el puñal.

Padre: A mí ningún drogodependiente me va a hacer callar.
Ella: Parece que tu papá nunca estuvo en un palco.
El: Sí, una vez: en Ezeiza.

El padre se asoma y le habla al público.

Padre: Hemos dado nuestra vida tratando de detener esta pesadilla que el mundo vive ahora. Dejamos todo por este país. Para que la bandera celeste y blanca nunca fuera cubierta por el sucio trapo rojo de la antipatria. Para que el sionismo internacional no se apoderara de nuestras tierras y de las tiernas mentes de nuestros jóvenes… He vuelto para terminar esa tarea…
Ella: ¿De qué habla?
Padre: Qué sé yo… Viste como es papi: cuando arranca con eso no lo para nadie.
Voz de la platea: Gordo ridículo, o te callás o llamo a la policía.

El padre señala a una persona del público.


Padre: A mí me vas a respetar, maricón…

Una botella de plástico pega en la cabeza del padre. Éste se asoma todavía más empuñando su arma.


Padre: ¡Zurdos! ¡Imberbes! ¡Me quieren copar el acto!


El padre se inclina tanto sobre la baranda del palco que sus piernas se despegan del piso. Su cuerpo se bambolea. Ella le clava el puñal en la espalda. Se escucha el grito del hombre cayendo. Estrépito de un cuerpo al dar contra el piso.


Voz de la platea: ¡Está muerto!

Aplausos de toda la sala.

Él: Papi… Papi… Papito… ¡No puede ser! ¡No puede ser!
Ella: Sí, Octavio: hay gente que merece morir dos veces.
Él: Pero… Yo lo quería igual… ¿Está mal eso?

Pausa.


Ella: Sí. Re mal.

Se encienden las luces de la sala. Ella y él se levantan.


Ella: Una obra bellísima.
Él: Murió papá.
Ella: La vida comienza.

Ella le pasa el brazo por el hombro. Salen.