martes, 26 de enero de 2010

Gonzalo Pacheco de Merlo: exponente de la nueva narrativa argentina

Escritor%20medieval Hay quienes aseguran que en los libros de Gonzalo Pacheco de Merlo puede rastrearse a uno de los escritores más importantes del siglo. Y es cierto: Gonzalo cita a Borges con frecuencia. Cabe decir que Borges no ha acudido todavía a ninguna de sus citas: celo profesional, prejuicio hacia la joven literatura, desidia, la tan mentada imposibilidad de actuar después de muerto, ¿quién lo sabe?
No falta también quien nos dice que Gonzalo Pacheco de Merlo es la más interesante aparición en el horizonte de las letras contemporáneas. Y no es esto lo único que nos dice su editor: también aprovecha un minuto de nuestra amable atención para acercarnos una tentadora oferta de 600 ejemplares de "Taxidermia para todos" al irresistible precio de 15 pesos. Lo pensaremos.

La evidente dificultad de quien esto escribe para adentrarse de lleno en la figura de Pacheco de Merlo no parece casual. Y es que no se trata de un autor sencillo, de esos que se abordan con facilidad en el transcurso de un viaje en automóvil (y mucho menos si es uno mismo quien maneja).
Cuesta creerlo pero, a pesar de su juventud, de Merlo es casi un veterano de la escritura: su inusual talento lo llevó a editar la primera obra a muy corta edad. En momentos en que sus pares apenas sospechan la posibilidad de publicar, Gonzalo ya daba su primer paso con una nouvelle en la que podemos percibirlo todavía distante del conflictivo mundo de los adultos. A pesar de esto, Devolveme mis chiches fue un verdadero suceso. Muchos supimos ver allí su particular estilo en estado larvario: la frase corta (a veces de una sola palabra, o incluso de media), el neologismo pertinaz, la sintaxis llana y directa alternando con el hipérbaton caprichoso que elude toda normativa y hasta la sugerente humedad de sus páginas hablaban a las claras de un prometedor futuro.
Sin embargo, esta pieza no tiene un sucedáneo inmediato. Da lugar, en cambio, a un prolongado período de ostracismo que siempre despertó la curiosidad de este cronista. Ahora que Gonzalo Pacheco de Merlo me recibe en el luminoso living de la casa que posee en el country de Tortuguitas, aprovecho para preguntárselo:

—¿Por qué, Gonzalo?

La respuesta no se hace esperar. Llega rápida, concreta, sin dilaciones:

—¿"Por qué" qué?

Cuando logro ponerlo al tanto de la larga introducción, mi entrevistado suelta las amarras de su elegante prosa:

Devolveme fue una experiencia algo traumática para mí, por las condiciones en las cuales había sido concebida se dio una circunstancia paradojal: cumplía tempranamente el sueño de todo escritor, tenía mi primer libro, pero era incapaz de leerlo. Decidí entonces que había llegado el momento de prepararme: hablé con papá y le planteé seriamente mi necesidad de concurrir a la escuela.

—¿Y cuál fue la reacción de tu padre?

— Papá entendió. El siempre apoyó mis iniciativas. "Hijo, es tu decisión..." solía decir sereno, incluso cuando decidí rociar con nafta y quemar nuestra casa de veraneo en La Mansa...

—¿Y por qué semejante locura?

—Bueno, después de todo, la mayoría de los chicos de esa edad van al colegio.

—Imagino que no fue fácil...

—Claro que no. Para empezar resultó muy conmocionante el hecho de conocer gente que vivía un mes con lo que yo gastaba por día en figuritas. Mi contacto con los docentes me golpeó de tal manera que llegué a convencerlo a papá de que tomara a mi maestro de 3er grado como su chofer. El hombre aceptó: ganaba lo mismo, pero ahorraba mucho de viáticos.

—¿Y cómo era el trato de tus compañeros?

—Pésimo: ellos se negaban a trabajar para papá... Y claro, yo viví esa situación como un rechazo.

—Teniendo en cuenta la interrupción que sufre tu brillante carrera durante aquellos años, ¿puede decirse que la educación actuó como un obstáculo para tu producción literaria?

—Sí, por supuesto que puede decirse...

—Bien. Entonces ahí va: " la educación actuó como un obstáculo para tu producción literaria"...

—Es cierto. Durante aquel oscuro período me sentí compelido a abordar temas que poco tenían que ver con mis inquietudes y —lo que es peor— que no subyugaban a ningún editor: nadie cree que una serie de ensayos breves sobre "la vaca" o "La bandera de mi Patria" pueda llegar a ser un best seller.

—Pero después vendría el esperado gran salto...

—No, el suicidio de mamá había sido mucho antes.

—Me refiero a que retomás la experiencia de Devolveme mis chiches con la publicación de otra novela...

—Ponerle fin a mi etapa escolar dio pie a este relato en el que traté de reflejar aquel interesante rito de los estudiantes, esa especie de viaje iniciático...

—El ansiado viaje a Bariloche...

—¿Adónde? No. En el seno de mi división se produjo una fractura irreconciliable con respecto a cuál sería el destino más adecuado. Había dos posturas muy marcadas: por un lado estaba yo, que quería viajar a Bariloche...

—¿Y por el otro?

—Estaban mis compañeros, que querían viajar a Bariloche. Pero sin mí... Finalmente, ellos ganaron. Pero en una muestra de inusual camaradería me consiguieron un importante descuento para que pudiera realizar mi propio viaje de egresados al desierto de Gobi. Nunca los olvidaré...

—Un verdadero desafío.

—Sí. No sabe lo difícil que fue encontrar a alguien para que me sacara la dichosa foto de los egresados.

—¿Ese es el origen de Desierto?

—Me propuse contar todas las cosas que le pueden ocurrir a un joven que recorre un desierto asiático en busca de aventuras...

—Pero en el desierto no pasa nada.

—Precisamente, eso fue lo que dijo la crítica sobre mi novela.

Gonzalo Pacheco de Merlo hace una pausa. Parece evocar el malestar despertado por esas críticas hostiles. Ajusta con vehemencia el cinturón de su bata de seda italiana, sirve dos vasos de Johnie Walker, bebe ambos con decisión y se queda en silencio, mirando —a través de la enorme ventana— la manera inocente con la que los pequeños corretean por el césped sintético de la canchita de rugby seven. Entiendo que es hora de seguir con el cuestionario.

—Finalmente, después de dos novelas, llega el momento de publicar tu primer libro de cuentos. ¿Cómo surge Historias de Country?

—Cuando logré regresar de mi viaje de egresados, papá me hizo un planteo adulto y veraz. Me sentó en sus rodillas y me dijo: "Gonzalo, creo que ya sos una persona capaz de asumir responsabilidades y llegó el momento de que tomes una decisión: ahora podés salir a trabajar, ganar con suerte unos 1.500 pesos por mes, gastar ese minúsculo salario en el alquiler de un mugroso departamento de 1 ambiente y vivir comiendo polenta y fideos a la espera de un futuro mejor o —si preferís— te puedo mantener yo..." La decisión era realmente difícil. Por un lado, estaba la independencia con la que todos soñamos y por el otro, el tedioso bienestar. Ser un miserable con dignidad o sepultarme para siempre en el universo sin matices del confort, ser un esclavo del dinero, un imbécil incapaz de abandonar el seno paterno. Elegí esto último. Pero me costó muchísimo y supe que a partir de ese instante mi vida se convertiría en un sin fin de opciones enfrentadas en una dialéctica permanente. Elecciones de las que dependía mi destino: ¿El Mazda o el BMW? ¿VISA o American Express? Sobre esta clase de cuestiones trata Historias de Country, un libro que me enorgullece porque creo que a través de él se exhibe sin tapujos nuestra realidad más descarnada. Allí estamos retratados tal cual somos. Un hombre que debe decidir si le paga el aguinaldo a su jefe de seguridad. Una familia a punto de quebrarse ante la imposibilidad de definir sus vacaciones entre Grecia o el Caribe. En fin, un libro que habla de nosotros...

—También incursionás en la Ciencia Ficción...

—Exacto. En El Contador Fantasma, un hombre es acosado por la voz de su contador muerto que le aconseja acogerse a la moratoria de Bienes Personales...

—¿Y cómo se te ocurrió?

—El escritor debe tomar algunos elementos de la realidad entre sus manos para juguetear con ellos como una especie de divinidad, poniendo ese toque de imaginación, de delirio que caracteriza a los artistas...

—Entiendo, nunca hubo tal fantasma...

—No,no. El fantasma existió. Pero obviamente recomendaba seguir evadiendo...

—Con este libro, la crítica fue más amable.

—Así es. Nunca olvidaré la columna que me dedicó Adalberto Rodríguez Vassena en la revista "Country & Casas". Emocionante.

En su modestia, Gonzalo Pacheco de Merlo es incapaz de obligarme a leer esa nota laudatoria. Sólo percibo que levanta la vista y con los ojos húmedos echa una mirada a la sencilla ampliación de 2 metros por 1, 50 que su padre mandó enmarcar y colocar arriba de la chimenea. Recién al hallarme solo, a la espera de que el amable Gonzalo retorne con un par de tazas de café, atino a posar la mirada sobre las visibles letras que describen frases en negrita: "Un librito divino...", se señala; "Unos cuentos preciosos", se agrega. Me lanzo a la atenta lectura del opúsculo a sabiendas de que el hacerlo implica trepar otro peldaño en la ruta de nuestro eterno aprendizaje. No sabré decir cuánto tiempo pasó entre esa decisión y el cálido instante en que la mano amiga de Pacheco de Merlo me tocó el hombro al tiempo que su joven voz me susurraba: "Tome este café, señor. Le va a venir bien..." Sin rastro alguno de ofuscación ante mi improvisada siesta, me pregunta: ¿Llegó a la parte de “Un Homero crecido al compás de nuestros partidos de golf, nuestras jornadas de paddle, nuestras reuniones de tupperware…”? Reconozco no haber leído tan maravillosa frase.
Considerándome en falta, busco seguir la charla recorriendo tópicos más bien amables. Le pido detalles sobre la entrega de ese notable lauro que le será otorgado en los próximos días (el Primer Premio del "Certamen Literario intercountries Luisina Brando"), de su nuevo y millonario contrato con la editorial De Merlo Ediciones (fundada por su padre sobre los restos de una desaparecida entidad financiera) y de sus recientes escritos en colaboración con el prometedor Augusto Sánchez de Erquiaga a los que Gonzalo resta importancia humildemente con la frase "En realidad le presté mis facturas para que pudiera cobrar en la editorial de papá..."
Hablando de estas cosas con Gonzalo Pacheco de Merlo, el tiempo parece escurrirse entre los dedos. Es por eso que sin llegar a comentar sus próximos trabajos debemos interrumpir la charla: "Disculpá —dice tímido— es la hora de las actividades recreativas y no puedo faltar al ensayo con mi murga Los atorrantes del barrio privado ".
Con este último detalle queda delineada la figura de un artista cabal, de un hombre que en pleno siglo veinte encarna los ideales creativos de la época renacentista. En esto pensamos cuando, al pasar el último puesto de seguridad, nos sale al encuentro ese moderno mecenas, Don Rodrigo Pacheco de Merlo. Nos estrecha en un cariñoso abrazo, menciona algo que no viene a cuento sobre un cheque y —a modo de despedida— nos obsequia un ejemplar de ese libro que no debiera faltar en ninguna biblioteca: "Taxidermia para todos".

lunes, 18 de enero de 2010

Güevones



Finalmente, pasó lo que se veía mejor de lejos que de cerca. En diciembre, tras la primera vuelta electoral en Chile, las cuentas no daban para revertir tanta ventaja del empresario millonario Piñera. Ya en Santiago, las cosas se veían algo más matizadas. Lo escribí en el post anterior. Por esas horas, se publicaban encuestas que daban algo parecido al empate técnico, el MEO Ominami comunicaba (tal vez demasiado tarde) que él votaría por Frei, y algunos actos que visité, algunas notas, algunas impresiones, daban cuenta de que la cosa podía ser. Pero no. Todo esto que pasó hace 5 días, debió haber pasado hace un mes. O mejor, hace un año, cuando la Coalición decidía enfrentar a la derecha con uno de sus exponentes más conservadores: Frei.

Sin embargo, la cuestión bien entendida, desborda las figuras personales de ocasión. Como escribía Patricio Fernández en THE CLINIC del 14 (acoto: algún día los lectores argentinos nos mereceremos una revista así, capaz de entender que la ironía está buena, pero la ironía permanente, sin quiebre, sin afuera, es patología, y que se puede hacer humor ácido sin atrincherarse en un posmodernismo palermitano del todos son iguales). Retomo: escribía Patricio Fernández sobre Frei: “…es el dato obligado para un proyecto que lo sobrepasa por mucho, que reúne a millones de chilenos que saben perfectamente que no es lo mismo un patrón que un empleado, ni un rico que un pobre, ni un privilegiado que un marginal. Podemos hacernos los lesos y decir públicamente, para no parecer amargados ni resentidos, que esas disquisiciones son producto de otro tiempo, cuando la violencia bárbara reinaba entre nosotros, pero sabemos muy bien que a veces, en medio de la violencia bárbara, asoman verdades indesmentibles.” Amén.


Frente a él, un empresario multi millonario, que siempre sonríe exhibiendo dientes perfectos (o protésicos) y que no le hizo asco al regatón, las coreografías absurdas, y cuyo discurso nunca va más allá del cambiar y de votar con el corazón. Es una rata riojana con varios libros más y varios gatos menos (al menos conocidos). Pero es mucho más Carlos que Mauri. O una mezcla de ambos. ¿No es bárbaro?

La jornada fue tranquila. La televisión solazándose con las notas idiotas de siempre para mentir que a lo mejor no hay mucho para decir hasta que no aparezcan los primeros números.

En el contexto de la boludez catódica, algunos hallazgos: el reencuentro con el votante que en la primera vuelta llegó borracho a emitir su voto. Y entonces el pedido de disculpas, y hasta el gesto de un fiscal que le obsequia una botella de agua. O el imbécil que se ganó 60 mil pesos chilenos (unos 500 de los nuestros) por colgar una gigantografía de Piñera. Y que deberá pagar unos 300 mil de multa (unos 2.500).

Por lo demás, lo de siempre: infartados, gente con ataques de epilepsia, la que fue a votar y alguien ya lo había hecho por ella, el güevón que se equivocó y votó en otra mesa, las boletas que ya estaban marcadas. Pero todo despojado de histeria. Faltan aquí señoras anaranjadas y de misa diaria denunciando fraude y plagas de langostas. No se las extraña. Pero reconozco que tanta corrección comienza a irritarme.

La confianza de la derecha era tanta, que a las 14, el jefe de campaña piñerista ya se preocupaba de pedirles a sus seguidores que no se excedieran en los festejos porque es peligroso eso de beber y manejar. Parece que más aún que encontrarse con algún ministro de Pinochet en el futuro gabinete. Ya que, como aseguró el ganador, eso no puede ser pecado. ¿No? ¿Seguro?

Habla MEO: estas son las últimas elecciones de la transición. Y promete ser opositor a cualquiera que gane y no participar de ningún gobierno. Aunque eso no le impide votar en contra de los que se oponen a la píldora del día después o de los que van al Congreso sólo para impedir que las leyes cambien. Empieza a gustarme este MEO. Y por favor, no saquen esta frase de su debido contexto.

El escrutinio televisado es apasionante. Nada de boca de urna. Las cámaras de TV asisten al momento en que el presidente va cantando voto a voto el resultado de su mesa. Se arman tanteadores como en una definición por penales. Y, genial, se compara el resultado que va construyendo esa mesa con el de la misma mesa en la primera vuelta. Eso me mantuvo pegado al televisor mientras duró.

Chilevisión lo hacía con mesas en las que se sabía arrasaba Piñera. Chilevisión es de Piñera. Qué loco un país donde un candidato es dueño de un canal de televisión, ¿no?

Pero este apasionante espectáculo televisivo duró hasta que a las 18 en punto, un muñeco del gobierno, muy pero muy pausadamente, da los primeros resultados, dos tercios de los votos escrutados, región por región (y son 15). 51, 8 a 48, 12. Y nadie sale a decir que esperen a cargar los votos del gran Santiago. Todos saben que de eso no se vuelve.

Y al rato habla Frei. Un discurso bastante pedorro, que además lee, y mirando muchas veces la hoja. Después de él, habló el ex presidente Lagos. Sin leer. Y quedó claro por qué parte del problema de la Concertación fue su candidato. Lagos no abandonó la exasperante corrección de la política chilena, pero marcó la cancha: tenemos mayorías parlamentarias para defender cada uno de los logros de la Concertación. Y es que ya se habla de engendros como Reformas laborales y demás por estas tierras.

Lagos también jubiló de un saque a toda su generación (los que luchamos contra la dictadura) pidiéndoles que dejen paso a los jóvenes, que ya está, que estuvo bien.

La derecha festeja en las calles de esta ciudad. Dicen que un camión de champagne entró al Crowne Plaza, bunker de Piñera. Esperemos que no conduzcan.

Los cronistas hablan con representantes del pueblo enfervorizado: señoras anchas que aseguran que “la gente de derecha queremos un cambio”; panzones de chomba y zapatos náuticos que aseguran que celebran la alternancia (la estúpida reivindicación de la alternancia por la alternancia misma: hoy comés, mañana no, ¡viva la alternancia!), pelados enojados con cara de lectores de Aguinis anuncian que ahora se terminará con la delincuencia (¿les suena?), señoras de costura a la vista que quieren decir algo pero ya no tienen voz. Y es un alivio.

Algo saludable es que aquí, salvo Piñera, los de derecha dicen que son de derecha. Esta es una de las cosas que le permitió a sujetos como Frei aparecer como progres, es verdad. Pero no deja de ser un gesto de honestidad ideológica. Lo enfermizo es que los periodistas aseguren que con este triunfo la derecha vuelve al poder después de 50 años. ¿Y Pinochet qué era? ¿Trosko?

Salgo al súper, uno de los pocos comercios abiertos de este puto día, y casi me empernan dos 4 por 4 que van hacia Plaza Italia a toda velocidad haciendo flamear sus banderas chilenas. Sé que las cosas deben ser más complejas, pero la imagen resulta fuerte. Sobre todo si te pasa en un país como este, que alguna vez inventó los cacerolazos para llamar al golpe contra Allende.

Algo de guionado tienen estas elecciones. Algo de pensado para televisión: aquellos hallazgos de personajes, aquel conteo de votos emocionante y para el final, lo más llamativo. Dúplex y llamada de Bachelet a Piñera. No hay delays, noteros pisándose, audios entrecortados. Parece una escena de una tira: pantalla dividida y allí hablan, Piñera y Bachelet. Perfectamente enfocados, iluminados y microfoneados. Sonríen, hacen una cita para mañana, él le pide consejos sobre todo para continuar con la gran cantidad de cosas que su gobierno hizo bien… Y a esa altura, la corrección republicana trasandina me tiene los huevos al plato. OFF.

Ah, una cosa, el 80 por ciento de popularidad que dicen que tiene Bachelet, ¿para qué carajo sirve?

miércoles, 13 de enero de 2010

No da lo mismo


Los vericuetos laborales me depositaron en Santiago de Chile. Justo esta semana.

Llegué a esta ciudad plagada de farmacias convencido de que tendría la mala suerte de asistir a la coronación de Piñera (llamado piraña por sus detractores). La distancia en primera ronda con el candidato de la Concertación fue enorme, y los votos de MEO Ominami (tercera fuerza con un 20 por ciento) resultan algo imprevisibles. A pesar de presentarse como una fuerza progresista también podría haber expresado cierto afán de cambio no muy ideologizado que el domingo podría derivar hacia la derecha. Algo así como aquel voto de Macri que dos años después recaló en Proyecto Sur.

Sin embargo, algunas cosas han cambiado en estas horas. Hoy, Ominami anunció que votaría a Frei. Más allá de sus especulaciones a futuro, el hombre no quiere cargar con la cruz de ser el responsable de la vuelta de la derecha al gobierno. Finalmente, el Meo fue adentro del tarro, aunque no sabemos si no será demasiado tarde.

Este gesto, y la aparición de encuestas cada vez más apretadas, alimentan una mínima esperanza.

A algunos metros de mi hotel, en el Parque Forestal, la cultura y los jóvenes dan su apoyo a Frei. Y uno, que jamás imaginó que algo como la Concertación le provocaría algún tipo de fervor, y menos aún la figura de Frei, allí estaba. Entre las banderas rojas, las remeras que llamaban a "NO VIRAR A LA DERECHA", los vendedores de completos y de agua Cachantun congelada, escuchando al ex violero de los Electrodomésticos y demás. Y estuvo buenísimo.

La frase de campaña es NO DA LO MISMO, y nos gusta. Cuando quieran discutimos a Frei y el tibio progresismo trasandino, pero a pesar de todo no da lo mismo él que Piñera, una coalición socialdemócrata que una alianza de neoliberales y pinochetistas, un político que un empresario.

Detrás del da lo mismo se agazapan las peores estupideces políticas. Acá y en todos lados.

Escribo este post en mi habitación. Frei habló lo más progre que pudo a eso de las 22. Pero son más de las 12 de la noche y sigue entrando música por la ventana. Mientras tanto, en la tele, Piñera baila una coreografía de Michael Jackson, se arroja sobre una caja de cartón, responde preguntas a una bella conductora tirado en una cama en posición fetal, aspira extra floruro para jugar a cambiar su voz (y ustedes que pensaban que la televisión argentina era chotísima) y se parece tanto pero tanto a la rata riojana que se te paran los pelos de la nuca.

No es raro que un tipo de su calaña, con tanto billete, sueñe llegar a un sitio llamado La Moneda. Habrá que celebrar que por esta vez, él y sus aliados intentarán hacerlo sin bombardeos ni asesinatos. Ojalá, el domingo a la noche podamos celebrar algo más.